Capítulo 7

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Diosa del  inframundo





"Yo sólo... no pertenezco aquí. No sé de qué otra manera explicarlo".

Perséfone no encaja en el místico Inframundo de los dioses griegos, en especial ahora que es obligada a casarse con Lena, la chica a quien ella no ama. Pero, ¿puede encontrar una manera de ser libre?

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Por los primeros dieciséis años de mi vida, madre me dijo que el día de mi boda sería uno de los más felices en toda mi existencia. Que las aves cantarían, el aire olería como flores y el sol brillaría. Cada último detalle sería perfecto.

Como una idiota, le creí.

El sol no brillaba en el infierno, y a menos que los murciélagos contaran, tampoco había ningún ave en el infinito palacio del Inframundo. Para hacer las cosas peor, la infinita roca rodeando la caverna me hundía, volviéndose más pesada con cada segundo que pasaba. Estaba atrapada, literal y figurativamente. Y no tenía idea de cómo salirme de esta.

Sin  embargo,  madre sí logró  mantener su palabra  con respecto a las flores. Mientras paseaba de una cámara a otra, once pasos en cada dirección, tuve que zigzaguear mi camino alrededor de los interminables grupos de flores salvajes que cubrían cada superficie disponible. El perfume era lo suficiente fuerte para noquear a Cerbero, pero al menos el lugar no olía a muerte.

—¿Perséfone?  —Madre asomó su  cabeza dentro de la  habitación. Dado a la manera en que ella brillaba, hubiese pensado que esta era su boda, y no la mía—. Es hora. ¿Cómo te sientes?

Ella sabía exactamente cómo me sentía por todo esto. No quería la verdad; sólo quería la falsa afirmación de que estaba tan feliz como ella.

—No quiero hacer esto —dije. No había necesidad de mantenerlo oculto.

—Cariño —dijo madre en un tono que debió pensar era comprensivo, pero que realmente era igual al que usó para convencerme en hacer esto en primer lugar. Caminó dentro de la cámara y cerró la puerta detrás de ella—. ¿Qué ocurre?

—Lo que ocurre es que no quiero casarme con Lena. —Buscando por un lugar donde sentarme, divisé una silla en la floreada jungla, pero un ramo de flores púrpuras ya lo había reclamado. Resoplé y en su lugar me senté en el suelo—. Me dijiste que el Inframundo no era tan malo.

—No lo es. —Se arrodilló a mi lado—. Solo has visto el palacio. Hay un mundo entero ahí afuera…

—Se siente como una cueva. Es pesada y antinatural y… me quiero quedar en el Olimpo contigo. —Mi voz se elevó, y parpadeé rápidamente. Romper en llanto hubiese  sido una manera segura para hacer que madre creyera que yo simplemente estaba muy emocional para pensar claramente. Sin embargo, nunca pensé más claramente en mi vida.

Madre envolvió sus brazos alrededor de mí, y por un momento me permití inclinarme contra ella.

—Querida, has sabido por un tiempo que esto se acercaba. Nunca permitiría esto si no estuviera absolutamente segura que la amarías.

—Pero no lo hago. —¿No entendía eso?

—Lo harás, con el tiempo.

—¿Y si nunca lo hago?

—Perséfone, mírame. —Inclinó mi cabeza arriba, y mis ojos encontraron los de ella—. Lo harás. Créeme. —Su confianza debería mostrarse de la misma manera en mí, pero yo estaba vacía—. Vendré a visitarte todo el tiempo. Este es el comienzo del resto de tu vida, no el final.

Ella estaba equivocada; era el final de todo lo que importaba. El final de los días recogiendo flores y bañada con la luz solar, el final de las noches sentada en su regazo mientras me contaba historias. Un profundo dolor me llenó, y tragué fuerte. Sin llorar. No hoy.

Aprendiz de Diosa : el legado de los dioses (4ta Parte) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora