Capítulo 4

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Había heridas que no cicatrizaban por mucho tiempo que transcurriera, estas eran las que guardaban relación con el corazón y los actos de valentía. No importaba cuanto te hirieran si el fin era bueno. Mantenerse firme en las creencias personales era todo un desafío. Vee confiaba plenamente en la idea de que un daño externo por haber desafiado a una sociedad dolía menos que un corazón roto por perder a alguien a quien se ama. Prueba de ello era su espalda ensangrentada y marcada de por vida por trazos profundos y dispares. Su piel arrancada a tiras daba fe de la existencia de una mujer fuerte y valiente que habitaba en su interior.

Vee lloraba en silencio mientras acariciaba su vientre, con la mirada vacía y perdida en algún punto del suelo, mientras su cuerpo temblada cuando un pañuelo con agua recorría todas y cada una de sus heridas, eliminando la sangre. Daren mordía con fuerza su labio inferior para sobrellevar cada grito de dolor que escapaba de la garganta de Vee cada vez que humedecía su espalda.

—Pienso hacerles pagar por lo que te han hecho— aseguró mientras sumergía el pañuelo blanco en una palangana con agua teñida de rojo.

—Mi pecado ha sido querer traer a este mundo una vida— masculló, haciendo un gran esfuerzo por no soltar un nuevo alarido de dolor—. Mi vida ya no vale nada. Van a venir a por mí. Primero me quitarán lo que más quiero y luego se desharán de mí.

—Antes tendrán que pasar sobre mi cadáver. Me enfrentaré a toda la maldita torre si eso va a evitar que te pongan una mano encima.

—Solo conseguirás que te maten.

—Por ti estuve y estaré. Ahora somos una familia. Estamos juntos. Y no dejaré que nos quiten lo único bueno que hay en este mundo. Si perdemos la esperanza, lo habremos perdido todo.

Intercambié una mirada con Will, quien se debatía entre armar un ejército para revelarse contra la alta sociedad o buscar otra alternativa. Vía está ubicada justo enfrente de la chica herida, sosteniéndole la mano con fuerza, animándole a salir adelante, mientras Noah, estático a los pies de la cama, de brazos cruzados, hacía todo lo posible por mantener alejadas las miradas curiosas.

—No sé qué haréis vosotros pero sé que, por mi parte, no pienso quedarme callada y mucho menos me dejaré someter.

—¿Y qué harás, Deborah? Estamos en territorio enemigo. Ellos son una minoría, pero tienen poder sobre nosotros, nos tienen sometidos— replicó Noah, soltando un largo suspiro, intentando hacerme ver que no podía cambiar el mundo en solitario—. Aquí hay personas que proceden del mismo sitio que nosotros, gente que tiene una segunda oportunidad para vivir la vida que siempre han querido. Aquí están a salvo, tienen algo que llevarse a la boca todos los días, pueden vivir. Jamás se enfrentarán a quienes le han dado todo lo bueno que les queda. No se arriesgarán a perderlo todo.

—Pienso aplastar a esa minoría con la punta de mis zapatos. A la mierda con el poder. Nosotros somos autónomos, personas libres bajo un régimen opresor. Yo no pienso dejar que me quiten la libertad y mucho menos que decidan por mí. Destruiré este sistema y construiré uno nuevo donde no existan las diferencias sociales. Puedo hacerlo perfectamente sola. Tardaré más, pero lo conseguiré.

—Hay límites que no podemos traspasar.

—El límite está aquí— señalé con mis dedos índice y corazón de ambas manos mis sienes, haciendo alusión a la mente—. Con los miedos vas creando los límites, barreras que crees que no vas a poder superar. Si trabajas la mente, te darás cuenta de que eres capaz de conseguir todo lo que te propongas— justifiqué con aire de suficiencia, invitándole a Noah a tragarse sus palabras—. Para una cabeza bien amueblada, conseguirlo todo está a tan solo un paso.

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