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       Aún estaban recostados en el lecho, luego de tantas horas de vigilia y desenfreno. En algún punto de la noche, Gladiolus se había medio espabilado, helado de frío, y los había cubierto a ambos con las mantas, estremecido por la brisa fría de la noche, acurrucándose más contra el castaño, mientras ampliaba el abrazo, muy cómodo y sin preocupaciones.

         El sol entraba discretamente por un ventanuco situado en el techo, el único lugar donde entraba algo de luz natural, repleta la estancia de penumbra, tranquila, relajada, con los dos integrantes aun dormidos; Ignis apoyado en el pecho de Gladio, y este, con las manos hacia arriba, abarcando el resto de la cama, llenando la habitación de un leve ronquido, más remarcado por la respiración del mayor.

          –...en unos diez minutos Francis pasará por la capilla, repito, en unos minutos... –La quietud se rompió por el sonido de la megafonía diciendo esas palabras, espabilando a un adormilado Ignis, que movió la cabeza, en un primer instante desubicado, intentando recordar de quien era ese pecho que no podía ver en el que estaba apoyado, pero reconociéndolo de inmediato al tocar la profunda cicatriz que le recorría de parte en parte. Un leve rubor recorrió sus mejillas, y agradeció en demasía que el otro estuviera aun dormido para no ver la evidencia. Se incorporó un tanto al entender lo que decía la voz delatora. Dentro de poco serian importunados, y, por lo menos él, no quería ser visto desnudo por nadie más que por Gladio.

         –Gladio. –Le llamó mientras se arrastraba fuera de la cama, intentando encontrar la ropa. –Gladio. –Repitió al oírle gruñir en tono bajo, quejoso. –Espabila, Francis vendrá de un momento a otro. –No estaba seguro, pero tenía la leve idea de que antes de despertarse ya había escuchado la voz de la mujer repitiendo el anuncio. Tenían poco tiempo.

        Encontró como pudo su ropa interior, suspirando de forma queda al tenerla cerca al fin, y se la puso, encontrando poco después los pantalones.

         –¡Gladiolus!–Le llamó esta vez fuerte, para llamar su atención. El otro dio un respingo en la cama, sobresaltado de pronto, al no haber escuchado las anteriores llamadas ni por asomo. Por supuesto esa sí, al haber sido tan específicamente alta. –Levanta hombre y ponte algo. O no. Pero sino disimulas, bueno... Francis sabrá que sí que hemos consumado. –Una sonrisa de medio lado se le escapó ante el último comentario, oyendo como el otro se atragantaba.

         –¿¡Qué!? ¿¡Qué dices!?

         –Que viene Francis. Llegará de un momento a otro. Espabila. –Le metió prisa. –Anda dime dónde está mi camisa, que me estoy desesperando. –Le instó, perdiendo un poco los nervios al pensar en el hombre mirándole el cuerpo. No le apetecía nada. Se abrochó el cinturón, mirando por encima de su hombro esperando una respuesta.

          –¿Eh? Ah.... –El moreno se pasó la mano por el rostro, algo turbado aun, con la voz ronca. Echó un ojo a la habitación para fijarse bien. –Más a tu izquierda, a unos cinco pasos de tu posición.

          –Gracias.

          Sin más dilación, se incorporó, llegando a donde le había dicho, y al fin, sintiendo con la punta de los dedos la tela, que cogió, volviendo a la cama.

          –¿Te estas vistiendo?–Preguntó más por cortesía que por otra cosa, centrado en darse prisa.

          –...no.

          –¿Y a qué esperas?

           –Oye que lo de estar casados no te lo tienes que tomar al pie de la letra ¿sabes?–Espetó, molesto por que quería dormir más, completamente exhausto, y algo molesto por su tono exigente.

Quédate junto a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora