Capítulo 8

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Llamaron a la puerta. Cerré el libro de golpe y respondí.

-Adelante.

Ernest entró con una sonrisa socarrona, esperando que le felicitasen por el mero hecho de existir.

-Su amo y señor ha llegado.-dijo.

Reí.

-Ya quisieras.

Ernest tomó asiento junto a mí y comenzó a observar el libro entre mis manos.

-¿Qué lees?

Me tome un momento en responder.

-Una novela.

Mi hermano me observó alzando una ceja.

-¿Seguro?

Asentí.

-¿Qué pasa con padre?-pregunte.

-No estoy muy seguro-miró hacía la puerta-no pude sacarle nada.

-Ya veo.

-¿Ya viste a James?-preguntó Ernest esta vez en un evidente intento de cambiar el tema.

-Sí, aunque se comportaba algo extraño ¿Discutieron?

Ernest se quedó pensando, mientras acariciaba sus dorados cabellos. Al igual que James, Ernest era sumamente apuesto. Sus ojos eran igual al verde esmeralda de los de mi padre y su gracia, color y forma de cabello venían indudablemente de mi madre. Yo en cambio era bastante feo a comparación de él, pues ya habiendo dicho sus virtudes heredadas, él era alto y de hombros anchos, mientras que yo era bajo de estatura para mi edad además de ser demasiado delgado. Éramos muy diferentes.

-No.-contestó Ernest finalmente, sacándome de mis ideas comparativas sobre nuestros atributos físicos.- ¿Él no te dijo nada?

-No realmente.

-Ya veo. Cuando él lo crea conveniente ambos te lo diremos.

-¿Qué cosa?

-Todo a su tiempo, Xerxes.

Suspiré.

-Me tengo que ir.-Ernest se levantó.-ya es tarde y ambos necesitamos dormir.

-Tienes razón, descansa.

-Tu igual.-dijo al salir y cerrar la puerta.

Genial. Ernest también tenía secretos. Lo sume a la lista de acontecimientos de ese día. Aunque de algún modo me tranquilizó que ni James ni Ernest estaban disgustados uno con el otro. No quedaba más que esperar a que decidieran contarme aquel secreto.

Volví mi vista nuevamente al libro. Lo que decía encajaba con lo que Eleanor me había dicho. Por otro lado, la advertencia de Caroline era comprensible al igual que el aislamiento de Eleanor. Sin embargo aún me parecía incomprensible la necesidad de matarla. Por supuesto que mi ingenuidad me hacía creer que realmente existía otra manera de evitar la catástrofe. Que equivocado estaba.

Espejos de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora