Capítulo 19
Dios. Su toque...
-Todas las noches -respiró Sophie contra mi pecho-, cierro los ojos y te veo. A veces éramos tú y yo. -Levantó la cabeza, presionando su rostro en mi cuello-. A veces tú y ella. Y eso me rompe el corazón. Me da rabia. Me pone enferma -susurró-. Pero todavía te extraño. -Sus labios rozan mi clavícula presionando suaves besos en mi piel desnuda, entremezclados con sus susurros-. Me siento como una idiota por eso, pero echo de menos todo de ti.
Luché contra ello. Mis dedos me dolían por tocarla. Amarla había sido
abrumador. Perderla había sido desgarrador. Vivir sin ella había sido un verdadero infierno. Había intentado tan duro olvidarla. Dejarbatrás lo que sentía por ella, todo lo que recordaba y apreciaba.
Pero esta era Sophie. No podía negarle nada. Incluso ahora, sabiendo que era
una mala idea, no podía alejarla.
-Sophie. -Respiré, un último control sobre mi moderación.
-Te amo. -Se enderezó y me miró como un rastro plateado de lágrimas
corriendo por sus mejillas, reflejando la luz del pasillo-. Nunca había conocido realmente el amor... hasta ti.
Eso fue todo. El colmo. No había manera de mierda que pudiera luchar contra eso.
Ella me amaba. Por un segundo, solo me quedé allí congelado, dejando que se hundiera en esa dura cabeza mía. Me aparté y busqué en sus ojos por una señal de que acababa de decir lo que había escuchado. Luego, en un apuro, mis manos cayeron desde el marco de la puerta, se enredaron en su cabello y atraje sus labios hasta los míos. Me moría de hambre por su beso. Era como nada más. Nada. Con una creciente emoción desesperada en mi pecho, girando mi lengua con la de ella. Aspiré su aire e incliné mi cabeza para profundizar el contacto. Sus manos se deslizaron hasta mis hombros y aplanó su cuerpo contra el mío con un débil gemido. Una de mis manos se deslizó de su cabello, por la curva de su columna y ella se puso de puntillas para fundirse contra mí.
Levantando la cabeza, tomé su mejilla en mi mano, sosteniéndola con fuerza
con mi otro brazo.
-Sophie -suspiré con un grueso, gemido irregular-. No sé ni quién soy. No sin ti.
Subió contra mí y mi mano se deslizó hacia abajo sobre su trasero,
levantándola mientras sus piernas se curvaban alrededor de mi cintura. Me acerqué a la cama, bajándola albcolchón y siguiéndola, mis labios bloqueando los suyos. Sus piernas abiertas debajo de mí mientras apretaba sus caderas en las mías.
-Mi Sophie -murmuré contra sus labios-. Eres mía.
-Soy tuya -susurró de regreso-. Te amo. Te extrañé.
Tiré de los botones de su camisa, dejando al descubierto su piel, besando y mordisqueando entre sus pechos. Mis labios se desvían hacia un lado para capturar un pezón fuertemente mientras saco la franela suave de su piel. Su cuerpo se arqueó contra mí, sus dedos se doblaron por mi cabello, instándome con mayor
firmeza en su contra. Su sollozo entrecortado resonó por toda la habitación callada, reverberando a través de mi alma. Mi cuerpo estaba en llamas. Cada centímetro de mi piel se quemaba con la necesidad de tocarla. Todo se sentía precipitado con la necesidad de sumergirme
dentro de ella y experimentar el éxtasis que solo Sophie podía proporcionarme. Me levanté sobre ella y se apresuró a meterse en mi pantalón de dormir, deslizando
los dedos por su parte delantera para liberar mi pulsante, dolorido pene.
Levanté la cabeza para mirarla, sosteniendo su mirada firme y decidida.
-Quiero desnudarte, Soph. Nunca he tenido a una mujer de esta manera, ni
una sola vez en toda mi vida. Pero, Dios, solo para sentirte muy profundo.
-Sí -susurró Sophie.
Se movió, con lo que mi cabeza palpitante encontró su centro húmedo, luego inclinó sus caderas hacia arriba mientras la llenaba.
El dulce suave resbalar de su vagina, casi me deshizo. Increíble. Tan diferente y tan... Joder.
-Jesús, Soph -gemí-. Dios, yo... oh mierda. -No pude detener el
murmullo, la incoherencia pareciendo tomar el relevo. Y entonces Sophie hizo que todo fuera mucho mejor con su susurro sin
aliento.
-Te amo.
Su voz sonó contra mi oído. Se hizo eco en mi mente. Me sentía completamente poseído por ella, embelesado por el calor dulce y suave de su toque. Levanté la cabeza para mirarla y colocó sus palmas a cada lado de mi mandíbula.
El delicioso resbalar de mi pene desnudo enviaba emociones a través de todo mi cuerpo cada vez que me empujaba profundamente dentro de ella. El increíble, resbaloso, sedoso calor endurecido de sus músculos mientras levantaba las caderas para encontrarse con mis lentas embestidas deliberadas.Siempre había sido diferente con ella. Antes de Sophie, el sexo había sido entretenimiento. Sin sentido y divertido. En las semanas que habíamos estado separados, el odio por mí mismo por encima de mi comportamiento me había hecho trizas. El conocimiento de que lo había perdido todo. El ansia amarga del menor atisbo de lo que habíamos tenido. Incluso la emoción vacía que había tenido antes de ella. La entrega total a su memoria, sabiendo que nunca tocaría tal perfección de nuevo.
Pero justo en ese momento, era como si pasáramos por los lazos mortales de
nuestra carne, como si nuestras almas estuvieran entrelazadas juntas, cada uno reclamando al otro.
-Te amo, Sophie. -No pude evitar las palabras, una y otra vez, mientras mi cuerpo se fundía con el de ella.
Y sus palabras se hicieron eco de las mías. Arremolinándose alrededor de
nosotros, envolviéndonos en pura emoción en estado puro.
-Te amo, Harry.
Me di la vuelta sobre mi espalda, tirando de ella conmigo y sentado en
posición vertical para atraerla a mi cuerpo. Rodeó sus caderas al ritmo de un latido, sus dedos acariciando mis hombros, cuello y mandíbula mientras me besaba, al respirar las palabras en mi propia existencia. Éramos un ser, una mente y un
corazón, moviéndonos juntos. La tempestad comenzó a subir dentro de los dos. Su cuerpo me hipnotizó y me apretó duro mientras comenzaba a elevarse, mientras sollozaba contra mis labios y sus movimientos se volvieron erráticos y temblorosos.
Y entonces se iluminó a mi alrededor con un jadeo desesperado. La empujé
de regreso a la cama, rodando por encima de ella y bombeando en ella con una fuerza tremenda. Yacía envuelta en mis brazos, jadeando y lamentándose en mi pecho mientras lo hacía solo un par de veces más y luego me perdí dentro de ella, sintiendo el flujo de calor llenándola, un grito desgarrador de sus labios tiernos. Me mantuve profundo, disfrutando el tacto sedoso de su vagina, la humedad de su liberación y la mía juntas, calientes y eróticas. Una epifanía orgásmica. Respiré contra su frente, superado la conciencia, con la sensualidad y la emoción del momento. Mi corazón latía con fuerza. Mi garganta se sentía apretada
y mis ojos ardían con lágrimas. Pensé por un segundo que gritaría como una niña. No había sentido nada tan poderoso desde que mi madre murió.
Sophie respiró en mi piel y pasó los dedos por mis hombros. Me había
envuelto a mí mismo a su alrededor mientras yacía acunada debajo de mí, los dos flotando en la consumación de reverencia pura. Nunca había experimentado nada tan profundo. Como una absolución pagana, el amor nos agarró con fuerza en un solemne vínculo que hablaba de perdón, de devoción y de fidelidad. Había susurrado tantas veces, contra su piel y sus labios, pero no pude evitar el agotado suspiro mientras la bruma de nuestra pasión comenzaba a decaer.
-Te amo, Soph.
Y el aliento susurrado, una caricia tranquilizadora sobre todas las cicatrices de nuestra angustia en curación.
-Te amo, Harry.
* * * *
El delicado roce de los dedos finos a lo largo de mi mandíbula, me excitaron.
Cuando abrí mis ojos a la tenue luz, del ante amanecer pálido, vi a Sophie
estudiándome. Estaba en mis brazos, a pocos centímetros de distancia, mirando el camino de sus dedos a medida que pasaban por encima de mi tatuaje. Levanté la vista y puse mis ojos en ella.
-La primera vez que desperté -dijo en un susurro-, pensé que estaba
soñando. Estando tan cerca de ti. Estar en tus brazos. -Metió la cabeza debajo de mi barbilla, acurrucándose contra mi pecho desnudo-. Nunca pensé que tendría esto de nuevo.
-Yo tampoco -murmuré, cerrando los ojos. Mis brazos se apretaron a su
alrededor mientras saboreaba la tranquilidad, la oscuridad y la sensación de su piel. Rozando la mano por su hombro, acaricié suavemente la textura suave y sedosa-. Tenerte aquí en carne y hueso. En mi cama. Me acostaba aquí cada noche pensando en ti. Echándote de menos.
Besó mi bíceps, aplastándose más profundamente en mis brazos.
-Te extrañé mucho más. Estoy segura de ello.
-Imposible -susurré en su cabello. Mis ojos se cerraron mientras recordaba lo que había dicho anoche-. ¿Todavía te irás, Sophie?
Se apartó y me miró con expresión preocupada. Tragando, con su voz baja y rota, habló:
-No sé qué hacer. Necesito saber que puedo cuidar de mí misma. Necesito
averiguar quién soy. Siempre he sido lo que otras personas querían que fuera.
-No tienes que irte, sin embargo. Tendrías un trabajo aquí. Estoy seguro de que Lily te tomaría de nuevo en un segundo.
Sophie negó.
-Como que la defraudé, Harry.
-Estoy bastante seguro de que entiende por qué. Apenas quiere hablar conmigo, excepto para decirme qué idiota soy. -Torcí los labios-. De vez en cuando, preguntaba acerca de ti y ella me daba mierda.
-No tendría mucho que compartir. No la he visto desde esa... esa noche
horrible. La llamé al día siguiente para decirle que no podía volver. Ni siquiera le dije por qué.
-Lo supo. -Hice una mueca.
Sophie pasó sus dedos a lo largo de mi mandíbula. La tristeza en sus ojos me
estaba destrozando. El pensamiento de que me dejara, ahora... La amaba.
-Puedes quedarte aquí -le ofrecí, tratando de sonar casual todo el tiempo, sintiéndome todo lo contrario. De repente sentí como si me hubiera tragado un pomelo. Como que no podía respirar y la sangre golpeaba mis venas.
-Si lo hiciera -susurró-, sería demasiado fácil que cuidaras de mí.
Negué y respondí enfáticamente:
-Entonces no hagas que sea difícil.
-Tengo que tratar de hacer algo por mi cuenta, Harry, solo por un rato. Si no me lo hiciera, me sentiría como una carga para ti.
-No eres una carga -argumenté-. Dios, Sophie, estoy seguro como la
mierda que no te merezco, pero no quiero que te vayas.
-Eres mucho mejor de lo que piensas, Harry. Mucho más de lo que te das crédito.
Pasó los dedos por mi mejilla. Durante un tiempo, solo nos quedamos allí, estudiándonos entre sí estrechamente como si el recuerdo de este momento nos pudiera hacer atravesar las próximas semanas o meses. Por mucho después de que ella hubiera
desaparecido.
-Tal vez no deje que te vayas -le susurré después de un tiempo,
inclinándome hacia adelante para besarla suavemente en los labios. Mi triste y suave broma, un intento de melancolía para hacer esto más fácil para los dos-. Solo voy a encadenarte aquí desnuda en mi cama.
-No puedo pensar en cosas peores -murmuró suavemente en mi beso-.
No creo que pudiera haber algo mejor.
-Entonces quédate. -Suspiré-. Quédate aquí conmigo.
-Harry, solo necesito un poco de tiempo... para averiguar quién soy.
Cerré los ojos con fuerza, apreté mi mandíbula y asentí.
-Te daré lo que quieras, Sophie -prometí en silencio. Todo lo que estaba diciendo tenía sentido. Necesitaba entender la independencia para sentirse verdaderamente libre conmigo. Eso apestaba. Pero tenía razón.
-Haré cualquier cosa por ti, Soph... incluso esto. Lo odio, pero lo haré.
Sophie sonrió con un dejo de tristeza todavía en sus ojos. Echó la cabeza
hacia adelante, presionando su frente contra mi pecho mientras inhalaba
profundamente.
-Hay una condición, sin embargo -susurré en su cabello.
-¿Cuál?
-Te tendré por hoy. Mañana, te dejaré ir. Te llevaré al banco. A la estación de autobuses. Te dejaré hacer lo que tengas que hacer. -Se apartó y me miró, mi voz se volvió cargada de emoción-. Pero hoy te tendré para mí. Todo el día. Durante toda la noche.
Pasó el dedo por mi mejilla, viendo que raspaba contra mi mandíbula sin
afeitar.
-¿No tienes que trabajar?
-No hay nada que no pueda esperar hasta mañana.
Sus dedos se arrastraron de mi mandíbula para seguir el tatuaje en mi pecho, siguiendo las líneas de las alas que se extendían de un hombro al otro. Luego se inclinó hacia adelante y suavemente apretó los labios en él.
Moldeó su cuerpo cerca del mío y habló en voz tan baja que apenas pude escucharla:
-Soy toda tuya, Harry.
-Sellémoslo con un beso, Sophie -demandé con voz ronca. Se inclinó un poco hacia atrás, una inclinación sombría en sus labios mientras
me estudiaba. Su expresión partida en una profundidad agridulce de emoción que me emocionaba y me dolía. Un principio y un final, todo en uno, allí mismo en sus llorosos ojos turquesa. Sus palmas acunaron el ángulo de mi mandíbula mientras
llevaba sus labios ligeramente a tocar los míos. Un tierno beso que me dejó sin aliento. Me di la vuelta sobre mi espalda, tirando de ella hacia arriba por encima de mí; su cabello cayó en una suave cortina que nos protegió del mundo exterior. Sus movimientos pausados me calmaban y excitaban. El moviendo de su dedos mientras bailaban ligeramente sobre mi piel, sus labios se arrastraron a lo largo. Y
en la débil luz, temprano por la mañana, Sophie me hizo dulcemente el amor de una forma lenta.
Con paz, deliberadamente, le dio vida a mi cuerpo y me dolí por la exquisita
sensación de ella, la humedad suave y sedosa que me atraía. Mis manos se
movieron a la curva redonda de su parte inferior, empujando en sus brazos, una súplica silenciosa por algún alivio de su dichoso tormento. Pero agarró mis manos y las empujó en la cama, planas por mis hombros.
-Todavía no -susurró en mi oreja-. Tenemos todo el día. Toda la noche.
¿Recuerdas? -Arremolinó la lengua suavemente por mi pendiente mientras sus dedos se entrelazaban con los míos-. Solo déjame amarte.
Así que lo hice. Me quedé inmóvil, permitiendo que la reverencia se arrastrara sobre mí, sintiendo la devoción de su corazón y alma filtrarse a través de todo mi cuerpo. Haciendo retroceder el anhelo casi doloroso de tomar el control. Peleando contra el deseo de darme la vuelta en la parte superior de ella, de envolverla en mis brazos y amarla hasta que no pudiera irse. Pero me resistí. Dejé que Sophie me amara.
Por fin, después de explorar cada curva de mis músculos y tendones, se
deslizó por encima de mi cuerpo y me tomó dentro. Su piel blanca y de marfil brillaba en el sol de la mañana, etérea y radiante mientras se sentaba en mi carne dolorida. Sus movimientos engañosos, deliberados y relajados. Sentí cada temblor
de sus profundidades, su cercanía rodeándome. Cuando me tomó completamente, arqueó la espalda y se sacudió con delicadeza, jugando conmigo y complaciéndome en la tranquilidad de la mañana. Nunca había conocido tanta belleza. Nunca había sentido tal maravilla y conexión. El movimiento suave de Sophie nos llevó más cerca de una cúspide etérea, nos volcó en el borde en un zarandeo, de un enredo de alientos de apatías. Por ese breve instante de tiempo, todo estuvo bien en el mundo. Debido a que Sophie me amaba. Durante las siguientes horas, apenas la dejé fuera de mi vista. O de mi alcance.
* * * *
Nos cepillamos los dientes y me incliné sobre el mostrador del baño mientras ella miraba nuestro reflejo en el espejo. Nos duchamos y terminé teniendo sexo con ella contra la pared de azulejos. Cocinamos la cena y la extendí sobre el mostrador y me serví su coño como aperitivo. Vimos una película y celosamente saboreó mi pene para el postre... con crema batida en la parte superior. En el momento en que estuvo oscuro, los dos estábamos exhaustos. Agotados. Doloridos. Cada músculo de mi cuerpo me dolía como si hubiera estado en el gimnasio durante horas. Así que nos dirigimos a mi cama para poner al descubierto la luz suave, sosteniéndonos uno al otro con una comprensión agridulce. Le había prometido dejarla ir, pero no quería. Sabía que tenía que encontrar su mierda. Necesitaba meter cosas directamente en su cabeza. Lo entendía. Lo captaba. Pero no lo hacía más fácil. Y, a pesar de que nuestros cuerpos estaban maltratados y abusados por la intensidad de nuestra carnalidad, ninguno de nosotros quería dormir. Hasta bien
entrada la noche, en silencio compartimos historias. Pedacitos divertidos de nuestra juventud. Locas anécdotas de la gente que conocíamos. Le hablé de mi abuelo y de mi madre, de lo mucho que me había destrozado perderlos. Llorando,
me besó y me tomó la cabeza contra sus suaves pechos mientras hablaba.
Superamos todos los niveles de intimidad que habíamos tenido hasta el momento. Nos enamoramos más profundo esa noche y, mientras las astillas de la mañana comenzaron a verse a través de las cortinas, me prometí que esto no sería lo último de nosotros. Que todo lo que hiciera por el resto de mi vida... sería por Sophie.
***
Demasiado pronto, llegó la mañana.
Ella no tenía nada para hacer maletas. Casi le ofrecí el cepillo de dientes azul,
pero egoístamente quise mantenerlo. Ridículo, pero era como si, siempre y cuando tuviera ese maldito cepillo de dientes, volvería. Paramos en el banco y retiró un poco de dinero, cambiando su cuenta de ahorros para comprobar y obtener una tarjeta de débito. Fue un poco de consuelo
que mantuviera su cuenta allí, incluso si se trataba de una cadena nacional.
A pesar de sus protestas, me detuve y le conseguí un teléfono, agregándola a
mi plan. Peleó conmigo, soltando todas las mismas cosas sobre la necesidad de ser independiente y hacer esto por su cuenta, pero no cedí. Tenía que mantener alguna conexión. Finalmente cedió, e inmediatamente programé mi número en él y puse su nuevo número en el mío. Luego paramos en Target, donde le compré un nuevo cepillo de dientes y otros artículos de tocador. Compró un par de jeans, algunas camisas, unos
calcetines y ropa interior. Una parte de mí estaba un poco contento de que no se fuera por las pequeñas bragas sexys, sino por lisas de algodón en su lugar. En realidad, estaba siendo frugal, pero me gustaba pensar que las escogió porque no tenía intención de dejar que nadie las viera. Odiaba ir de compras. Con pasión. Siempre había sido así. Mi hermana compraba la mayor parte de mi ropa, mierda para mi casa, casi todo. A veces
incluso me compraba víveres. Pero sabía que cada minuto que pasara con Sophie sería una instantánea en el tiempo, algo que podría sostenerme cuando se fuera. Entonces estuvimos en la estación de autobuses.
Esperando. Sentados en una pequeña mesa con tazas de maldito café. Entrelazó mis dedos con los suyos y olió. Sus ojos estaban llenos de lágrimas no derramadas mientras me miraba.
-No tengo derecho a pedirte que espere por mí -susurró-, pero quiero hacerlo.
-No te vayas -le susurré.
Bajó los ojos para estudiar nuestras manos y una pesada lágrima golpeó la
mesa delante de ella.
-Lo siento -le dije con dolor primitivo en mi voz-. Sé que tienes que hacer esto. Solo vuelve a mí.
Levanté la mano y le alcé la barbilla para que me mirara. Cuando vio la
humedad en mis propios ojos, me dio la más dulce sonrisa triste que he visto nunca.
-Lo haré.
Entonces su autobús fue anunciado. Un último beso tortuoso y se fue un paso lejos, las lágrimas se vertían por sus mejillas, todo lo que tenía estaba en una mochila en su hombro.
Y entonces... se fue.