25 DÍAS PARA UNA NAVIDAD PERFECTA

Prólogo

25 de diciembre del pasado año. 03:17 am.

—Está muerta.

La voz del médico fue un corte preciso para interrumpir nuestro suplicio e insertar una relevante penuria.

Los villancicos se oían con suma claridad, las luces decoraban las límpidas paredes blancas y el aroma a frutos secos se percibía a la lejanía en aquel pequeño hospital.

Mi hermanito no lo comprendía, y tampoco podía culparlo por la poca edad que tenía. Su desaforada inocencia no le permitía creerlo. Deseé tener la misma y no afrontar la pesadumbre.

Mi padre enloqueció en ese instante. Descubrir que el amor de tu vida acaba de fallecer ha de ser duro, pero no sé si tanto como perder a una madre.

Vi sus ojos, se llenaron de lágrimas y luego un brillo de furia se cruzó. Comenzó a gritar en nombre de ella, sollozar por la injusticia de su muerte, clamar por que regrese. Pero todo era en vano, ella ya no volvería.

Tomó la serie de luces de colores y las tiró al suelo, las pisoteó hasta convertirlas en añicos. La radio donde salían las canciones navideñas la destruyó con un solo puñetazo. Derribó el árbol que se destacaba por la alegría que emanaba en los pasillos del hospital. Nada le importó, ya no había nada que le importase si no estaba mamá.

Protegí a mi pequeño hermano con un fuerte abrazo; uno que evitaría ver la ira que irradiaba el cuerpo de mi padre; uno que acallaría las palabrotas que de su boca salían; uno que le hacía entender que yo me haría cargo de él.

Y justo en el momento que mi padre le juró odio profundo y eterno a la navidad, yo le prometí a mi hermanito que en la siguiente todo mejorará.

Haré todo lo posible para que no se convierta en un niño rencoroso que odia las festividades, sino uno que las ame como cualquier otro, sin tener que recordarla como una fecha donde todo es oscuridad y tragedia, sino amor y familia.

Sé que no será tan sencillo como promete el destino.