II: Corriendo por el pasado

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Te vi a lo lejos, una vez más, y corrí para alcanzarte en esa oportunidad. Parecía que corría en cámara lenta, y se me ocurrió que debía de verme ridículo, corriendo como un loco, como un verdadero desquiciado, con todo el cabello enmarañado, grasiento y transpirado. Llegué a creer que, de un momento a otro, el tiempo se detendría cuando estuviera muy cerca de ti, y que todo lo que nos rodea, que el mundo tal y como lo conocemos, habría de terminar, que habría de desvanecerse como una vela que deja de iluminar ante un repentino soplido. Sin embargo, contra todo pensamiento de la demás gente, que ni me importaba tampoco, seguí con mi marcha con el objetivo de alcanzarte, de poder llegar a tu lado y abrazarte. Corría como nunca lo había hecho en mi vida, y mis piernas, a penas sí me respondían; en una terrible parodia me creí el coyote siguiendo al correcaminos, en una cacería infernal que parecía no tener fin.

Todo lo que aconteció a continuación sucedió tan deprisa que ni mis ojos, ni tampoco mis sentidos, habían logrado dar crédito. En primer lugar, casi me tropiezo con una gran piedra, me quedé viendo el piso para no perder el equilibrio y para no fallar en mi intento por... alcé la vista exaltado y, mirando hacia atrás por sobre mi derecha, vi que Juan, mi mejor amigo, me había tomado por el hombro cuando había reducido un poco mi velocidad para evitar caerme. Esa piedra no había estado allí, ni tampoco Juan había estado en aquel lugar antes, de eso podía tener la certeza absoluta, podía apostar mi vida teniendo la seguridad de que iba a ganar pero... ¿Pero no se había dado cuenta de lo que yo estaba intentando hacer? ¿O, justamente, lo sabía y por eso se encontraba allí?

Ni me molesté en explicarle, solo aparté su mano con determinación, indiferencia y frialdad ante su presencia. Nada podría detenerme. Corrí y corrí, queriendo gritarle que se detuviera, que me esperara, pero nada podía brotar de mi boca. Era como si el cansancio, y mi fatigada respiración, me lo estuvieran impidiendo. Sin embargo ya estaba cerca, ya faltaba poco. Vi que el camión se acercaba otra vez, con el morro que parecía tremendamente satánico, como si gozara con lo que estaba a punto de suceder, con lo que quería hacer... no si yo podía evitarlo, de una vez por todas.

Estaba adolorido, mi brazo derecho y mi cabeza martilleaban como nunca me había sucedido jamás, pero haciendo acopio de todas mis fuerzas, hice lo imposible y pude recuperarme. Ya estaba muy cerca, y si estiraba un poco más mi brazo, entonces en esa oportunidad lo lograría... y comencé a estirarlo al fin y... entonces... sufrí un dolor muy agudo en mi pie derecho, una puntada tremenda, un dolor indescriptible que me había hecho caer arrodillado, como si frente a mí se encontrara no sé qué alto rey o príncipe al que le estuviera jurando mi eterna lealtad. Mi pie se torció e hinchó de inmediato, y las tremendas palpitaciones que de él debían de surgir, eran una sombra sorda y silenciosa en esos momentos.

Quise volver a incorporarme, pero mis brazos, y mi otra pierna, habían flaqueado de una manera tal que me había dado la impresión de que alguien se había sentado sobre mí, sobre todo mi cuerpo, aplastándome contra el pavimento de la vereda. De repente oí la bocina y el chirrido horrible de las gomas al frenar el camión de repente. El olor a quemado me había hecho vomitar, y medio segundo después, pude percibir, con claridad, el grito desgarrador y agónico de ella. La había vuelto a perder otra vez, el dolor había accedido en mí como si hubiera estallado, luego de haber comprendido que todo lo que había hecho había sido en vano. Me dejé absorber por él, y no pude evitar caer desmayado.

Cuando abrí mis ojos, la falta de luz me dio la pauta de que era de noche, los truenos crecientes habían sido la causa de mí despertar. Encendí la luz de mi habitación, pero era tan fuerte que me cegaba. Tardé unos minutos más en acostumbrarme, y cuando pude ver que, bajo la lámpara de mi escritorio, se alzaba reluciente mi pluma en la base de madera de roble que había conseguido en una tienda de antigüedades, junto al tintero y a unas hojas escritas desesperadamente y de manera muy poco legible, decidí volver a escribir todo una vez más. Ya nada me importaba. Sabía que siempre había sucedido algo nuevo, como si las cosas cambiaran, segundo a segundo, ante mis acciones, supe que tenía un pie destrozado ahora y que eso era mucho peor que lo que tenía en mi brazo, o la fuerte jaqueca que, a veces, accedía con todo su tremendo dolor. Todo aquello me hacía mucho más lento. Y, aunque reconocía que no era lo suficientemente rápido para escribir, no perdía la esperanza, jamás lo haría.

Aparté las hojas escritas, hice un bollo con ellas y las arrojé al pequeño tacho que tenía a la derecha, y que ya se había llenado hasta la mitad. Corrí la silla hacia atrás con brusquedad, y me senté en ella con una mueca de dolor, tomé una pastillas para aliviarme tanto del dolor físico como de los nervios que comenzaban a crecer en mí como en todas las demás ocasiones. Tomé un par de las pocas hojas en blanco que me quedaban, remojé la pluma en el tintero, y luego de lograr dejar mi mente en blanco, comencé a escribir todo desde cero, una vez, más bajo una noche de tormenta con densa lluvia, rayos, truenos y granizo. Procuré hacerlo lo más rápido que me fuera posible, intenté volver a reescribirlo todo de la mejor manera posible, de la única que valía y vale la pena en mi vida... procurando salvar su vida esa vez, antes que quedara destrozado y de que ya no pudiera hacer nada más. Solo quería verla sonreír una vez más...



FIN

Imágenes de ultratumba y otras paranoiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora