Imperio

195 16 10
                                    


La gran guerra se aproximaba por fin. Todos los aurores y magos experimentados del mayor rango se habían entrenado para combatirse con los seguidores de Gellert Grindelwald, que lentamente iban ganando más y más afiliados. Magos de todo tipo, e incluso familias enteras de muggles que conocían del mundo mágico y que también buscaban una igualdad se unieron a él, desconociendo el 100% de sus propósitos.

Gellert irrumpió en MACUSA con un destrozo de todo el ático, y los encantamientos que tenía el bloque se rompieron para dejar paso a una enorme nebulosa oscura. Una espiral de negrura asoló el lugar, que lentamente se materializó en Credence. El chico, que sostenía su varita como su trofeo, apuntaba a todos los aurores con la mirada fría como el hielo. Grindelwald y Queenie siempre le secundaban sin pronunciar palabra, y tras ellos, una larga oleada de magos oscuros en sus escobas, apuntando desde distintos ángulos mientras levitaban.

—Mis queridos amigos. ¡Cuánto tiempo! Sé que me habéis echado de menos. Todo este tiempo, sí... todo este tiempo que habéis gastado en imprimir papeles y papeles y papeles con mi cara, advirtiendo de mí.

—Por tu bien, Grindelwald, espero que nadie salga herido de este encuentro —pronunció muy tajante Seraphina Picquery, presidenta del MACUSA.

—Tranquila, señora presidenta. Aún puede estarlo. Esta visita era por pura cortesía. Venía a comentarles algo importante.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Tina Goldstein apuntaba directamente a Credence, sabía muy bien que era el más poderoso e inestable de todos los que estaban allí. Sin embargo, sus ojos marrones se perdieron en busca de su hermana más pronto que tarde. Vio su pelo dorado bajo un sombrero que tapaba casi por completo uno de sus ojos. Queenie la miró fijamente. Aquella definitivamente ya no era su hermana. La miraba sin ninguna expresión, parecía entrenada para no sentir. Al segundo recordó que podía leer sus sentimientos y se volvió a centrar en el obscurial.

—He trabajado duro para librarme de las cadenas, y librar a todos aquellos que creen en un mundo mejor para verlo con sus propios ojos. Me desviví y me desviviré por lograrlo, y he tratado de hacerlo con reuniones pacíficas, incluso didácticas. Todos mis aliados me conocen, saben perfectamente que he actuado de buena fe y que soy un hombre paciente, sin embargo... todo tiene un límite. Puedo aceptar que nuestras visiones sean distintas, que nuestro valor como seres pensantes sea equitativa. Lo que no puedo permitir es que corten mi libertad y la de nuestros iguales, haciéndoles redimir toda voluntad y deseos de conocer, hablar, querer o incluso yacer con un no-maj. Podemos ser libres, amaremos a quien deseemos y originemos familias con quien nos plazca. No hay límites. Si se me impone un límite, respondo. Y vosotros lleváis demasiados meses poniéndonos un límite. Frenándonos. Os convoco a todos al anfiteatro abandonado de Nurmengard y que allí discutamos pacíficamente nuestras diferencias.

Queenie podía leer el sadismo de Gellert en su cabeza. Sabía que la oferta no era pacífica. Pero estaba cegada por sus ganas de ganar. Tina arrugó el ceño y contestó antes que la propia presidenta, a voz en grito.

—Es una emboscada. Que ninguno vaya allí o sufrirá la más terrible de las muertes.

—Nadie sufrirá daño alguno si se está dispuesto a hablar y llegar a un acuerdo —zanjó la hermana rubia, cortando a Porpentina. Ésta la miró bastante sorprendida por su intervención, ni siquiera le temblaba la voz. ¿Sería cierto después de todo?

—Claro, fiarnos de una legeremante desertora era en lo que estaba pensando... —Seraphina tuvo que reírse sin ninguna gana.

Porpentina se había quedado en silencio mirando la expresión de Queenie. Su hermana pequeña había sido siempre un libro abierto con sus expresiones faciales. Parecía segura de sí misma, pero algo altanera y oscura. ¿Sería cierto? ¿Y si Grindelwald después de todo no pretendía hacer daño a nadie? No... no podía caer ella también en la trampa. Su hermana tendría absorbido el cerebro, pero ella no.

—Mi cerebro es perfectamente independiente, Teenie. —Dijo con soberbia la rubia, que volvía a dirigirse a Seraphina— Grindelwald proporcionará información a todo el que desee oírnos por última vez. Nadie sufrirá.

—Ya he oído suficiente. ¡En guardia! —la presidenta mandó a todos a atacar en unas ráfagas de segundos, y fue cuando Grindelwald dio la orden de retirada inmediata aprovechando que casi todos volaban en sus escobas. Efectivamente, no le convenía hacer una masacre a ojos de posibles no-maj, no quería formar altercados que le diesen la razón a Seraphina. Algunos hechizos, sin embargo, alcanzaron a unos pocos  cómplices oscuros que iban tras el mago tenebroso. El grupo era demasiado grande para dispersarse limpiamente sin chocarse, y algunos vieron más factible trasladarse con magia. Credence desapareció con su varita pues aún no sabía volar, y lentamente el cielo fue quedando limpio. Justo cuando Queenie se subió a su escoba, pues esperaba a que sus compañeros desaparecieran antes sin peligro y con hechizos de protección que rebotaran los de los aurores, Tina lanzó un hechizo que afectara directamente a la madera, trucando la dirección de vuelo del aparato. La escoba de la mujer empezó a revolverse en sí misma, separándose varios metros del suelo y dando bandazos a diestro y siniestro con ella subida. En uno de los movimientos perdió el equilibrio y quedó colgando de la escoba con las manos, cayendo su varita al suelo. Seraphina chilló "Accio" para quedarse con ella, sin embargo, sus aurores debatían si lanzarle un hechizo a la legeremante.

—Que ninguno haga nada. Yo la bajaré —dijo Tina, acercándose a la escoba que no paraba de agitarse. Un auror, ciego de rabia al tener tan a punto a su enemiga y que todos quisieran únicamente encarcelarla, lanzó un "Imperio", tomando posesión del cuerpo de Queenie al instante. La bruja notó el hechizo y antes siquiera de ser consciente de lo que el auror pretendía hacer, notó que una fuerza brutal la empujaba contra la pared, y la estampaba con el suelo con dureza. Los tres metros de altura sumados a la bestialidad de aquel movimiento pudo haberla matado perfectamente, razón por la que hasta la propia Seraphina inmovilizó al chico con otro hechizo y corrió a verificar el estado de la bruja. Tina no pudo resistirlo y explotó en lágrimas, acercándose al cuerpo de su hermana y abrazándola con fuerza.

—¡¡Dije que nadie hiciera nada!! Si ese idiota la ha matado, JURO QUE YO LE MATARÉ TAMBIÉN. —Gritó encolerizada al verle el rostro encharcado de sangre. Queenie pareció recobrar muy despacio la consciencia, y eso provocó que todos a su alrededor volvieran a apuntarla con la varita. Pero tan pronto como despertó, volvió a poner los ojos en blanco y caer en brazos de su hermana.

Fue trasladada al hospital mágico de urgencia.

Fue trasladada al hospital mágico de urgencia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Ven conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora