9. Fatum

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Joven, fuerte y altivo, Aeternum iluminaba con luz el mar, al ritmo de la coda que las ballenas entonaban en honor a su regreso

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Joven, fuerte y altivo, Aeternum iluminaba con luz el mar, al ritmo de la coda que las ballenas entonaban en honor a su regreso. El tritón lucía mejor que nunca, lleno de energía y un rostro que denotaba rectitud, madurez, sabiduría. Esa fue una noche llena de alegría y festejo.

Mas el retorno del hijo perdido no sería permanente. A la mañana siguiente, buscó a la ballena anciana que lo había criado como madre. Recostado sobre la gran bestia, Aeternum parecía un pez pequeño, inofensivo.

«He vagado por todo el mar, madre, buscando a otros como yo».

El tritón  se dirigió al coloso marino, haciendo vibrar el agua con los pulsos que generaba desde su pecho, pulsos que destellaban con luz dorada.

«¿Ha dado frutos ese viaje, querido hijo?», cuestionó la ballena.

Aternum inahló profundo. Nadó hasta posicionase junto a uno de los ojos de su madre.

«No hay nadie, madre, nadie igual a mí. Lo he pensado mucho, y ha llegado el momento. No he vuelto para quedarme, he vuelto para despedirme. Subiré a la superficie, al mundo de las criaturas terrestres».

Un suave murmullo acompañó el breve silencio entre los dos seres marinos.

«Sigue tu camino, hijo mío, el mar se quedará pequeño para tu grandeza. Hace mucho tiempo había otros como tú, pero de un día para otro desaparecieron sin más. Resuelve el misterio que aqueja tu vida, mas nunca olvides la belleza de tu hogar».

Una sonrisa dulce se dibujó en el rostro de Aeternum, quien frotó su rostro contra la gran ballena en señal de cariño.

«No sé si volveré, madre, ni lo que encontraré allá afuera, pero cumpliré lo prometido. Llevaré a los nuestros siempre conmigo».

Esas fueron los últimos sentimientos que madre e hijo compartieron antes de la partida del tritón. Un nuevo destino aguardaba por él en la superficie, de la cual se escuchaban miles de historias, ninguna de ellas alentadora.

¿Qué había en la superficie? Aeternum había dado un par de vistazos a lo largo de su vida. Criaturas peludas, de cuatro patas, que caminaban sobre superficies planas o irregulares; seres  emplumados que nadaban en el aire, subiendo y bajando sin tocar el mar; edificaciones de piedra blanca, o dorado metal, construidas por seres que andaban sobre dos pies. Aquellos misteriosas criaturas eran el objetivo de Aeternum, y era su objetivo entablar contacto.

Así, luego de cerrar los círculos con su familia, el tritón nadó directo a la superficie. Buscó tierra firme y emergió de los mares. No era la primera vez que lo hacía, podía respirar el aire a través de la nariz que ostentaba su rostro. Se posó sobre una roca, mirando a su destino.

A lo lejos se vislumbraba la orilla continental, en lo alto de un risco una edificación. Figuras bípedas se distinguían, pequeñas por efecto de la distancia. No faltó aquel que notó la presencia de la criatura del mar, y una oleada de gritos se desató a lo lejos. El sonido en el exterior era algo que maravillaba a Aeternum, era diferente al que se transmitía en agua. Afuera, en el exterior, no necesitaba usar un sonar, sino que podía producir sonido con su propio cuerpo. 

Faltó poco para que una embarcación partiera desde tierra para encontrarse con él. No huyó, sino que esperó. Estaba listo, era hora de conocer su destino.

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