Capítulo 5

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Comprobé gracias a la lupa del microscopio como los pequeños espermatozoides se movían de un lado a otro sin parar. Aunque el contenido era grandioso, el número de seres vivos era escaso. La mayoría de los espermatozoides estaban muertos y cuando no, el movimiento de estos era lo suficientemente lento como para alcanzar y fecundar un óvulo.

Me retiré de la lente y volví a releer el mensaje informativo que habían enviado algunas de nuestras vecinas colonias.

                                                      

                                                     Este es un mensaje de SOS, repito SOS.

Tenemos un problema de natalidad en nuestra torre. Los gases han penetrado por una abertura en la estructura y están afectando a la fertilidad de las mujeres y la capacidad de fecundar de los hombres. Necesitamos ayuda urgente. Asia.


                                                                                   SOS, SOS, SOS.

El índice de demografía ha bajado de forma preocupante en los últimos meses. Las mujeres son nulas para concebir hijos. La edad media para los varones es de 35 años. Necesitamos ayuda para solventar el problema, no queremos asistir a la extinción de la raza humana, no después de haber sobrevivido al apocalipsis. Europa.


Queridos compatriotas, me dirijo a vosotros para comunicaros que en América del Sur estamos sanados de cualquier mal que pudiera acecharnos. Nuestros hombres son fuertes y resistentes. Nuestras mujeres son fecundas y dan a luz a varios hijos al mes. Tenemos en nuestro poder una vitamina que elimina los efectos nocivos en los humanos de la catástrofe. Estaremos encantados de recibirles en nuestros dominios y hacerles entrega de ellos. América del Sur.


Nuestra colonia poseía un sistema tecnológico bastante avanzado, tal era este que los mensajes enviados por otras colonias vecinas debían pasar inicialmente por nuestro sistema. Poseíamos algo así como una red que dejaba atrapada la información hasta nuevo aviso. Pero aquella vez no hubo nuevo aviso.

El deseo de supervivencia nos ardía en las entrañas y, aunque la población aún no supiera cuál era su destino enfermizo, estarían a favor de solventar el problema. Aunque este no beneficiara a todos.

Lo mejor nunca lo es para todos.

Interrumpí la cadena del mensaje a las demás colonias y lo archivé en una carpeta cuyo acceso era restringido.

Hacía unas semanas pedí una muestra de semen a todos los hombres que habitaban la Torre, incluidos soldados, aunque estos tuvieran prohibido todo deseo de matrimonio y natalidad. Los resultados, aunque desmotivadores, no fueron nefastos.

Unas semanas más tarde, ante la inminente preocupación que reflejaban las colonias vecinas decidí repetir la prueba. El resultado lo tenía delante de mis narices y expulsaba un horrible hedor a natalidad en bajo índice.

Retiré los guantes de látex de mis manos y los arrojé a la papelera más cercana, jugando a fingir que era una canasta. Ubiqué mi rostro en la pantalla digital programada con un lector de ojos para permitir o denegar el acceso al interior del laboratorio, así como a la inversa.

Los guardias, armados hasta los dientes, mantenían la mirada en el frente, apenas se inmutaban de que su presidenta caminaba por delante de ellos.

Travis, mi fiel secretario, aguardaba mi llegada junto al ascensor. Portaba una tableta entre las manos temblorosas; después de meses a mi servicio todavía no se había acostumbrado a mi presencia. Esto solo podía significar una cosa: me temían, y un gobernante al que su pueblo teme es símbolo de respeto, lo cual me enorgullecía y subía el ego.

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