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«Estábamos aburridos en el cielo, así que bajamos al infierno para jugar»

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La mujer aclaró su garganta poniendo una mano en su pecho con delicadeza.

—Cariño, te hice una pregunta.

La semana apenas iniciaba y JongIn anhelaba meter ese tenedor de plata tan limpio e impecable justo en su ojo derecho; está vida lo estaba matando.

—Sí, sí, lo que quieras, compra lo que quieras. —concluyó levantándose de la mesa, no sabía lo que su esposa le había preguntado, y sinceramente no le importaba.

El divorcio pasaba por su cabeza cada día de la semana, del mes, durante esos doce largos años de matrimonio. No podía pedirle el divorcio, si lo hacía, su padre no le daría la herencia que tanto deseaba —cincuenta millones de dólares irían a manos del vicepresidente de la empresa—.

La casa de los suburbios era demasiado cliché, de dos pisos, con un envidiable jardín; el cual era constantemente cuidado por el jardinero que pagaban, tenía ventanas amplias, un color cálido, habitaciones medianas, con una ama de casa que no hacía otra cosa más que gastar y gastar su dinero.

Sentado en el sofá de la sala, mantenía su vista en ese gran cuadro que contenía la foto de su mujer sentada sobre su regazo; ambos sonreían como si fuesen el matrimonio más perfecto y feliz de todo el mundo. La más explícita hipocresía.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un interesante sonido, un sonido que no escuchaba en los suburbios desde hace muchísimo tiempo. Desde la ventana de la sala espiaba con cuidado el movimiento de personas, hasta darse cuenta de que alguien efectivamente se estaba mudando a la casa de al lado.

Al fin sucedía algo diferente.

—¿Quieres acompañarme a ver una película en la habitación? Es romántica, salió apenas hace una semana y media—JiHya amarró su bata de seda, abrazando a JongIn por detrás envolviendo la cintura de su esposo con sus delgados brazos.

—No gracias estaré ocupado. Quiero ver quién se está mudando. —se soltó del agarre de su esposa y salió al jardín delantero, estaba predispuesto con sus posibles nuevos vecinos.

Sus ojos viajaban de un lado a otro, solamente podía ver a los trabajadores moviendo los muebles del camión directo a la casa, no había rastro alguno de los dueños y eso lo puso en alerta.

Un joven con grandes ojos y de tez blanca lo saludó batiendo su mano en el aire. JongIn lo analizó con cuidado; ese chico tendría máximo veinte años.

Frunció el ceño con aire de superioridad, parecía ser un chico problemático todo en él lo decía a gritos—su ropa, su peinado y su sonrisa eran claras señales de que meterse con él no traería nada bueno—.

Entonces, ¿Qué sería del hijo de sus nuevos vecinos? ¿Se mudaron porqué mató a alguien? ¿Violación? ¿Enfermedades mentales? JongIn amaba sacar conclusiones precipitadas, era su pasatiempo favorito.

—Buenos días señor vecino. —el chico estaba varado ahí en la división de ambos jardines mostrando su mejor sonrisa. JongIn se mantenía serio y con los brazos cruzados, ser amable mostraría ser permisivo, y él por definitivo no lo era.

—No veo a tus padres. —exclamó con tono autoritario, el cual se fue al caño cuando el chico se rió por lo bajo.

¿Había sido muy exagerado en su entonación?

prohibi-DO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora