Capítulo 19: El Despertar.

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El hechizo de Yemi partió del Polo, expandiéndose con rapidez a través del hielo y la nieve.

El primer niño hasta el que llegó vivía en la ciudad pesquera noruega de Hammerfest, en el extremo norte del mundo. Era tarde, pasada a la medianoche, pero lucía el sol de verano propio de estas latitudes, difundiendo su calor sobre los niños que dormían. Como un suspiro, el hechizo del despertar entró por las ventanas abiertas. Allá donde encontraba las ventanas cerradas, se colaba por la chimenea. Si no había chimenea, se introducía por las rendijas más pequeñas entre la madera o los ladrillos. Nada podía detenerle.

Recorría las camas. Un ligero toque, tan solo un aliento, y el niño despertaba al instante. Niños que vivían en decenas de hogares diferentes cogieron sus juguetes. Los bebés mecían ruidosamente sus cunas siguiendo un mismo ritmo. Los niños mayores saltaron de los colchones y corrieron hacia las ventanas, mientras que la magia que siempre habían poseído era liberada.

El hechizo apresuraba el paso. No había tiempo que perder. Expandiéndose en un gran anillo sobre los mares árticos, prosiguió en su avance: cruzó la bahía de Baffin en dirección a Canadá, sobrevoló el mar de Kara hasta alcanzar las llanuras occidentales de Siberia, descendió por el norte de Finlandía, siguiendo el olor de los niños hasta Ivalo y más allá. Y desde sus habitaciones, en países separados por cientos de kilómetros, niños que hasta entonces jamás se habían visto, empezaron a tomar conciencia unos de otros.

El hechizo siguió avanzando. Sobrevoló el curso del río Mackenzie hasta Fort Good Hope, en Alaska. Atajó por los grandes lagos canadienses y estadounidenses: el Michigan, el Ontario, el Erie. Pero Yemi necesitaba más aún. De modo que envió el hechizo hasta la zona en sombras del hemisferio norte. En Nápoles, Italia, descubrió a dos chicos robando ruedas de coche. Cambiaron de idea. Sopló sobre niños que soñaban en Tashkent y Toulouse. Cuando abrieron los ojos, estos tenían un brillo plateado.

El hechizo cruzó el ecuador. Escudriñó buhardillas, patios de colegio, chozas. Siguió a niños que hacían novillos en Perú y los atrapó. Encontró en Australia a unas niñas que se habían escapado de casa, y las hizo volver. Buscó en los subterráneos, en talleres inmundos y lugares inhumanos de donde los niños esclavizados no pueden escapar. Los niños dejaron caer sus herramientas y unieron sus manos, conocedores de que todo había cambiado para siempre.

El hechizo viajó hasta lo más profundo de África, hacia un destino especial: Fiditi. Allí encontró a Fola y la despertó. Lloró en su lecho al reconocer la voz de su hermano.

El hechizo fluyó por todo el orbe. No se detuvo, ni descansó, ni aminoró su marcha hasta que todos los niños del mundo entero, ya fuera de noche o de día, sintieron su toque radiante.


Pero, en el Polo, Raquel permanecía arrodillada sobre la nieve, con Yemi temblando entre sus brazos.

Al niño apenas le quedaba un hálito de vida. El hechizo de muerte de Heebra lo atenazaba cada vez más con regocijo salvaje, y la magia de Raquel tan solo podía aplazar su ataque mortal. Los cálidos ojos castaños de Yemi aparecían vacíos, semicerrados.

Pero él seguía ordenando su hechizo del despertar. Lo transformó. La dulzura se había acabado. La intención de Yemi no había sido en ningún momento la de despertar sin más la magia en los niños. Él necesitaba su magia. Era la única forma que él conocía de luchar contra el hechizo de muerte de Heebra.

Su hechizo del despertar se convirtió en un hechizo de alimento.

Solo los niños del Polo quedaron libres de él. Sin previo aviso, Yemi hizo acopio de la nueva magia de todos los demás niños... y la tomó. No era momento para amabilidades. Yemi solo sabía de su gran dolor, de su acuciante necesidad. De modo que le arrebató la magia a todos y cada uno de los niños de la Tierra, sin dejarles nada, y la atrajo como una gran ola hacia su cuerpo dolorido.

Trilogía Del Maleficio 2: El Olor De La MagiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora