Palacio de Mentiras

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"Sé que saldré de esto. Por más que lo miro, no puedo creer en la existencia de su maldad. Nadie que llore de esa manera por alguien puede ser tan malo." Robin se repetía, una y otra vez estas palabras en su mente, mientras avanzaba por el camino rumbo al castillo. De pronto sintió cansancio, pero no iba a mostrar jamás algún signo de debilidad ante él. "Ojalá Trafalgar y mis hermanas estén bien" Miraba hacia atrás de vez en cuando. Desde la montaña, la vista del pueblo era asombrosa.

Un coro de trompetas se escuchó al llegar a la enorme entrada. Varios hombres en armaduras impecables rendían honores al príncipe al cruzar el umbral. Él ni siquiera los miraba. Al llegar a una escalinata se detuvo. Dió media vuelta para hablar a su guardaespaldas personal.

- Su majestad, ordene usted. - El hombre, llamado Franky, hizo una reverencia.

- Llévala al calabozo. Ya pensaré en su castigo. Tengo cosas más importantes que hacer. -

- Entendido, su alteza. - Con una nueva reverencia, tomó a la joven con cuidado de sus ataduras y se la llevó hacia otra parte del castillo en silencio. No habló hasta que estuvo en la entrada a las celdas. - ¿Puedo preguntar porqué está haciendo esto? - La miraba fijo. - No lo entiendo, su amigo prácticamente ya tenía ganada la partida y eso es mucho decir, él fue bastante astuto y también mordaz con el príncipe. -

- Tengo dos hermanas. Si me vieran sufrir algún castigo, de manera pública, sus vidas se arruinarían más de lo que ya están. - La chica le sonrió. Le parecía un buen sujeto. - No puedo permitir que eso pase. Mucho menos que su príncipe decida desquitarse con ellas, ahí la cosa cambiaría... Lo mismo si va por Trafalgar. - Él la miró de pies a cabeza.

- ¿Qué imagen tienes del príncipe? -

- ¿En serio me pregunta eso? - Le dijo algo asombrada.

- Sí, me causas curiosidad niña... -

- Bueno, creo que puedo confiar en usted. - El jefe de la guardia real desataba sus manos, mientras ella continuaba. - Creo que es un grandísimo cretino de pelo verde. Mimado y consentido, que no tiene idea de lo que es ser un Rey. -

- ¡Santo Dios! ¡Que directa! Ojalá nadie te escuche decir eso... - El hombre se reía con ganas. - ¿Algo más? -

- Pues sí, creo también que necesita mucho amor. Pero amor de verdad. Tiene corazón pero está tan endurecido que no ve más allá de su nariz... -

- ¡Vaya! - Le indicaba bajar por las escaleras pero a mitad de camino cambió de parecer. - ¿Cuál es tu nombre niña? -

- Nico Robin. -

- Bien Nico Robin, esto es lo que haremos. - Le habló en voz baja. Ella abría los ojos asombrada y asentía de vez en cuando para darle a entender que captaba su idea.

- Pero señor - Él sonrió. - No quiero que usted se meta en problemas. Ya he involucrado a Trafalgar y temo por él... -

- Conozco al príncipe desde hace mucho. Y tú me has sorprendido. Sólo sígueme la corriente. Todo estará bien. - Le indicó que lo acompañara por unos pasillos. - Por cierto, puedes llamarme Franky. -

- Gracias, Franky. - Le sonrió.

Llegando a ese acuerdo, el jefe llevó a Robin a otras instalaciones del castillo. Le presentó a algunas mujeres que se dedicaban a la limpieza. Le dijo que se quedara con ellas y ayudara en lo que pudiera mientras él se encargaba de sus asuntos con el príncipe.

El la parte alta del palacio, específicamente en la alcoba principal, Zoro se había despojado de su ropaje y se mantenía semidesnudo sobre la cama, con los ojos cerrados. El dolor de cabeza era insoportable.

Corazón de JadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora