Capitulo 11

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El reloj no se detenía, a pesar de mis suplicas, a pesar de mi deseo de que el tiempo se detuviera. Pronto serían las tres con quince minutos de la tarde, y el ser que yo más amaba cruzaría esa puerta, enfrentándose sin saberlo a una muy linda o muy horrible verdad.

Mis uñas estaban lastimadas, mis ojos pesaban por el sueño tan terrible que me invadía últimamente, no había podido dormir en días y aunque estuviera muerto de sueño no podía hacerlo; era algo horrible pero Max dijo que era tiempo de enfrentarlo y sé que tenía toda la razón. 

Mi pie también temblaba, como mis manos, como mi labio inferior, como todo mí ser. Él estaba sentado junto a mí, más calmado que nervioso y una sonrisa pintaba su rostro, eso me colocaba más desesperado ¿cómo podía estar así? ¡Estábamos a punto de confesarle a MÍ hijo que nos amábamos y que teníamos planes de vivir juntos como familia! Quizá la respuesta era esa, era mi hijo, no el suyo, bueno… el no los tenía, así que no sabía lo que se sentía.

-Tranquilo…- susurró besando mi mejilla, yo me alejé de él molesto.

-Mejor cállate.- Le dije severo, pero él solo sonrió y giro la vista para ver la ventana.

Pasamos los seis minutos que faltaban para las tres con quince en completo silencio, sin mirarnos, solo tomados de la mano, ambas manos descansando en mi regazo. 

Escuchamos el bus detenerse frente a mi casa, y sentí de verdad lo que es perder el color y quedarte pálido. Yo sabía que un niño de diez años no entendería, que la peor idea era decírselo, lo supe cuando lo vi correr hasta la puerta, entré en pánico y giré para detener a Max que venía hacía mi con un vaso de agua.

-No.- le dije, negando con la cabeza como un maniático, saltando los ojos, con las pupilas dilatadas.

-Pero…

-No Max, no quiero hacerlo.- sentencié. Y él negó.

Sebastián entró corriendo cuando le abrí la puerta, gritó un hermoso “¡Papi!” y se abrazó a mí, no me dio un beso en la mejilla porque le daba pena cuando estaba Max, así que se separó de mí y camino hasta él, estrechándole la mano. 

-Hola Max.

-Hola pequeño.- Busqué la mirada azulada de Max creyendo que encontraría una terrible decepción o un enojo fulminante, pero solo vi ternura en sus ojos cuando me miró, y sonreí agradeciéndole por soportarme, por esperarme sobre todo. 

Él me amaba, sin duda, sin pensarlo, sin miedo, a pesar de todo. Y esperaría, me esperaría.

….

Tan adentrado en mis pensamientos estaba que no me di cuenta que el tiempo pasaba, que el sol terminaba de ocultarse y que la casa quedo en una penumbra de miedo.

Me moví del suelo, donde permanecí durante, supongo, horas. Me arrastré hasta el sillón, y me deje caer finalmente en el. 

-Frank – Dijeron, y grité porque no creí que alguien más estuviera conmigo. 

No respondí, me quede inmóvil, ordenando mis ideas, y todo el sentimiento que albergaba mi interior en el instante en que estuve realmente consiente de la realidad y de lo que había pasado.

Un beso.

Eso había pasado.

Qué tragedia.

La lámpara que descansaba sobre una mesita al lado del sillón se encendió, dándole luz a la sala, iluminando al chico sentado en el sillón de al lado, el de dos plazas. 

Después de un Suicidio - Frerard / 2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora