6. Adinventum

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Las ballenas se consideraban maduras al alcanzar los diez años, pero Aeternum ya tenía dieciséis

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Las ballenas se consideraban maduras al alcanzar los diez años, pero Aeternum ya tenía dieciséis. Había viajado por casi un año en compañía de su hermano, a pesar de que debería haber emprendido un viaje solitario. Por alguna razón, él no se sentía listo para estar solo.

Aeternum sentía la necesidad de visitar el lugar en el que fue encontrado, porque, a pesar de que no recordaba nada, su entendimiento lo hacía saber que no era una ballena. Nunca había visto a otra criatura igual a él, así que tenía dudas, muchas dudas.

«Es aquí», dijo Aeternum, con una reverberación torácica.

«Esperaré», respondió su hermano, con un clic suave. Le guardaba aprecio, pero se notaba ansioso por seguir su propio camino, en busca de hembras para dejar descendencia.

El ballenato se detuvo y el tritón continuó su descenso hacia una fosa oscura. No sabía cómo, pero el lugar le parecía familiar.

Bajó y siguió bajando, hasta que la luz del exterior dejó de alumbrar su camino. Él no podía usar la ecolocación para orientarse, pero había otro método curioso, único de él. Luz dorada. Su cuerpo emitía una luz que alumbraba su camino.

Aeternum alcanzó fondo, sintiéndose sumido en una gran presión. Sus manos lo guiaban, algo lo atraía. Palpó el suelo, buscando sin saber exactamente qué. Y cuando lo encontró, sucedió.

Una visión.

Una gran ciudad se materializó frente a él. La reconoció, porque era la ciudad que veía en sus sueños.

Estaba en el interior de una construcción idílica, con bellos colores y artefactos desconocidos. Ahí, dos criaturas hablaban entre sí. Uno tenía adornos de oro por el cuerpo, mientras que el otro no. Ambos eran tritones, igual que él.

—Espero que no se rinda en estas horas bajas —dijo el poco ataviado—. El suyo es un gran invento: será muy útil y puede alcanzar funciones que nadie más ha imaginado, pero, para ello, ha de romper usted los límites. Piense a lo grande, señor, no se contenga.

—Es meterse con fuerzas que no conocemos, Arminus —respondió el tritón de adornos ostentosos—. ¿Estás completamente seguro de que la tierra lo soportará?

—La paradoja de energía ilimitada proveniente del cristal tiene una base dimensional que confluye en un ciclo eterno. Si ofrece su cuerpo como un envase, se volverá un ser mucho más poderoso que los Primeros.

El interlocutor pensó en lo que decía su consejero. Su mirada estaba fija en un cristal dorado, en el centro de esa habitación.

—Y eso traería independencia a la Atlantida —murmuró para sí mismo. Cerró los ojos por un instante y luego suspiró—. Tengo que hacerlo, Arminus, prepara todo.

—Como usted diga, mi rey Aedoros.

La visión concluyó con un estrepitoso flash de luz que devolvió a Aeternum a la realidad. Estaba otra vez en la oscura grieta. Levantó sus manos y observó lo que tenía en ellas: un cristal negro. Lo sostuvo con fuerza, mientras se preguntaba... qué era lo que había visto.


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