Capítulo 2: Adornos

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1 de diciembre.

Proyección: Debes buscar todo lo que identificas como tu navidad ideal y adquirirlo. Cada vez que veas aquel adorno te tiene que transmitir sentimientos bonitos, mágicos y nostálgicos. Así es como decides qué vale la pena comprar y qué no.

Necesito llorar.

Sus palabras siguen girando en mi cabeza sin detenerse en algún punto específico. Todo lo que siento se resume en eso; inmensurables ganas de lagrimear en el hombro de alguien más. Deseo más que nada derrumbarme y perderme por horas en un mundo donde el dolor no exista.

Pero eso no es posible.

Ayudar a papá a preparar el almuerzo es lo que corresponde, así que, borrando cada huella de tristeza, formo una excelente sonrisa y me coloco el delantal en las caderas. Él me mira desde las dos cabezas que me lleva y se hace a un lado para que yo prosiga con la tarea de cortar verduras.

—Papi, lo he pensado mucho y... —mi tono de voz se agudiza, queriendo lucir tierna frente a él para que me otorgue permiso de hacer lo que quiero.

—No, Mackenzie—me corta, ya hastiado de la misma situación de siempre. Ata su largo cabello en una cola baja y continúa removiendo algo en la cacerola con su semblante inescrutable—. La respuesta es no y ya no insistas.

—Jacob no tiene la culpa de lo que le ocurrió a mamá —musito sincera. La histeria emana sin permiso y mis brazos caen apesadumbrados a mis lados—. Duele, claro que duele, pero él sólo quiere pasar una navidad como las que había cuando estaba ella. Sabes que ella adoraba esta época, ¿no podríamos hacerlo en forma de homenaje?

—¡No habrá ninguna fiesta navideña bajo mi techo! —brama con exageración al instante que golpea con su puño la mesada.

Guardo silencio sumida en mis vagos recuerdos. Mi padre era grandioso, de las mejores personas en mi vida, sin embargo, desde aquella festividad no volvió a ser el mismo. Ahora es más gruñón, terco y frío.

Cada vez que nos acercamos al tema de las fiestas se encierra en un caparazón y no escucha razones. Qué impotencia.

—¿Juegas conmigo, Mack? —me invita Jacob picando mi pierna con un autito de juguete.

Jacob es mi hermanito pequeño de cinco años. Sus ojos siempre parecen estar brillando con su hermoso color café y sus labios son tan gruesos que lucen como si constantemente estuviera haciendo puchero. Es más inocente que los chicos de su edad, pero también más inteligente y sagaz.

Observo a mi padre preguntándole en silencio si se encarga del almuerzo él solo. Asiente y me dirijo a la sala con mi hermano agradeciendo el escape del tenso ambiente. Ambos nos sentamos en la alfombra hindú apoyando la espalda en el sofá de caucho, él me tiende uno de sus autos.

—Oye, Jacob, ¿sabes qué fecha se acerca? —le pregunto mientras giro el carro azul plástico en el suelo. Mis cuerdas vocales adaptan un deje emocionante, como esos programas infantiles que ve en las mañanas. Él niega con su cabeza alborotando su cabello oscuro— ¡La navidad!

—¿Santa vendrá? —su ilusión está allí entre su sonrisa y ojos chispeantes.

¿Cómo sería capaz de quitársela?

—Puede ser... —susurro con dulzura—. Pero a cambio debes guardar un secreto —elevo mis cejas probándolo.

—¡Sí! Soy genial guardando secretos.

Su confirmación me basta para ingresar a la página web del folleto y llenar la inscripción con mis datos. Allí explica que hoy es la primera sesión del taller y que cuando el curso se termine saldremos siendo unos "organizadores navideños prometedores". Supongo que suena tan bien como que sea gratuito.

25 DÍAS PARA UNA NAVIDAD PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora