Carlitos

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"—Pareces Marylin Monroe.          "

Le había dicho Ramón esa noche, horas habían transcurrido desde el momento, y aún así la frase no abandonaba su mente. Ni su corazón.

Si, el último tiempo Carlos había descubierto que su corazón podía latir sintiendo amor, incluso por otra persona que no fuera su dulce mamá.
O a él le parecía que era amor.

Pero tener sentimientos o creer tenerlos le espantaba, sentir en el cuerpo la vibración vergonzosa de los nervios (que eran muy distintos a la adrenalina que solía inyectarle los robos) y el mareo repentino del acongoje.

Que suerte que sólo con Ramón se sentía así.

Hacía tiempo que se había hecho consiente de que el morocho le tiraba onda, bueno no se puede decir con exactitud que sea aquello, pero había mucho de eso sin duda.

Peralta se daba el atrevimiento de mirarlo detenidamente mientras compartían un café en algún barcito de mala muerte antes de asaltar alguna ferretería, sin palabras en el medio, se sentaban en silencio a disfrutar de una bebida rica en cafeína. Y Ramón lo miraba.

Con descaro podía jurar que pasaba sus ojos verdes por cada ángulo de su cara, empezaba por su boca, parecía su parte favorita. Después detenidamente recorría su mentón y jugaba con su marcada mandíbula, aquella que era demasiado suave para un varón y extremadamente tersa.

Carlitos era consciente de su atractivo. O que a las personas sin importar quién carajo fuere les parecía atractivo.

Lo supo desde muy joven y de muy mala manera. Siempre fue acosado y extrañamente no fueron esos los detonantes de nada en su personalidad.

Él era libre y no era de nadie. Seguro eso llamaba la atención. Todos eran presos de su vida.

Por eso mismo no decía nada, no se molestaba o emitía comentario. Estaba más que acostumbrado, ni lo perturbaban un par de ojos deseosos. Pero es cierto que los de Ramón le llamaban la atención, ¿No le gustaban las minas? Digamos ¿No se derretía como un pajero cada vez que veía a una minita pasar por al lado?

Carlitos tenía novia, y amiguitas, o amigobias.

Ramón no tenía compromiso formal, tenía levantes, encaraba con descaro, salía perdiendo, pero volvía a retomar. Seguro en algún momento alguna puta se pagó. O lo llevó su padre.

Si, estas deducciones sacaba Carlitos mientras tomaba su café, con un cigarro en su mano derecha, mientras se dejaba observar por Ramón, quién creía que podía robarle el alma con una mirada o descifrar lo que sabemos, es indescifrable.

Un día Carlitos tuvo la idea de un experimento, probar teorías, eliminar hipótesis. Refutar pruebas.
Pero la descartó inmediato, cuando el experimento se cerró solo por si mismo. Avanzó más rápido de lo que a él se le había ocurrido.

Sucedió cuando Ramón le acomodó un rizado mechón de su cabello rebelde, detrás de su oreja.

—¿Me estás mirando? —le preguntó Ramón, serio y frío. Aunque su gesto decía y asumía lo contrario.

Estaban sobre la mesa del comedor, solos en la casa de los Peralta, planos y falsos documentos llenaban el espacio y se esparcían por toda la madera. Ellos discutían , o eso hacían, tenían que armar una buena táctica para un viejo fulero con demasiada guita encanutada.

Pero Carlitos se había distraído, ningún pensamiento certero, solo dudas, en su mente, indescriptible.

Aquel gesto lo desconcertó, si bien estaba más que acostumbrado a la rudeza contrarrestada por la sorpresiva dulzura que le agarraba al moreno para con él de vez en cuando.

Cortos | El Ángel | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora