La mano derecha de un mago tenebroso

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( Siento la desconexión, esto sigue adelante. Hacedme saber si queréis que suba rápido la siguiente parte, donde ya todo esto se prende. )


Grindelwald había hecho miles de adeptos para cuando Credence tuvo oportunidad de mostrar la magnitud de sus poderes. Además, con una varita podía destruir aún más y más rápido, conociendo los encantamientos adecuados. Las tres maldiciones imperdonables fue puesta en práctica por todo su ejército en animales e insectos, pasando a recluir muggles "sin importancia" para probar el grado de sadismo de cada uno de sus integrantes. Gellert no llamó a Queenie para ninguna de estas pruebas, no necesitaba saber que se realizaban si la quería seguir manteniendo a su lado. Debía esforzarse por dejar la mente en blanco y limpiarla de cualquier maldad cada vez que debía hablar con ella, evitando una rebelión por su parte. Él era muy habilidoso en la Oclumancia, pero debía tener cuidado con los poderes que albergaba una legeremante que, para más inri, leía la mente muchas veces sin querer, de manera innata.

Reunión de fanáticos de Grindelwald. Mansión de Gellert Grindelwald

—Supongamos que en una situación desesperada, un mago pierde la varita y está colgando de un acantilado, y a su lado, también un no-maj. O un muggle, como los llamáis los que crecisteis en Hogwarts. ¿A quién salvaríais?

Todo el mundo dijo al mago, sin dudar. Queenie se mantuvo en silencio y eso hizo que Gellert se girara en su dirección.

—Esta pregunta es para ti, querida. Si un no-maj está en peligro pero tu compañero también se ve apurado o con muchas varitas en su contra... ¿a quién ayudas?

—Al que me caiga mejor —respondió totalmente en serio, provocando que toda la grada soltara una risotada. Gellert también sonrió, aún había inocencia en ella.

—Imagina que alguien a quien aprecias, como tu hermana, va a morir. Es una mujer increíble, mágica, que a pesar de no apoyar aún nuestra causa, puede cambiar de parecer y formar parte importante de nuestro sector. A su lado hay alguien atentando contra un pastelero gordo y feo en el que nadie guarda esperanza alguna, por ser un inútil, un cobarde y un lento. ¿A quién ayudarías?

La frase había sido tan viperina que la bruja cambió la expresión de la cara, notando cómo la ira empezó a fluirle. Vio un destello de maldad creciente en su mente, en la sonrisa maligna con la que le observaba ahora. Apretó los dientes y respondió.

—A mi hermana, pero jamás sería porque él fuera un cobarde. El jamás será ningún cobarde en los términos que quieres hacérmelo ver.

—¡Eres muy inteligente, querida! Pero yo hablaba de los mismos términos a los que te refieres tú como cobarde. Porque lo es, es un cobarde. No luchó, no lucha y no luchará por tu amor. Prefiere perderlo todo antes de siquiera intentarlo —acortó mucha distancia con ella, quedando a centímetros de su nariz— ¿Cómo puedes permitir que un simple humano se dé el lujo de hacer el amor con alguien como tú y luego cambiarte por una simple no-maj, sin poder, sin carisma, sin fuerza...? ¿Tan poca mujer eres, Queenie?

La vergüenza de la bruja se propagó a toda la grada, que la observaba en silencio. Podía leer todas y cada una de sus mentes sin ningún control, algunos la odiaban, pero la mayoría sentían lástima. ¿Tan equivocada estaba? ¿Era verdad, Jacob sería capaz de abandonarla? Las voces del público empezaron a aturdirla, eran demasiadas, todas solemnes y frías, todas le golpeaban con dureza en la autoestima. La más poderosa era la del mago oscuro, que esta vez permitió dejarse leer: "Tanto dolor, y él ya metiendo lo que le cuelga entre las piernas a todas las bocas que puede. Pobre Queenie, si lo supiera... no soy capaz de decirle algo así. Eso la destruiría".

La rubia saltó de su silla y notó que tenía el corazón atravesado. Era patética, se sentía miserable. Aguantó el derrumbe hasta salir de la sala, pero en su habitación lloró como nunca antes. Empezó a golpearse violentamente la cabeza contra el azulejo del baño mientras se duchaba, rabiosa, las lágrimas se difuminaban con el agua del grifo. Grindelwald siguió la reunión como si nada, sin ella.

No hizo falta que ocultara durante mucho tiempo la experimentación con indigentes humanos, pues tras una conversación con el joven Credence y con Nagini, la bruja llegó a la conclusión de que no podía seguir formando parte del mundo como una aliada de los no-maj sin más. Había que establecer unas claras diferencias: no eran iguales, el valor de los humanos no era el de los magos. Como Grindelwald dijo: somos distintos y no nos necesitamos los unos a los otros... sin embargo, nada debería impedirnos poder amar libremente a quien queramos. A pesar de la falsa realidad que el mago le había hecho creer, Queenie apoyaba tan fervientemente esta parte de su discurso, que fue ignorando lo demás. Era el único que podía cambiar al mundo en su época, ningún otro mago tenía el peso que Grindelwald. Empezó a verle como alguien de quien aprender, y lentamente fue él mismo quien la nombró su mano derecha. Lejos de los sentimientos de manipulación que deseaba sonsacarle, Gellert sentía también apego emocional hacia aquella bruja rubia tan bella, nada raro, nada sexual, pero empezaba a apreciarla como aprendiz y seguidora de sus pasos.

Porpentina Goldstein estaba al tanto de todos los sucesos, viendo como los periódicos anunciaban cada destrozo. Llegó el día en que MACUSA imprimió la foto de Queenie Goldstein para que cualquiera que se encontrara con ella, la retuviera y la llevara al centro de investigación. Todos los aurores debían encarcelarla de inmediato y no dejar que se acercara a ningún no-maj. Su estatus como mujer desaparecida ascendió a hechicera peligrosa, y lentamente, a bruja oscura (femenino de mago tenebroso). Participar con Grindelwald la asoció directamente a crímenes que ni siquiera había cometido.

—Se aproxima la gran guerra... —dijo Tina, acariciando la foto de Queenie en el periódico. Suspiró larga y amargamente— Grindelwald debe ser un experto en Oclumancia. Si tiene alguna intención oscura, ella lo habría visto ya y habría escapado.

—No lo tengas tan claro —le respondió Newt, a sus espaldas. Apretó los dedos en torno a los hombros de su amiga también mirando el periódico. Queenie había cambiado mucho y los meses seguían pasando. Estaba muy sobria. Tenía el pelo más largo, casi ya tocando los hombros— está más guapa. Parece que la oscuridad ha sacado a relucir su belleza.

Tina lanzó el periódico con fuerza a la papelera y Newt frenó el masaje, sintiendo que la había cagado con su comentario.

—Mi hermana siempre es la favorita de todos los hombres —se encogió de hombros y arregló el corto flequillo de su frente— no me sorprende que digas eso.

—Pe...pero aunque sea guapa, no es mi estilo. A mí me gustan... ot-otro tipo de mujeres. Las altas, por ejemplo.

—Ya, sí. Jacob tenía que ponerse de puntillas para besar a mi hermana. Las dos somos altas.

—Alta, delgada, pelo negro. Y ojos de sal... de salam... de... ojos bonitos.

La bruja se giró en el sofá con una media sonrisa en los labios. Se quedó mirándole con ternura y agitó el índice en su dirección para que se acercara. Newt, ya nervioso por no saber a veces ni hablar, bajó unos centímetros y se apoyó en el respaldo, mirándola de hito en hito.

—Me gusta que me digas que tengo ojos de salamandra. Es muy... tú. Ya sabes. Nadie más me diría algo así.

Newt soltó una risita nerviosa y miró con vergüenza. Pero ambos tenían vergüenza, sólo que ella la disimulaba mejor. Se acercaron despacio hasta que sus frentes se rozaron, tímidamente.

—Pues a mí me gustan también tus ojos...

—Los ojos negros son mucho más profundos —atajó él— y más... brillantes...

Justo cuando iban a besarse la maleta de Newt empezó a sonar con una fuerza atronadora, que les hizo brincar a los dos y darse un mutuo golpe en la cabeza. Newt apretó los labios algo enojado, eran sus animales, probablemente alguno estuviera demandando comida o el escarbato quería darse otra de sus huidas. Suspiró y bajó a ver qué demonios pasaba.

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