Mire hacia el balcón y allí estaba ella, piel morena, ojos grandes que al cruzar nuestra mirada quería expresar todo, imaginaba como si un angelito revoloteando en su cabeza, llenándola de pensamientos.
Yo desde el otro lado no tan inocente, sabiendo que la suma de sus quince y uno más eran suficiente para verle con otros ojos, que no debía intentar pensar en lo delicado curva que sus labios dejaban ver el encanto de una sonrisa sincera.
Volví a sentir aquella sensación en la cual imaginas cómo sería un beso de esos que el destino no brinda todos los días, como si los prejuicios no me importaban, como si era posible volver a parar el tiempo con aquellos ojos mirándome.
Comprendí al instante que sus quince y uno más eran la escusa perfecta para embarcarse en un amor imposible, que ella era de esos amores de tren, de los que te encuentras en una estación y en la siguiente te abandonan.