Capítulo 10: El Niño Más Dotado

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En los caminos y en las carreteras, en las puertas de las casas, en las camas, en cada lugar del mundo donde había niños, las brujas habían pasado secuestrándolos. Cada continente rindió su número. Las brujas se llevaron a algunos niños directamente sobre sus brazos musculosos; otros, aquellos que podían aprender rápidamente el vuelo rudimentario, volaron junto a las brujas, preguntándose adónde eran conducidos. Los niños más pequeños, cuando miraban a la bruja durante el viaje, solo veían a otro jovenzuelo más, pero más salvaje y desmadrado que ninguno y más persuasivo. Raramente se trató con tanta delicadeza a los niños mayores. Las brujas no se molestaron en esconder su verdadera apariencia, y los niños viajaban aterrorizados hacia el norte del planeta.

Al llegar a la base de las brujas, fueron recibidos por las torres-ojo. Había cinco, colocados en un amplio círculo, alzándose amenazadoras entre las altas nubes. A cada niño se le designó una bruja entrenadora, y fue depositado dentro de su torre. Se les despojó de sus ropas, y se les visitó a todos, niños y niñas, con un uniforme de color esmeralda. Entre los más pequeños era difícil distinguir los niños de las niñas. Empezaron a entrenarse inmediatamente con los hechizos más simples: el de vuelo, el de captura, el de ocultación, el de agresión básica y el de tácticas de defensa. La mayoría de los niños eran víctimas del miedo, pero Calen había estudiado algo de las interacciones entre adultos y niños, y para los más jóvenes en poco tiempo todo el asunto se convirtió en un juego, e incluso se les pudo estimular y darles unas pocas órdenes suaves.

Las brujas estaban aprendiendo.

Finalmente, la propia Heebra pasó revista a los setenta y ocho niños seleccionados y preparados por sus brujas.

Formaban filas, completamente inmóviles. Estaban atentos, sufriendo una prueba de resistencia en la nieve polar. En el círculo polar ártico, en pleno verano, el sol nunca se ponía del todo. Brillaba día y noche, y los niños habían seguido su recorrido por el cielo durante mucho tiempo. Vientos lo suficientemente fríos como para helar la sangre humana los golpeaban, pero ellos tenían cuidado de no estremecerse o de mostrar el más mínimo rastro de incomodidad.

-¿Estos son los mejores?-preguntó Heebra.

-Sí-respondió Calen-. Los más dotados de cada país. Los mejores.

Heebra voló entre las filas perfectamente colocadas buscando algún rastro de debilidad.

-¿Cuánto tiempo llevan de pie?

-Alrededor de diecisiete horas.

-¿Sin descansar ni alimentarse?

-En la mayoría de los casos sin ni siquiera moverse-le aseguró Calen.

-¿Qué pasa con este?-Heebra señaló a un chico de piel oscura.

-Ah, este es Yemi. O por lo menos eso pensamos. <<Yemi>> es la única palabra que usa. Es el más joven de todos.

Yemi se sentó alegremente, haciendo un montoncito de nieve alrededor de sus pies. Cuando Heebra lo observó, unas cuantas mariposas grandes y amarillas colocadas en los dedos de sus pies la observaron a su vez. Sus alas eran del tamaño de su cara.

-Se trajo los insectos consigo desde África-explicó Calen-. Crecen, cambian. A medida que Yemi aprende a usar su magia ellas evolucionan. Ayer eran menos de la mitad de grandes que ahora.

Yemi le ofreció los brazos a Heebra para que lo cogiera.

-¿Qué es lo que quiere?-preguntó ella.

-Es su manera particular de llamar la atención-dijo Calen.

Se inclinó y alzó a Yemi cautelosamente con una garra, sosteniéndolo a cierta distancia de las mandíbulas. Los cuatro juegos de dientes se esforzaban por darle alcance.

Trilogía Del Maleficio 2: El Olor De La MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora