XX. Il racconto

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Cuando Lali finalizó la gira por Estados Unidos llenando estadios en Miami, Los Ángeles, New York y Orlando, arribó a Marbella para refugiarse en la tranquilidad de la casa que sería su hogar por esas dos semanas.
Los primeros días se dedicó a dormir, tomar sol y disfrutar de la gran piscina y jardín con el que contaba la finca y reír, fotografiar y filmar a su perro que correteaba por todos lados. Se cocinó, se preparó licuados, algunos tragos y realizó sus propias compras en el mercado de la zona andaluza que el dueño de la casa le había recomendado. Leyó algunos libros de producciones cinematográficas que esperaban su respuesta para algún papel, escribió algunas frases que, quizá, convertiría en canción, y habló con sus seres queridos por videollamada.

El día cinco de su estancia en Marbella se vistió con unos shorts blancos a juego con la capelina que la ayudaba a mantener oculta su identidad, una remera azul y unos lentes de sol de un tamaño importante, y salió en su auto hacia el aeropuerto para recibir con una sonrisa enorme al hombre que le aceleraba el pulso y a su pequeña hija que corrió hacia ella con los brazos abiertos.

–Hola, hermosa –sonrió él y se le achinaron los ojos.

–Hola, chini –besó sus labios–. Uy, te manché todo –dijo riendo y le limpió el labial con un pulgar. Luego le sonrió y se encaminaron con el carro de valijas hacia la salida–. ¿Cómo están? ¿Cómo estuvo el viaje?

–Re divertido, vi tres películas –dijo la niña que arrastraba una pequeña valija rosa–. Papá se durmió en la mitad de la primera, re aburrido –y eso la hizo carcajear–. Wow, Lali, tu auto es re lindo.

–Gracias, Margui –sonrió–. ¿Tienen hambre? Preparé una comida riquísima.

–¿Vos cocinaste? –dijo él sorprendido mientras subía al asiento del copiloto.

–Los años no vienen solos, querido, te puedo sorprender –le guiñó el ojo y encendió el motor.

Entonces, cuando estacionaron frente a la casa que Lali había alquilado, las bocas de Peter y la de su hija se abrieron proporcionalmente a su sorpresa y eso la inhibió.

–Los lujos de estrella son de otro planeta –le dijo mirándola a los ojos y ella se encogió de hombros–. Es muy linda, La.

–La verdad es que el dueño es conocido de Luis, uno de mis productores, y no fue algo desorbitante, pero quería desconectarme del mundo y cuando veas la vista desde el jardín, me vas a entender –sonrió tímida–. ¿Vamos?

–Sí, vamos –respondieron, al unísono, padre e hija.

Entonces, cuando entraron, Margarita le pidió permiso para descubrir su habitación y salió corriendo escaleras arriba, pero cuando Peter quiso agarrar las valijas para acomodarlas en los respectivos cuartos, Lali lo obligó a soltar todo y seguirla hacia el jardín que, tras cruzar la puerta ventana, dejó a Peter sin habla. Ella cruzó sus brazos alrededor de su cintura, abrazándolo desde atrás y, en puntitas, le susurró al oído si al ver eso entendía el por qué de su estancia allí. Y él asintió, y le agradeció que los haya invitado. Luego se giró y la enfrentó para sonreirle, tomarle la cara y besarla como tenía ganas de hacerlo desde que la había visto escondida entre los lentes y la capelina esperando por ellos.

Cuando cayó la tarde los tres salieron caminando hacia el supermercado en busca de alguna carne que pudiese hacer a la parrilla. Mientras Margarita era arrastrada por el perro de Lali y su correa, Peter abrazaba a Mariana por los hombros y ella a él por la cintura. Recorrieron las góndolas comprando la carne y algunas otras cosas más, riendo y él se encargó de, además, robarle un beso en cada oportunidad que encontró. Al regresar, Peter prendió la parrilla, Margarita se tiró de bomba a la pileta y Lali se excusó para ir a darse una ducha. Cuando salió envuelta en su toalla, se peinó y se dejó el pelo suelto, pero también se tomó todo su tiempo para hacer su ritual de humectación encremándose el cuerpo.

LO QUE PERDIMOS CUANDO NOS PERDIMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora