Quédate.

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En medio de mis tormentos,
apareció una luz,
diferente, inusual,
se fue acercando,
sentí pavor,
pero en un primer instante que lo tuve de frente,
fui corriendo,
y perdidamente caí, rendida,
el calor de esas manos me protegió, me abrigó,
y por primera vez,
después de mucho tiempo,
me sentía en mi hogar.

Esas heridas que tú mismo provocaste  con tu partida, sanaron de repente, cicatrizaron de inmediato, como por arte de magia.

Es como si el tiempo y el espacio entre nosotros nunca hubiese existido.

Una pesadilla que acabó con las lágrimas de cocodrilo,
pero estas, eran de felicidad,
llena de algarabía porque al fin te tenía aquí, conmigo, en mis brazos, y te acercaste, me atrapaste,
me arropaste, me besaste,
justo como era antes.

¿Podrías quedarte conmigo para siempre?, pregunté de repente.

Amor mío,-dijiste- siempre te he tenido presente, en cada momento has estado aquí, conmigo, -señalaste tu pecho en donde se encuentra el corazón.-

Y cuando dos almas se aman- me tomaste de las manos- no hay nada ni nadie quien los pueda separar, así estén a miles de kilómetros o al otro lado del mundo.-entrelazaste tus dedos, junto con los míos-.

Tú querías descansar, mas yo estaba inquieta, no podía creerlo, parecía un sueño, que después de tantos años, quien diría,
que aparecieras de repente, intactos los sentimientos,
aquellos que nos abarcaron cuando tú tenías 20,
mientras que yo 17,
justo antes de que te enviaran,
a combatir a la guerra,
aquel día donde comenzaba el invierno.

Pensamientos en Crisis ExistencialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora