IV. (Des)Encuentros

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Se levantó temprano para empezar el día con unas cuantas entrevistas en los medios nacionales y locales de la ciudad de Mar del Plata. 
Le mandó mensajes a Eugenia confirmándole su asistencia al al asado del día siguiente en su casa y prometió llevar los alfajores marplatenses que tanto le gustaban desde que eran pequeñas. 
Guardó el celular en la cartera después de grabar un par de historias que subió a sus redes y cerró los ojos para entregarse a una pequeña siesta.

Una Lali de diecisiete años estaba en su casa terminando de almorzar junto a sus padres cuando su celular vibró. Sonrió a la pantalla cuando vio que el destinatario era Peter. 

"Lali, tengo un problema. Tengo que estudiar pero tengo muchas ganas de verte. ¿Vamos a estudiar a la plaza?".

Los mensajes de Peter tenían esa capacidad de acelerarle el corazón. Hacía seis meses que estaban chongueando, como quien no quiere la cosa. No tenían ningún título y no compartían más que algunos encuentros casuales de besos y sexo porque él tenía novia, u otra chonga, o algo así. No sabía qué era lo que tenía pero sabía, y era muy consciente, de que había otra en la vida de él. Y ella no pedía más de lo que tenían; no porque no le gustara él, sino porque al conocer su prontuario de engaños, sabía que no podría confiar en él y alguna promesa de fidelidad. Y sin embargo, aunque en su discurso estuviese todo clarísimo, esos mensajes esporádicos y que le llegaban sorpresivamente, la desestabilizaban. 
A las cuatro de la tarde Peter tocó timbre en lo de Mariana. Ella salió con su mochilita a cuestas con una lona, sus fotocopias de la facultad y una sonrisa que a él lo hizo sonreir. 

–Hola.

–Hola –y besó sus labios–. ¿todo bien? –le preguntó caminando a su lado. 

–Sí, ¿Vos? 

–También. 

–¿Tenes mucho que estudiar?

–Algo, un poco de Historia General, ¿Vos?

–Psicología social –y él asintió–. ¿Tenías ganas de verme? –preguntó tímida, unos segundos después, desviando la mirada.

–Sí –dice tímido y se ríe–. ¿Está mal? 

–No –se encogió de hombros–. Yo también tenía ganas de verte. 

Un Pedro de treinta y un años cruza la calle junto a su perro y lo suelta de la correa cuando llegan a la plaza. Suspira porque aquella plaza de barrio le gustó siempre y a su perro también. Se sienta en un banco mientras el can corre por todos lados, hace sus necesidades en algún que otro árbol y juega con otros perros. Suspira porque hacía tan solo tres días había recibido el golpe de la noticia que traía consigo a Lali Espósito a la fiesta aniversario del club de sus amores y, con ello, un montón de recuerdos de ellos juntos en plena juventud que creía haber guardado en algún lugar al que no quería volver. 
Es que su cobardía -y lo veía así ahora- había sido uno de los motivos por los que ella se había ido y su egoísmo había sido el causante por el que ella no miró hacia atrás. Y se había quedado con tantas cosas por decir que pensó que no exteriorizaría nunca más porque ella había prometido no volverlo a ver. Y por alguna extraña razón, aunque un poco aquello lo aliviaba, porque lo obligaba a no enfrentarla, sentía que el corazón le latía más rápido desde que supo que ella haría un show en vivo en aquel lugar que vio crecer su relación, y que los vio crecer a ambos. 
Su celular sonó y sonrió al ver que Eugenia le reclamaba una video llamada.

–¿Qué haces, rubia?

–¡Hola, tío! –y no era Eugenia, sino que era Rufina.

–Hola, Rufa, pensé que eras tu mamá. ¿Cómo estás? 

LO QUE PERDIMOS CUANDO NOS PERDIMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora