Los besos eran acallados en el aire por suspiros entrecortados. Palideció en su lugar, acomodándose pesadamente en una posición menos delatadora. La fría corriente de la noche se colaba entre la habitación, estremeciendo la piel bajo sus manos. La miró y la vio con las mejillas rojas, tenía los ojos más claros con la fuerte luz de la luna. El ventanal los atravesaba remolcándolos entre una casa que nos les pertenecía. Cualquiera al pasar podría verlos, eso era lo más excitante.
Pronto un sonido los detuvo. Se distanciaron levemente y ella se cubrió el pecho con la blusa mostaza al costado de su cuerpo.Por un momento Ramon creyó que eran los dueños. Pero al ver unos rulos enmarañados sobre la sombra, descartó la idea y se puso serio.
—¿Qué queres tarado?—le preguntó el morocho con el rostro contraído por el mal humor que cargaba encima.
El rubio lo miró divertido, observando el estado de la chica y el cabello desordenado de Ramon. El espectáculo no solo se tendía desde un punto encantador, sino, desde el más incómodo que se podría ofrecer. Ellos se miraron incómodos por unos segundos, trans pasándose con la mirada, tibios ante el reproche ajeno que se dibujaba en los ojos contrarios. Sentían muchas emociones que no tenían nombre, o no sabían como nombrarlas. Las desconocían, a veces les temían y otras veces las adoptaban con anhelo desmedido.
Se vestían de miradas comprometedoras, se comían con la mirada.
—Marisol se quiere ir.—le dijo tranquilamente, cortando el duelo de miradas.—tiene miedo de que lleguen los dueños de la casa.—finalizo encogiéndose de hombros. Luego dedicó otra cortante ojeada al morocho, y después desapareció de la vista de ambos.
Ramon chistó la lengua, y aún con el semblante serio se giró a ver a la chica proponiendo seguir con el acto, pero se le desfiguró el rostro cuando la vio colocarse de nuevo la prenda. Dispuesta a salir tras Carlitos, se incorporó y se acomodó la falda, parecía ignorar que el morocho estaba allí.
—¿Vos también? Dah, no va a venir nadie.—le comentó casi frustrante.—Es una casa de fin de semana...—
Pero ella le sonrió con picardía para también desaparecer por el pasillo cubierto de oscuridad.
Entonces la siguió, encontrándose con Carlitos sobre la sala principal, tenía su campera de cuero en una mano, y en la otra sostenía una mano pálida y delicada. Caminó con cara de pocos amigos hasta la salida, el anochecer era liviano y cálido, se detuvo ante su moto y esperó que la chica subiera tras de él. Sintiendo el peso al fin, se dispuso a encender la máquina. Fue cuando la joven habló.
—Mis papas no están en casa, vuelven mañana. ¿No Marisol?—
Carlitos las miró a ambas y sonrió, el Moreno hizo una mueca de satisfacción y arrancó para salir por los caminos cubiertos de flores y pasto, atrás de él los siguió la otra moto. La correntada de aire era casi nula, sus cabellos se mantenían a forma exacta y ellos casi conversaban en el trayecto.
Él y Carlitos nunca dejaron de mirarse.
Las palabras faltaron más tarde, cuando estuvieron rendidos unos junto a otros, con la idea de dormir sobre el living, se recostaron sobre colchones armados y frazadas. Distantes pero visibles.
Lo vio girarse incómodo, parecía no poder dormir. No quiso dejar de divisarlo y pareció llevar parte de la noche en eso, en sus rulos formados perfectamente bien, el contorno de su pequeña nariz, sus pómulos con extrema delicadeza, y sus labios creando en él pensamientos inoportunos.
—Están dormidas.—le susurró. Abrió los ojos intentando entender si lo había dicho de verdad o se lo imaginaba. Entonces lo volvió a decir.—Se durmieron...Ramon.—
El comentario fue leve y bajo, y no dejaba de perder la picardía, la insinuación no llego entendible para el morocho a su pesar. Pero en su interior sintió una delicadeza extrema, en forma de un nudo que atajaba todos sus pudores, entonces sintió la necesidad de tocarlo. Extendió una mano hacia él, su colchón estaba a corta distancia. Llego rápido a tocar el grueso respaldo de éste, luego subió sus dedos, alcanzó unos pequeños rulos suaves, los tiró delicadamente y después apoyó la mano sobre su mejilla.
—¿Qué es lo que me estás haciendo?—le susurró, demasiado absorto en sus pensamientos incalificables, temiendo que el rubio apartara el contacto.
Pero no lo hizo.
Recibió la mano y la tomó entre la suya, la bajó hasta su pecho, y la guardo debajo de la almohada. Los ojos de Ramon parecían buscarle otro duelo, pero cesó con inquietud cuando la chica que dormía acostada al lado de Carlitos se volteó, lo abrazó aún dormida y volvió a rendirse en el sueño.
Ramon sintió que su pecho se acalambraba. Fue cuando Carlos apretó la mano escondida y le sonrió contendiendolo. Pero él sintió que no bastó.
Se soltó de agarre y se giró con brusquedad para dormirse, o intentarlo. Abatido por la sensación que le bajaba por el pecho, se sintió estúpidamente infeliz. Porque no sabía que era lo que le pasaba con ese pibe que le había robado las mañanas, las tardes y ahora también las noches. Carlitos sos un forro egoísta. Pensó.
—Ramón...—lo llamó. Se tensó ante la voz ronca y no considero siquiera voltear. Pero Carlitos lo siguió llamando. A la cuarta vez se giró molesto a encararlo. Y no lo encontró acostado allí.
Levantó la vista y lo vio parado frente a él, sus ojos estaban brillantes y se veían inocentes, y de inocentes no tenían nada. Lo quiso atrapar con las manos, bobamente. Como si fuera una mala figura angelical sobre la noche, en algún tonto sueño producido por una canción de cuna.
—Vamos, quiero hacer algo.—le pidió y cedió.
Lo siguió torpemente, calzándose en el camino, colocándose la campera con desgano. Solo lo seguía, sin pensar, caminaba hacia la trampa, sabía todo peligro que corría, y aún así quería seguirlo hasta la eternidad.
Lo vió subir las escaleras y lo siguió, aún en transe, se veía aún más delicado si lo miraba como lo miraba ahora, con deseo.
Al parecer Carlitos lo encantaba aun cuando caminaba, porque movía las caderas de una forma obsena, y Ramón deliraba en sueños prohibidos.Entonces se detuvo frente a una cama, enorme y tendida en colores blancos y azul coral. Se veía apetecible, pero no tanto como él.
Se deshizo de su campera marrón, y la apoyó sobre las frazadas, ante la mirada atenta de Carlitos se quitó el jeans. Lo vió sonreír.—¿Qué? No me digas que queres eso...—le dijo Carlitos jugando a no entender, formando una atmósfera todavía más prohibida.
—Veni—le dijo Ramón, su mirada era rica en deseo, firme y hechizante para cualquiera.
Pero el que hacía hechizos acá no era él.
Continuará.....
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Cortos | El Ángel |
LosoweHistorias cortas basadas en los personajes de la película de Luis Ortega "Él Ángel"