8. Traidor

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Caray, me volé la barda. Un año. En fin, más vale tarde que nunca, jeje. 

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Harry se juzgaba preparado, junto a su tropa, para partir en cualquier momento. Bastaba una orden en los labios de su némesis y los caballos danzarían hasta encontrar la morada de Poseidón. Aguardaba frente a ellos, con el kepí inclinado hacia su frente sudorosa.

—Comandante Styles —La voz aterciopelada se percibió rígida, forzada. Harry frunció el ceño mientras se acercaba a su igual; el comandante de la tercera división—. Tengo dos prescribas para usted: la primera, es hora de partir hacia el puerto. El Mayor Malik mandó a avisar que nos alcanzaría en unas horas. Y segundo, el general Collins desea verlo en calidad de urgencia.

Calidad de urgencia. Pocas veces sucedía aquello; el comandante auguró una taquicardia. En su mente se formaba una película colmada de horrores que sólo su mente atestiguaba como reales, de escenas grotescas o sentencias de muerte disfrazadas de guerrillas inesperadas. Vaticinaba la voz áspera de su jefe en torno a una noticia desesperanzadora.

Al verlo con una expresión tensa, la expectación creció hasta sentirse en el estómago a modo de náuseas. Harry siempre odió situaciones como esas, en donde lo desconocido lo ahogaba por momentos.

Collins observó a su comandante con detalle, con desespero, con odio premeditado. Las cuencas de sus ojos se dilataban con el pasar de los segundos y el pellejo de su rostro parecía contener una explosión de lava ardiente, misma que inflamaba las arterias del cuello y las serpientes agónicas de sus sienes. Una antítesis del hombre en la víspera.

—Me informaron que deseaba verme, mi general. —Harry pasó saliva con dificultad, sus gesticulaciones se oponían a la vorágine de sus emociones—. Aquí estoy a sus órdenes.

—Muy bien. —Comenzó, el peligro se desbordaba de sus labios en forma de saliva; espesa y caliente—. No me voy a ir con rodeos, porque no me gusta perder el tiempo y más cuando éste vale tanto como nuestras propias vidas; sé que usted piensa de la misma manera así que seré directo: el día de ayer, la división número cuatro se desvió directamente hacia el puerto de Glasgow y llegaron en la madrugada de hoy, encontraron una embarcación enemiga que zarpaba con un cargamento de nuestra pólvora. —Harry contuvo el aliento, su sorpresa se vislumbró en las cejas enarcadas—. Una pólvora que estaba completamente resguardada y escondida en un lugar del cual sólo nosotros teníamos conocimiento. No hay más que agregar, salvo la considerable baja que tuvimos en la tropa y la pérdida en nuestra pólvora.

La mente de Harry elucubraba tan rápido como la mamba negra, con el eco de sus escamas en cada rincón de un laberinto peligroso y los reflejos de sus músculos expuestos en la sinapsis que lo arrastraba por conclusiones descabelladas. Deseaba indagar un poco más, pero la tez enrojecida de su superior le ordenaba de manera tácita un silencio que olía a amenaza.

—No sé si usted sea consciente de esto, Styles, pero no hay forma de que las circunstancias se hayan dado por mera coincidencia. La embarcación sorpresa, tanto aquí como en Edimburgo, y el hurto de algo completamente resguardado no son obra de Dios nuestro señor; es, más bien, consecuencia del Judas de nuestra tropa y, lamento muchísimo esto, todo apunta a que ese Judas es usted, comandante.

La sorpresa estrujó con su mano ardiente los dos pulmones, y la repercusión de la taquicardia le tapaba los oídos con el grito de un mártir. Cuando intentó hablar, su garganta salió lastimada: — ¿Mi general? ¿Yo, un traidor?

—Pese a la fama que le precede, nosotros somos testigos de las cosas que ha hecho por esta tropa. Ha estado a punto de pagar con su vida y eso es algo que no podemos ignorar. Pero, así como creímos más en sus acciones que en su fama, esta vez las coincidencias están en su contra. —La confusión nublaba el raciocinio de Harry; de pronto se esforzaba por recordar algo que pudiese incriminarlo, y al mismo tiempo, sentía la desesperación reptar por cada rincón de piel—. El Mayor Malik nos ha dicho que hace tres días se desvió hacia Newhouse cuando su división venía para el centro de Glasgow. Estuvo ahí una cantidad considerable de tiempo con un mozo desconocido y, según los soldados, le cedió dos caballos y sus prendas de valor. No encuentro otra explicación más que un pacto que pudo haber desencadenado lo de esta mañana.

Redemptio | Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora