Capítulo 3

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Ese era el blader que yo conocía, el que me había salvado de la oscuridad, el que alimentaba mi espíritu y mis ansias de ser más y más fuerte.

Mi rival y mi compañero.

Mi Ginga.

~∆~

—Bien, y exactamente ¿cómo piensas bajar de ahí? —le preguntó Madoka, con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

Esa era una buena cuestión. Escuché a Benkei reírse por lo bajo — ¿necesitas una mano, Ginga?

Mi pelirrojo parpadeó un poco, como si ni siquiera hubiera considerado ese predicamento -cosa que no me sorprendería- y luego desvió la mirada a nuestras espaldas.

Levantó una mano y señaló —más atrás hay una bajada más inclinada. No se preocupen, los alcanzaré en unos minutos —y dicho esto, echó a correr, con su sonrisa de siempre. Qué agradable era volver a oír su voz.

Bueno, claro que estaba dispuesto a subir esa montaña si hacía falta... pero no negaré que era un alivio saber que no tendríamos que hacerlo. Pasamos la noche en vela y mi paciencia ya había sido puesta demasiado a prueba estas últimas horas como para aguantar ahora a dos pequeñajos malhumorados por no haber dormido ni cenado...

Mejor no dejo que mis pensamientos vayan por ahí o me dará hambre.

"Demonios Gin, lo que hago por ti. Espero que seas consciente de ello" pensé mientras corríamos de regreso, casi a la par de Ginga.

Le tomó un poco más de lo que había pensado, al parecer, encontrar una bajada que fuera segura; casi estábamos de regreso en el portón. Demonios ¿cuánto más tendría que esperar para volver a tenerlo entre mis brazos? La espera era desesperante.

Lo vi deslizándose con cuidado por la ladera, causando que algunas piedritas sueltas cayeran también, iba a acercarme para tenderle la mano cuando el ladrido del perro parlante nos sorprendió a todos.

—Oikuto —fruncí el ceño cuando Ginga nos pasó de largo, para ir hacia el perro blanco que corría hacia acá, con el borrego detrás — ¿Hyoma?

— ¡Ginga! —era fastidioso oír la emoción en su voz, por alguna razón, pero más lo fue ver como el albino se le aventaba encima para abrazarlo ¡Literalmente lo tumbó al piso! Ahora Ginga estaba sentado con los brazos de Hyoma alrededor de su cuerpo. Gruñí por lo bajo sin apenas darme cuenta de que Benkei me miraba extrañado —Hay que ver cómo eres —empezó Hyoma, medio arrodillándose a su lado y sin soltarlo —ni siquiera esperaste a que regresara a la aldea, solo viste a Oikuto y te fuiste ¡Eso no se hace, mal amigo! —a pesar de que se estaba quejando, su boba sonrisa no desaparecía y solo hizo reír a Ginga —yo también te he extrañado —eso fue dicho más bajo, pero alcancé a escucharlo mientras el borrego volvía a abrazarlo.

—Lo siento mucho, amigo mío —Ginga se llevó una mano al pelo, en ese gesto tan común suyo —digamos que era una situación de emergencia.

Hyoma volvió su cabeza hacia la montaña —si subiste hasta allá, me imagino. Lo que me recuerda —luego hizo una pausa y miró a Ginga con genuina molestia — ¡Estás helado! —exclamó en reproche. Y aunque era algo que debería ser evidentemente, considerando la situación, también me preocupó.

Ginga parpadeó varias veces —bueno, es obvio. Acabo de bajar de la montaña ¿sabes? ¡Y me cayó encima un deslizamiento de nieve!

Hyoma volvió a abrazarlo y yo a gruñir —vas a matarme de preocupación un día de estos, Gin —por fin lo soltó y se levantó —vamos a casa —le tendió la mano para que se levantara, pero antes de que mi pelirrojo pudiera hacer nada, Kenta y Madoka se le fueron encima también, entre lágrimas, para saludarlo y reclamarle, diciéndole cuánto lo habíamos extrañado, cuán preocupados estábamos y pidiéndole que no volviera a darnos estos sustos.

Entre Colmillos de León y Cuernos de CarneroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora