Al entrar al café pude verla entre tanta gente, corría de un lado para otro como si el tiempo fuera acabarse, como si dependiera de un sólo segundo que todo estuviera hecho caos.
Justo cuando me acerque para ordenar un café, me sonrió de tal manera, como si pudiera congelar el tiempo, como si entre sus labios poseía la llave para hacer que olvidara el caos a mi alrededor.
Por la mirada que desprendió de aquellos ojos negros, capaz de traspasar el alma como una flecha, con su piel canela y cabello liso, podía jurar que fue creada por las manos de un escultor.
Fue como si ya no existiera nada, como si su presencia marcara un ante y un después del hilo que comprende la felicidad, y yo me sentí afortunado de poder captar aquel grandioso espectáculo y desdes aquel momento supe que quería volver todas las mañanas por un café y su sonrisa.