II. Argentina

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Estacionó su auto en el lugar habitual reservado para el cuerpo docente y colgó su maletín al hombro para emprender el camino al Saint Patrick, colegio en el que dictaba sus clases de historia hacía seis años. Iba tomando su café diario en el vaso térmico que le habían regalado sus estudiantes el año anterior y tarareando una canción que venía sonando en la radio del auto. Al cruzar las puertas principales saludó a todos aquellos que cruzaba a su paso hasta llegar a la sala de profesores. Allí besó la mejilla de Manuela, profesora de Arte y algo más, y estrechó la mano de Ricardo, el profesor de filosofía que, además, era su tío. 

–Peter, ¿viste la nota que te mandé ayer? 

–¿Marx posmoderno? –él asintió–. Sí, la leí, me parece muy difícil enmarcar el pensamiento marxista en la realidad de hoy, la verdad –sonrió de costado–. Pero me parece un buen abordaje para los chicos, quizá más fácil de comprender. 

–Historiador tenías que ser –y lo hizo reír–. No sé por qué no te persuadí más para seguir filosofía. 

–Y bueno, los historiadores somos más terrenales –sonrió.

–Y aparte hubieses sido insoportable como filósofo –acotó Manuela y los hizo reír. 

–Tiene razón, tiene razón –sentenció Ricardo–. Me voy a cuarto, nos vemos más tarde, pendejos –palmeó la espalda de Pedro y salió.

–¿Cómo estuvo tu fin de semana? –preguntó ella sentándose a su lado.

Él despegó la mirada de los exámenes que estaba corrigiendo y la miró sonriendo y con una ceja levantada. Ella lo miró.

–Bien, tranquilo, corregí muchos exámenes, esta época es la que más odio.

–El profe anti-examen –rió.

–Y tengo todos mis motivos –se defendió–. Pero el director me los pide así que no me queda otra. ¿Vos qué hiciste?

–Te extrañé en mi cama –dijo sin más y lo descolocó–. ¿Qué? ¿Acaso miento o no la pasamos muy bien la otra noche?

–Sí, la pasamos bien –dijo tirándose contra el respaldo–. Pero yo te aclaré que no quería nada de esto –dijo señalando entre ellos–. No quiero confundir las cosas, Manu.

–Ni ahí –minimizó–. Nadie se confunde, pero eso no quita que no quiera volverlo a hacer. 

–Manu, acá no da –dijo volviendo a sus exámenes.

–No, y además me tengo que ir a dar clase después del recreo, no nos da el tiempo –dijo y le acarició la oreja. Él suspiró– Pero... ¿Hoy a la noche?

–¿En tu casa? –ella asintió–. Okay, tipo nueve estoy ahí. 

–Perfecto, te espero... Peter –él lo miró–. Es tu casa también –y salió de la sala cerrando la puerta tras de sí. 

Peter suspiró, movió su cabeza a un lado y otro y regresó la atención a las hojas escritas por sus alumnos acerca de la revolución francesa. 
Su celular sonó avisándole que tenía una llamada entrante y vio el nombre de Eugenia en la pantalla que deslizó para atender.

–Quiero que sepas que solo atiendo porque sos vos –y la escuchó reír del otro lado–. ¿Cómo estás, Eu?

-Bien, muy bien, paseando un poco por la capital... me mandaron a buscar algunas decoraciones para la fiesta del club. 

–Estás a full. 

Sip, aprovechando un poco la excusa para venir sola a desenchufar un rato.

LO QUE PERDIMOS CUANDO NOS PERDIMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora