La boca de Toto

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El cansancio que sentía era inminente, le pasó por la cabeza pedir un descanso a Luis. Idea que descartó de inmediato, al verlo también con un semblante cansado y grandes bolsas debajo de sus ojos. Claro que a él lo habían maquillado de modo que disimulara alguna marca de estrés en su rostro, pero el Ortega hijo estaba prácticamente casi en pijama. La escena dónde arrestaban a Puch, la habían hecho centenares de veces. Ninguna toma lo convencía suficiente, y Lorenzo no podía entender porque él hombre era tan perfeccionista.

Pero ahorró todo reclamo y se puso en la posición que le indicaban bajo la luz exacta que ahora habían cambiado de lugar. Otra vez su cabeza se mandó a mudar, y sus pensamientos comenzaron a divagar. Se sabía los gestos y movimientos que el personaje hacía en la escena de memoria. Entonces los ejecutaba, sin estar realmente presente. Pero de pronto bajó a tierra al ser consciente de quién lo estaba observando con una sonrisa detrás de escena. Casi escondido entre toda la gente que se encargaba del decorado y que todo funcionara como es debido. Su mirada penetrante heló la sangre de Ferro, quién se obligó a volver al personaje dejando las fantasías en el cielo, para poner seriedad en su interpretación de Carlos Puch.

Recordó el principio de aquel día, cuando Darín casi ni lo había saludado. Le pareció ridículo que ahora lo estuviera viendo con esa sonrisa incontrolable. Pero si tenía que analizarlo, el morocho había estado muy raro con él últimamente. A veces lo evitaba y cuando se descuidaba lo encontraba mirándolo, al notarlo, el chino se hacía el distraído y se iba abruptamente del lugar.
Eso y todas las veces dónde le hacía cumplidos sobre su bien lograda caracterización. Si bien, era normal entre amigos o colegas de actuación, a él los halagos del morocho le llegaban con un sabor distinto. A cuando por ejemplo, Peter o Luis lo le felicitaban por el personaje.

Fue cuando salían del lugar que pensó en encararlo. Milagrosamente el morocho por alguna razón se había quedado hasta su horario de salida. Entonces lo divisó a lo lejos, con el pelo desordenado más acorde a cómo solía usarlo.

—¡Chino!—le gritó a lo lejos, acercándose en un trote perezoso. Al contrario de la facha de Darín, Lorenzo tenía puesto un buzo rosa y unos pantalones verde manzana. El atuendo aniñado que era característico de él le sacó una sonrisa al moreno.

—Que haces confite...¿Vas a tu casa?—le preguntó siguiendo su caminata hacia la salida del estudio.

—Si, pero antes quería hablar con vos...—le dijo sin rodeos. Lo cual sacó una mueca en Darín, quien asintió vagando en sus pensamientos asilados del chico a su lado.

—Bueno, vayamos a tomar algo.—propuso, para después sacar un cigarro de su bolsillo.

Lorenzo sonrió contento de que al menos no lo rechazó, conocer a Darín era una de las mejores cosas que podía sacar de haberse animado a audicionar para la película. La compañía del morocho pronto se volvió tan necesaria como las escenas que grababan sobre Ramón y Carlitos. Toto tenía la ligera sensación, que ellos eran tal y como los personajes de ficción, claro en su relación, y no en los robos y asesinatos.
Por eso no quería considerar la idea de que el chino estuviese enfadado con el, lo consideraba un buen amigo y lo apreciaba. Por eso quería discutir que era lo que había echo que provocó su enfado y su falta de interés.

—Últimamente estás tan en la tuya que ni bola me das.—Le dijo Lorenzo con una sonrisa, demostrando que no lo decía tan a pecho, sino era más bien un reproche en broma, quizás como los de su personaje Carlitos. A veces ellos jugaban a serlo en la vida real.

El morocho hizo una leve sonrisa que le salió más como una pequeña mueca. Jugando con varios maníes en un pequeño tarro sobre la mesa, conservaba su mirada lejos de la contraria, sin poder resistirlo, sentía que esos ojos lo quemaban al verlo tan fijamente.

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