Te eché de menos...

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Jacob llevaba días sin dirigir la palabra a nadie. Encerrado en sí mismo como nunca antes, sus amigos se preguntaban si podían remediarlo con algún mejunje de Scamander... al menos temporalmente. De momento sólo calibraban está opción viéndole inanimado frente al gran ventanal, abrazado a la foto móvil que una y otra vez les reproducía a él y a Queenie besándose. Vestían de boda, pero sin alianza. El Ministerio de Magia MACUSA nunca había permitido la relación entre los no-maj y los magos, y por ende, el pastelero no sólo tenía que fingir no conocerla con su propia familia, sino que además debía resistirse a buscarla. Tina no soportaba tampoco aquella situación. Todos creyeron que la hermana pequeña de la auror explotaría en llamas cuando Grindelwald elaboró su campo azul, sin embargo, la bruja pasó sin ningún altercado. Darse cuenta del peso que tenía el amor por aquel humano había traspasado las barreras de la ética que le enseñaron de pequeña, su mentalidad realmente confiaba en las promesas del brujo y, por tanto, cruzó el umbral con libertad.

—¿Has pensado en desmemorizarle?

—Hay ya demasiados recuerdos con ella y con nosotros en su mente. Quedaría vacío.

—¿Más de lo vacío que está ahora? Newt, por las barbas de Merlín, mírale. Está deprimido.

—Pienso que es cuestión de tiempo que Queenie contacte con él.

—No sé cómo ha sido capaz... nunca ha desafiado las reglas de este modo. Te lo aseguro. Yo era la traviesa de las dos, siempre metiendo las narices donde no me llamaban.

—Cree que es una buena causa y eso es más que suficiente. Y sí, no olvido cómo nos conocimos.

Tina miró con ternura a su gran amigo y compañero de aventuras del último año, aquel al que llamaba "Señor Scamander". Con su preciada bufanda de Hufflepuff rodeandole el cuello, a veces dedicaba segundos de más en admirar su belleza. Newt pareció darse cuenta de ello y ambos dejaron de mirarse al mismo tiempo. La timidez de los dos mandaba cualquier avance al carajo en su relación y ya ni siquiera sabían si se querían. Hacia el final de la conversación Jacob volvió a quedarse dormido en el sillón, y ninguno de los magos decidió molestarle. Necesitaba descansar.



Cada día, Grindelwald devastaba una familia más del complejo residencial en el que se habían atrincherado. Una cúpula azulada envolvía el edificio para que todo ajeno a su lealtad sufriera la peor de las muertes si osaba atravesarlo. Ningún no-maj lo cruzaría tampoco satisfactoriamente. El gran mago sentía pequeños pinchazos en su cabeza cuando la legeremante trataba de leerle los pensamientos. Tenía obligaciones de no hacerlo, pero aunque se esforzara en ignorarle, la rubia notaba una fuerte conexión con todas las mentes que pasaban a su alrededor. No podía leer la mente de Grindelwald con tanta facilidad, no cuando se sentía amenazado -él era un experto en el arte de la Oclumancia-. Con el resto, la convivencia y el paso de los días fueron despistándolos hasta descuidarse y dejar entrar sin darse a cuenta a Queenie en sus cabezas. La chica estaba anonadada con todo lo que pasaba por la mente de esos asesinos. Todos habían matado a gente inocente y eran muy déspotas. El Avada Kedavra se le deletreaba intensamente a uno de ellos, más tierno, y fue así como descubrió que antes de asentarse en aquel edificio, Grindelwald había mandado matar a un bebé no mágico. Su lealtad temblaba, pero no tenía motivos reales para separársele. Confiaba en que su poder y su voz eran suficientes para cambiar el mundo, cambiar las leyes. Permitirles amistarse y engendrar con muggles a placer sin la presión de ser perseguidos o estigmatizados.

Todas las noches antes de dormir Queenie tenía auténticas pesadillas con Jacob. Éste la abandonaba, una y otra vez, la llamaba loca y la tiraba al mar de un empujón... sólo que no caía al agua, sino a un profundo agujero negro. Caía lento y le veía reír, y antes de que los brazos de aquella negrura la envolvieran por completo, siempre le daba tiempo a ver que otra mujer le abrazaba y le alejaban de allí. Esa noche fue mil veces más vívido. La presión y la congoja apretaron tan cruelmente su corazón que dio un vuelco en la cama, con la garganta irritada de chillar, y los párpados hinchados. Volvió a gritar al verse sola y empapada.

Ven conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora