1. Ambivalencia

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Tricornio. Eran una especie de sombreritos que los soldados británicos utilizaban en el siglo XVII, XVIII y XIX, formaba parte de su uniforme. Solían ser de color rojo, aunque aquí lo cambié por azul.
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Las tropas militares británicas habían tenido una ardua preparación, se juzgaban capacitados para cualquier proyecto en puerta sin importar el grado de violencia de éste. Unos más valerosos, otros más estratégicos, otros el miedo petrificando su alma con el escozor del desasosiego.

La segunda división británica ubicada en Escocia se vanagloriaba de poseer uno de los dirigentes más gloriosos nunca vistos. No sólo la valentía que arrebataba la admiración y el respeto de su tropa, sino la perfecta combinación de un físico despampanante, una actitud cautivadora y la inteligencia de regente digno de tal cargo.

Zayn Malik representaba el sueño del hombre en pleno siglo diecinueve.

Sus irises, aunque amielados, resplandecían como el núcleo de unas pestañas tupidas y negras, tan grandes como su porte. La piel pálida contrastaba con el azabache de sus hebras bien peinadas, siempre cubiertas por el tricornio azul. Arrancaba suspiros, la labia significaba el cierre de sus relaciones sociales exitosas. Si caminaba por un sendero lleno de personas, ellas adulaban su camino con un mirar hipnótico y las sonrisas calentaban su alma cuando sostenía conversaciones esporádicas.

Dueño de docenas de corazones y un millar de suspiros, Zayn Malik se sabía poderoso, capaz y adorado. En el puño sostenía a un ejército entero, a cada hombre que se cruzaba en su camino.

Existía, empero, su contraparte.

Harry Styles, su igual y dirigente de la primera división británica, radicaba en el yang de Malik. La ambivalencia lo situaba en el extremo opuesto, privándolo de las excentricidades, de las gracias de su compañero y amigo. Reservado, tímido, ligeramente encorvado y poco expresivo.

La poca disposición a una charla amena en el inicio de la noche lo posicionaba en la última opción entre sus compañeros. Sus victorias y sus desgracias se encerraban en el mundo que le pertenecía a sí mismo; si salía herido, sólo a él le correspondía huir de las garras de Hades o de la neblina que cubría al limbo, sin manos cargadas de ayuda, sin labios profiriendo apoyo moral, sin miradas curiosas por su persona.

El infortunio lo golpeaba a puño cerrado, le obsequiaba deslealtades y gestos despectivos. Harry Styles, pese a calificar como un jovenzuelo promedio, pasaba desapercibido entre las oraciones diarias de sus conocidos, de su propio escuadrón. Mas no importaba. Sus radiantes irises verduzcas cubiertas por un velo de incertidumbre, resbalaban en las caras apáticas e ignoraban el silencio de su vida.

Se encogía y seguía adelante.

Prefería saborear la victoria dentro del metro cuadrado de su espacio personal, endulzarse a sí mismo con el orgullo propio, un orgullo que sólo era visible para sus propios ojos. Unas pupilas siempre dilatadas, tristes, profundas. Apagadas.

Unas crisoprasas brillantes que ocultaban un arduo trabajo de meses. Su valerosidad escondida lo posicionó, en tiempo récord, en el puesto donde se erguía. Un igual de Malik, su único amigo, el único hombre a quien le debía respeto y compartía, a veces, un par de palabras sinceras. Era Zayn quien le regalaba una sonrisa en momentos donde parecía ahogarse en la soledad.

— ¡Todos preparados! —vociferó Harry con voz ronca, sentado sobre un rocín negro—. Edimburgo nos espera.

—Sí, comandante.

La mano de Zayn palmeó su omóplato; a cambio, Harry le regaló el contacto directo y tibio con sus ojos hundidos, ansiosos. Edimburgo era sinónimo de un motivo de dicha para Harry, una nueva oportunidad para Zayn y la incertidumbre para todos quienes esperaban lo peor en esa guerra contra China.

Redemptio | Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora