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    Estaban tumbados en la cama, acurrucados el uno contra el otro, ambos algo adormilados por el cansancio y la quietud. Ignis se removió un poco, cambiando de posición el rostro que tenía apoyado en el pecho de Gladio, sin soltar el toque, aun abrazado a él. La mano de este estaba puesta aún en su cabello, acariciándolo de cuando en cuando, sorprendido de lo sedoso que era.

     Ignis acabó suspirando, moviéndose un tanto.

     –Creo que debería ir al baño a asearme. –Comentó con pereza por lo bajini, acariciándose el cuello, sintiendo un cosquilleo allí donde Gladio le había estado tocando hacía escasos segundos.

     Gladio lo vio moverse, apartándose un poco para que se pudiera incorporar bien.

     –¿Quieres que te acompañe?

     El estratega se quedó parado en el borde de la cama, apunto de ponerse en pie. Por un momento, pensó que el tono del otro era preocupado, protector. Que le había dicho eso para ayudarle, para que no cayera o cualquier cosa, pero..., miró por encima del hombro, pensativo, analizando el timbre. No era exactamente así.

     –Haz lo que quieras. Pero necesito una ducha, no sé tú. –Terminó por contestarle con una media sonrisa, porque sabía que su entonación se podía malinterpretar, invitándole en cierta medida, a que le siguiera.

     Guiándose como pudo hasta encontrar su bastón, lo tomó y se dirigió hasta la única puerta que se podía abrir en aquella habitación, entrando, pero sin llegar a cerrarla a su paso.

     Gladio se quedó un momento ahí, con cierta tensión. No creía que hubiera sido adrede, pero agacharse delante de él a coger el bastón... no había sido una buena idea.

    Se levantó, respirando de forma entrecortada.

    Le había invitado ¿no? De una forma muy sutil, pero... ahí estaba. No se lo había imaginado, ¿no era así?

    Era posible que necesitara algo de ayuda.

    Sí, eso era. Echaría un vistazo por si acaso, se mintió a sí mismo para sentirse algo mejor al respecto.

    Se acercó con paso lento al baño, pretendiendo que sus pisadas no se escucharan, pero sin que hubiera éxito en el acto; porque aunque para los oídos de Gladio era un camuflaje perfecto, los de Ignis ya no eran tan fáciles de engañar.

    El mayor se quedó mirando por quicio de la puerta, observando que hacía. El chico estaba palpando la pared para encontrar la llave de la ducha, que abrió al fin, y alzó el rostro para remojar su cara con las gotas que le salpicaban el cuerpo e inundaban su rostro. Gladio tragó saliva, mientras observaba el espectáculo.

    Debería haber dicho algo antes de que se bañara, ahora no tenía excusa, y... no podía evitar quedarse mirándole.

    Ignis empezó a masajearse el cuello con tranquilidad, dejando que el líquido le bañara el cabello, pegándosele al rostro ante el toque húmedo. Se acarició los brazos con parsimonia, completamente concentrado.

    Gladio dio un paso al frente, abriendo la puerta. No podía simplemente quedarse ahí y mirarle. No podía. La necesidad, acuciante, volvía de nuevo con fuerza, tomándole casi, casi desprevenido.

    En dos zancadas se acercó al otro, que no había pasado ni la mampara, y puso su pecho contra la espalda de este, acercando su enhiesto miembro a la cadera del joven, hundiendo el rostro en la curva de su cuello mojado. Ignis suspiró arqueándolo, dejándose hacer.

Quédate junto a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora