Capítulo 1: Folleto

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30 de noviembre.

Motivación y convicción: Tienes que estar comprometido con la navidad, jurar que no la abandonarás y nunca hablarás mal de ella. No importa si tus razones son las correctas o incorrectas, lo transigente es tenerlas para aferrarse a ellas cuando los obstáculos comiencen.

Pretendamos que no.

Por un día finjamos que no hay catástrofes importantes, actuemos como si no hubiéramos llorado por la madrugada hasta dormir, pretendamos que nuestra vida es maravillosa. Sólo por unas horas dejemos que todo sean sonrisas alegres, cancioncillas tan absurdas como pegadizas y una vibra motivadora.

Permitamos que nos hagan creer que no hay problema tan intricado que la navidad no pueda resolver.

Adoro la navidad. Sin importar que ella misma fue quien me arrancó a mi madre de mis brazos careciendo de compasión, inconsciente del futuro que nos esperaría, egoísta por quererla para ella sola.

—¡Hey, lindo! —pido por su atención formando una sonrisa indiscreta. Al oír mi chillona voz descubre que estoy entusiasmada y enérgica— ¡Tengo una idea!

Él se gira con ambos helados y me entrega el mío colorido. Se sienta en el sofá aterciopelado para sonreír luego de pasar un brazo sobre mis hombros.

Con el disfrute de las vacaciones y el severo calor del verano, la heladería Lovely se tornó en nuestro propio espacio. El lugar está repleto de colores azulados y decoraciones que simulan copos de nieve colgando del techo, con una iluminación blanquecina que resalta algunos detalles plateados en la cartelera con los sabores de helados.

—¿Qué está pasando por esa cabecita ahora, Mack? —bate su cabello azabache con la mano que tiene en mi hombro para acercarse intencionalmente. Sus labios están cercanos a mi oreja, exhalando un aire cálido que me resulta satisfactorio.

—Es sobre las fiestas...

Sí, su mirada no me transmite cosas muy bonitas. Se ve abrumado, como si sus iris avellana atraparan sus pupilas para llevarlas al lado del cansancio o aburrimiento. Él resopla distanciándose de mí, eliminando cualquier contacto con mi cuerpo.

Pero no puede ser tan malvado como para rechazar mi ingenioso plan. Yo lo conozco... o algo así.

Hace tres meses conocí a Rick en esta misma heladería, hace dos que somos novios. Con él las cosas fluyen de una manera apresurada que resulta ser adictiva. Un vistazo de esos ojos y caigo enamorada; un par de palabras cariñosas y acepto una cita; una larga charla fue el último paso para ser novios.

Conozco a los tipos como Rick, todos mis amigos son hombres y me atrevo a presumir que comprendo la enrevesada lógica masculina. Tal vez la diferencia de tres años de edad lo haga ver como un aprovechador, sin embargo, ¿por qué tacharlo de cualquier adjetivo antes de conocerlo?

Guardo esperanzas en él. ¿Qué tanto me puedo equivocar en creerle?

—Haré una gran fiesta —anuncio llenándome de una encantadora y renovable emoción—, llamaré a los familiares más lejanos e incluso contrataré esos juegos inflables para que mi hermanito se divierta. Cocinaré todo con la ayuda de mis primas y pondré los parlantes antiguos en el jardín para que la música resuene por toda la cuadra. Todo será perfecto y tú estarás ahí.

Un mal presentimiento se aloja con ligereza en mi cuerpo. Mi intuición jamás falla y sus ojos tampoco mienten. Me duele que me mire así, como si estuviese loca.

Entonces me arrepiento de haberle narrado (mientras lagrimeaba sin cesar) mi historia familiar. Quizás él no merecía escucharla.

—Pero tú no tienes corazón, ¿verdad? —farfulla haciendo que sus fosas nasales se dilaten y sus facciones se tornen rígidas.

Su cara se tiñe de rojo y en parte sé que quien habla es su pasado, no él. Porque como yo le había contado sin miedo lo que ocurría en mi familia, Rick también me había susurrado en mi oreja la suya.

Esa ocasión era una noche silenciosa y preciosa, hecha a medida para unas confesiones sentimentales.

Sus padres murieron en un accidente de avión, él pasó mucho tiempo en un orfanato, donde la malvada administradora del lugar hacía su vida un poco más miserable de lo que ya era. Nada de navidades, nada de halloweens, nada de cumpleaños y, por supuesto, nada de alegría en su turno. Tras cumplir dieciocho, el orfanato lo dejó salir y con un trabajo comenzó su vida desde cero.

Él no conoce lo que es una fiesta familiar de verdad y me da muchísima pena. En ocasiones traté de abrazarlo para disipar ese terror a lo nuevo que arrastra, aunque en el fondo entiendo que mis brazos no le surten ese efecto. No le gusta estar expuesto o vulnerable, mucho menos derrumbarse a causa de una niña entrometida de diecisiete años a la que suele llamar "novia".

—¿A qué te refieres? —cuestiono con inocencia. Mi puchero involuntario le hace entender que no quiero una pelea entre nosotros.

Dicen que la primera discusión es la más dolorosa... y no sé si estoy lista aún, no deseo que sea esto lo que la provoque.

—Eres demasiado desconsiderada... —le musita al suelo. Deja unos segundos de silencio en los que me olvido que estamos en la heladería, que decenas de niños gritan por su cono, donde los meseros refunfuñan por no querer hacer su trabajo y la luz penetra las ventanas dando una calidez exquisita. Me concentro únicamente en él y veo un manchón negro a su alrededor. Finalmente, sus ojos regresan a los míos y su voz se torna gélida e intimidante— Tu padre está en lo correcto al prohibirte festejar las fiestas después de lo sucedido, Mackenzie, no lo contradigas.

—¡Es que tú no lo entiendes, Rick! —apremio frenética. Tomo su mano e intento entrelazar nuestros dedos, pero no me lo permite. Mi voz es invadida por los viejos tiempos y pronto se vuelve melosa, como si una niña pequeña contara con ilusión algo asombroso—. Tú jamás has festejado la navidad y entiendo que tus recuerdos de ella sean nulos. Pero compréndeme tú a mí también, esto es algo magnifico, y si estuvieras allí lo sentirías. Es mágico... No sé cómo describirlo, pero te aseguro que lo adorarás.

—¡Ella murió y tú celebrarás el día de su muerte! ¡Entiéndelo, Mackenzie, eso es enfermizo! Es escalofriante que lo digas con ese entusiasmo cuando el año anterior sucedió una tragedia, ¿es que acaso no te lo tomas con seriedad? ¡Por Dios, respeta el cadáver de tu madre! —suelta su mano de la mía como si llevara corriente. En este momento siento que lo desconozco, me trata como a una cucaracha y sus ojos saltones, sorprendidos por mi actuar, me hacen pensar por un segundo que yo realmente estoy mal— ¡Eres una desquiciada!

Mi ánimo decae en picada, mi corazón se siente dolido por sentir que está titubeando entre mi creencia y su raciocinio.

Desvío mi vista a la mesa ratona contigua y diviso un folleto que se me antoja como una señal divina. Lo tomo entre manos para leer por encima la información. "25 DÍAS PARA UNA NAVIDAD PERFECTA" destaca como título escrito con una mayúscula llamativa e inquietante.

No importa lo que Rick grite, las últimas palabras que mamá me dirigió me recuerdan el por qué hago todo esto y sé que ya no debo cuestionarme más. He tomado una decisión.

—Probablemente estoy desquiciada, tenga pensamientos enfermizos y vaya a un manicomio como tú dices. Si es así, debes saber desde ahora que jamás aceptaré tu visita —declaro en un tono tajante, absorta en el papel muy bien decorado.

Me levanto para retirarme en silencio con esa salida que considero triunfal.

En parte sé que estoy interesada en el folleto por el simple hecho de que quiero probarle algo a él, aunque no sé muy bien qué.

—¡¿Eso significa que terminamos?! —definitivamente, con Rick me equivoqué.

Su alarido destilando incomprensión me detiene justo frente a la puerta de vidrio. Voltearía, pero comprendo que si detallo su hermoso rostro me arrepentiré y volveré a sentarme para dejar que me absorba al punto que me olvidaré de todo lo que me gusta.

—¡Sí! —vocifero moviendo mi cabello hacia atrás de mis hombros antes de empujar la puerta y escapar lejos de mi relación.

Veamos quién es el desquiciado dentro de 25 días.

25 DÍAS PARA UNA NAVIDAD PERFECTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora