Capítulo 7

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La mañana despertó a Kyouya más o menos temprano, y dado lo mucho que había dormido las últimas horas -y muy a gusto- el león adolescente se levantó con la energía para ponerse en marcha enseguida.

Todo esto, respaldado por el hecho de que Ginga, una vez más, no estaba a su lado al despertar como para contagiarle las ganas de quedarse en cama, acurrucados y charlando o intercambiando besos y mimos.

Sin contener un gruñido molesto, el oji-azul se apresuró a buscar y ponerse su ropa habitual, tomando su gabardina verde en una mano para luego salir de la habitación en busca de su, aparentemente escurridizo, compañero.

Pegasus estaba junto a Leone en una de las mesitas de noche, por lo que su dueño no debía estar muy lejos.

Antes que nada, pasó por el baño y se lavó la cara; escuchó movimiento en la sala, así que se encaminó ahí a continuación, solo para encontrar al propietario de la casa, de vuelta en su playera salmón y jeans oscuros, con una escoba en manos y limpiando el salón principal.

Kyouya se recostó contra la pared, al borde del pasillo, mientras lo miraba. No pudo evitar una sonrisa al darse cuenta de que Ginga tarareaba por lo bajo y movía la cabeza o las caderas mientras limpiaba. Lucía realmente animado, como no lo había estado desde su batalla contra Ryuuga, y eso, por efecto inmediato, llenaba de ánimos al joven peliverde.

—No me esperaba una vista así. El pequeño viajero solitario como amo de casa —no pudo evitar bromear a su costa, mostrando esa sonrisa de lado que exhibía su colmillo.

— ¡Kyouya! —el pelirrojo se sobresaltó, y casi deja caer la escoba —bu-buenos días ¿dormiste bien? —consiguió preguntar, dándole una sonrisita nerviosa.

Kyouya caminó hacia él —pareces de buen humor —mencionó, mientras llegaba a su lado y le levantaba la cabeza al poner dos dedos bajo su barbilla —y sí, dormí bastante bien —ronroneó, antes de besarlo.

Ginga se sonrojó ligeramente y dio un pequeño bote, pero no pudo no corresponderle y derretirse en ese beso —tú también pareces haber despertado de buen humor —se rió entre dientes, antes de echar un vistazo al pasillo, un poco nervioso de que alguien los sorprendiera.

Kyouya solo le mordió el labio inferior en reprimenda, luego de rodar los ojos — ¿quieres ayuda?

—No hace falta.

Kyouya volvió a poner los ojos en blanco —deja esa tonta cortesía —le robó otro beso y se dio la vuelta —arreglaré la habitación.

Ginga se relamió los labios, mirándolo con una pequeña sonrisa —gracias.

Kyouya le dio un guiño antes de pasar la puerta y Ginga suspiró suavemente antes de retomar su tarareo y el aseo de su hogar.

El pelirrojo estaba feliz de que sus amigos estuvieran allí con él, porque evitaban que la nostalgia y el dolor de la pérdida lo golpearan.

Kyouya dejó la puerta abierta, solo para seguir escuchando el tarareo de Ginga, mientras acomodaba almohadas y tendía las mantas de la cama; recogió también las toallas que habían​ tendido en la ventana y las dobló, dejándolas apiladas sobre una de las cómodas de la habitación. Recogió a su Leone y a Pegasus de la mesita, guardó su bey y salió de regreso a la sala para encontrar a Ginga en la puerta, barriendo un poco de polvo fuera; le tendió el bey azul y luego se acomodó su gabardina verde.

—Despertaré a los chicos para que vayamos a desayunar donde Hyoma —mencionó, mientras guardaba a su Pegasus —conociéndolo, ya debe estar casi listo.

— ¿Por qué tan seguro de que no sigue dormido? —comentó el joven león, entrelazando las manos tras la cabeza.

Ginga señaló el sofá al pasar —mi ropa estaba aquí esta mañana, lo que significa que se levantó mucho antes que yo —Kyouya miró al mueble, encontrando la chaqueta azul de Ginga perfectamente doblada aún allí. Gruñó por lo bajo.

Entre Colmillos de León y Cuernos de CarneroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora