Paso atrás

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Tres años de bondad, recibió. Ni más ni menos, lo necesario para ser feliz siquiera una vez. Era una criatura hermosa, y adorable, podía conmover los corazones más despiadados tan sólo con sentir su armónico regocijo. Más dulce que la blanca azúcar, y aún más pura que el blanco mismo. Su alma vertía salvación y luz, sus vestiduras permanecían intactas, caminaba rigurosa y acertadamente, sin pizca de egoísmo en su fulgor. No conocía tal maldad, sabía que existía, pero nunca pensó llegar a conocerla realmente. Era alguien de quién debía rendir cuentas alguna vez, pero a la corta de edad que tenía, se concentraba en las enseñanzas sabias de sus padres. Les amaba, y les respetaba en conclusión. No había mayor amor al que ella sentía por sus padres, y su hermano. Gracias a ellos, ella vino. En próposito de salvar y mantener en línea a quiénes desviaban sus miradas, a quiénes olvidaban quiénes eran y de dónde fueron ellos creados. 

Observaba minuciosamente alrededor, y sonreía con cierta paz, llamando la atención de quiénes eran observados. Nadie podía pasar indiferente frente a ella, era una luz deslumbrante que podía llegar a cegar tu vista, peor aún quiénes no le veían, eran torturados por la curiosidad hasta caer  en ella. 

-Berenice, ven aquí. -le llamó su madre con claro cariño en su voz.

La pequeña levantó su menudo cuerpo, y camino obedientemente hacia su madre, sin dejar de sonreír en ningún momento, dando saltitos de alegría al ver el gran pastel que su padre había comprado hoy por la tarde. Le dio un pequeño mimo a su progenitora, y esperó pacientemente la orden de su madre. Sin embargo, todavía no podía salir la voz cantarina de su madre. Se le quedo mirando, y agradeció tal milagro. No podía creer que aquel ser tan bello era obra de su amor. 

-Estás hermosa, te amo. -le susurró su madre, acercando el pequeño cuerpo cada vez más a ella. La niña emanaba felicidad, y le abrazó con efusividad, dejando caer el dulce que había sostenido tiempo atrás. 

-Mamá, yo también te amo. -respondió la chiquilla soltando una pequeña risita, y llenando el rostro de su madre con una gran cantidad de besos sonoros. Retrocedió por un par de segundos al sentir la presencia de alguien más, y le abrazó por última vez. 

Giró su vista en la niña que tendía el dulce que ella había dejado caer, y lo tomó, agradeciendo su cortesía. Le sonrío, y en respuesta, la chiquilla pareció divertida. 

-¿Vamos a jugar con tus muñecos que tienes en tu habitación? -preguntó la nena tímidamente, y Berenice pareció pensarlo detenidamente. No quería dejar a su madre, y mucho menos a todos los invitados que estaban aquí por ella. 

-Ve. -ordenó su madre, incitándola a ir con un par de palmadas delicadas. Berenice dejó de negarse y marchó junto a su prima, brincando de la alegría. Tomó la diminuta mano de Serena, y le invitó a su cuarto. Tomó todos sus muñecos y los lanzó a su limpia cama, le otorgó la mitad a su prima, y se dispuso a jugar. 

-¿Puedes convidarme de aquel? -cuestionó Serena, enarcando una perfilada ceja minúscula. 

Berenice sin rechistar, los intercambió. Serena comenzó a sonreír, y pareció sentir más felicidad aún. Amaba cuando los demás sonreían a causa de ella. Le entregó con impetú todos sus juguetes, y Serena manifestó su agrado en una gran sonrisa, y le miró. 

-Muchas gracias. -susurro Serena tomando entre sus manos el dulce rostro de Berenice, y ofreciendo un casto beso en los labios de ella. 

Berenice sonrío sin saber, y le dio de regreso un pequeño ósculo. Tomó uno de los juguetes y comenzó a jugar junto a Serena, después de tal acto de afecto. Una adversidad incipiente hizo presentación en su vida, y Berenice no estaba preparado para ello. ¡Cuidado! -habían gritado desde los cielos. Pero, la pequeña había recibido la venganza. Y esto, todavía no comienza.

Palabras sometidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora