Where are you?

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En serio estoy corriendo con esto, sacándole el jugo a los minutos antes de irme a trabajar.

—Rose

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—¿Qué carajos fue eso? —le oyó, pero estaba bastante ido como para tomarse la molestia de responder.

—La casa es demasiado vieja —uno de ellos se adelantó y habló casi en un hilo de voz, con una inseguridad bastante difícil de esconder—. Una pared, una columna colapsada. Trastos viejos... Cualquier cosa. Eso es lo que debe ser.

Él, por su parte, no dijo nada. Aún necesitaba recobrarse de lo que había pasado. El terror era grande y necesitaba calmarse, mucho más considerando que era la persona más sensata del grupo, modestia aparte. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero su mente errática comenzaba a llevarlo por diferentes caminos intrincados que distaban de causas lógicas, hasta que, en un rayo súbito de cordura, una palabra hizo eco entre sus sienes.

Sugestión.

Un fenómeno que ocurre cuando el contexto es idóneo para una mente imaginativa y comienza a crear rostros donde la sombra de un viejo árbol se filtra y comienza a trazar siluetas macabras tras la ventana del pasadizo; donde los ruidos de una casa vieja pueden tomar causas sobrenaturales y distan abismalmente de los ratones que bien pueden haber terminado de roer un armazón con un peso significativo. La sugestión por su propia historia familiar, por la historia de la casa, y la duda que creó el antecedente de sus tíos no hace más que cobrar relevancia cuando comienza a unir puntos y trazar el Trick or treat que su cerebro le ha jugado y ahora tiene mucha menos importancia que en un inicio. Cuando el cabello rubio es un patrón recurrente en la familia y la ropa no es más que un estereotipo marcado que su mente ha concebido sobre la época después de revisar documentos y ver fotos antiguas de los tiempos de la Reina Victoria, tanto como los de su línea sanguínea.

De pronto, la idea lo cobijó y sintió que el alma le volvió al cuerpo, mucho más cuando los golpes en su espalda se acentuaban, aumentando su intensidad.

—Estoy empezando a creer que tus cejas tienen peso propio, Drake —masculló el alemán entre quejas forzando la voz para hacerse oír.

Francis lo secundó de inmediato, por supuesto, quejándose de que le quedaría una marca morada en el cuerpo si no iban por hielo pronto. Alexander entonces miró hacia atrás descartando la idea de disculparse de inmediato. Su espalda le reclamaba con insistencia que se parara, pero la oportunidad de cobrárselas, aunque sea un poquito, le resultaba bastante tentadora.

—¡Al frente! —el español alzó la voz con el dedo índice apuntando directamente la puerta abierta, completamente congelado.

Todos hicieron caso al unísono y nadie dijo más, sumiéndose en un silencio infinito. Los cuatro se miraron entre ellos y, manteniendo el mutismo que habían creado, se pusieron de pie después de la estúpida caída que el inglés había propiciado en su ataque de pánico, casi tanto como el de cada uno de ellos, mientras el miedo se iba y la sanidad mental volvía a hacerse presente a pasos aletargados. Nadie mencionó ni los gritos ni la caída —quién sabe si por algo de amor propio— y vieron hacia el interior de la habitación otra vez, profundamente extrañados, con un escalofrío que recorrió sus espaldas y los llevó a plantearse si representaba un suicidio entrar.

—Adimensional —el francés murmuró con una mezcla de asombro y terror—. Es adimensional.

Ninguno se atrevió a decir algo o, siquiera, abrir la boca por un largo tiempo.

—Después de ti, Drake —Antonio habló atropelladamente, empujando por la espalda al inglés hacia el frente.

Los otros dos se le unieron de inmediato, afirmando repetidas veces con la cabeza en apoyo a lo que su amigo proponía.

Missed you soDonde viven las historias. Descúbrelo ahora