5.- Sammuel

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Capítulo 5

9

Gilbert tenía ya un nombre y rasgos característicos de quien podría ser el asesino al que buscaban, y que se movía constantemente. No podía llegar a donde supusiera que estaría y arrestarlo, ni siquiera podía encontrarlo aún, tan solo sabía que era él.

Eran ya tres víctimas con las mismas especificaciones: tortura antes de morir, cuerpos abandonados en un callejón lejos de la escena del crimen, ningún rastro de ADN ajeno y en cada mano yacían los globos oculares.

Una imagen bastante aterradora la que habían tenido los ciudadanos de Lincoln al reportar un cuerpo a la policía estatal y al enterarse Gilbert, había tenido que conducir tan solo cuatro horas para ver tremenda escena, peor que la anterior.

No podía predecir el patrón concreto, no había relación alguna. No eran solo mujeres o solo hombres. Y no quería frustrarse, sabía que eso no servía de nada, en todos sus años como agente del FBI, había tenido casos similares, incluso podría decir que mucho más atroces.

El teléfono de su oficina sonó de nuevo.

— Diga.

—¿Agente Gilbert? Habla el jefe Carter de la estación en Atlanta, tenemos un cuerpo similar. Es importante su llegada.

—¿Tienen algo?

— Un video de seguridad.

— Estaré ahí mañana.

Gilbert dejó el teléfono y tomó su placa y pistola, saliendo de la oficina, si podía crear un patrón de víctimas, entonces debía comenzar. Llegó a su auto y se dirigió justo hacia Atlanta.

...

Mientras Gilbert emprendía un viaje largo, Ashton revisaba la lista en la sala de su casa. Cuatro nombres estaban tachados ya, cuatro personas menos en el mundo que no volverían a dañar a Calum, cuatro cuerpos que merecían aquel destino.

Ashton no sonrió, no festejó, mucho menos lloró o se sintió enfadado. No. Él no experimentaba eso, tan solo alivio, una escoria menos en el mundo pensó y después otras más.

Sammuel Bolger no volvería a ver la luz del día y Ashton tenía todo preparado.

10

La compañía para la que trabajaba estaba en quiebra, era posible que fuera una de esas crisis pasajeras que toda empresa pasaba a lo largo de los años, pero Sammuel sabía que no era así, él mismo con sus propios ojos había visto los resultados de los números en ventas que tenían. Aquellos números rojos que jodían a todo aquel que no escuchaba las recomendaciones.

Sammuel había querido, lo había sugerido, pero no fue escuchado y en ese instante, al ver su último cheque, sabía que era el fin. Los días lo consumirían poco a poco. No tendría trabajo por un largo tiempo. Y ya no habría tranquilidad en su ser. No creía en la posibilidad de casarse o tener hijos, ya era muy viejo para eso, aunque tan solo tenía treinta y dos.

Casi podía escuchar las palabras de su padre, la decepción de su mirada. O la condescendencia de sus hermanos y el arrepentimiento de su madre. Estaba jodido, no había más futuro. Bien podría tomar ese dinero y largarse a unas vacaciones en Florida, buscar alguna mujer y pasarla estupendo. Y una vez que el dinero se acabara, tirarse de un puente y terminar su miseria.

Porque para Sammuel siempre fue más importante el dinero y el poder, y esas dos puertas se le habían cerrado justo cuando su jefe directo le dijo que no conseguiría empleo alguno por todas las demandas que la empresa había acumulado.

La vida judía todo, se dijo mientras regresaba a su apartamento. Caminando por la acera, mirando el piso mojado, escuchando los autos transitar y la música de algún local cercano. Era quizá mejor concentrarse en todo eso que en sus pensamientos suicidas y en su futuro corto.

Tan sumido en otras realidades que no se dio cuenta del cambio en la luz y casi era arrollado por un taxista.

—¡Lo lamento! - gritó alzando ambas manos.

El chofer no había respondido, pisando el acelerador. Sammuel observó a la bella mujer que estaba en la parte de atrás.

Continuó su caminata hasta llegar al edificio, metió sus llaves a la puerta principal y una vez en el cuarto piso, su puerta estaba entreabierta. Un robo era lo único que le faltaba para terminar con su desgracia.

Resignado, abrió la puerta completamente, las cosas estaban extrañamente igual, aún conservaba su televisión, el estéreo y la costosa mesa de centro que aun debía. Un poco paranoico, entró despacio, pisando en el proceso unos papeles. Era el correo de ese día, había una caja también. Extrañado, la levanto, imaginó entonces que la señora Gellar de recepción la había llevado hasta ahí sin cerrar la puerta correctamente, dejó salir una respiración aliviada.

Levantó los papeles y se dirigió a su cocina, revisando brevemente de lo que se trataba, desde una carta del trabajo que ya no tenía, hasta las cuentas que debía pagar.

El paquete estaba envuelto en papel marrón, con una nota "ABREME" que le recordó a la película animada de Alicia en el país de las maravillas.

Sin poder más con la curiosidad lo hizo. Descubriendo así una caja negra, descubierta.

Sammuel dio un brinco asustado por lo que veía ahí, era imposible que fuera real, tendría que ser un sueño, tal vez una pesadilla, quería despertar de aquello. Llevó ambas manos hasta su rostro, despejándose. Y la imagen ante sus ojos seguía siendo real. No era una broma, el hedor no podía serlo, y el líquido empezó a caer... primero una gota y después otra.

La sangre cubría sus oídos, sentía que no escuchaba, tan solo sentía miedo, ese sentimiento que servía como una pared para lo desconocido.

— No es real... Carajo... no es real.

— Sí lo es...

Sammuel dio la vuelta, detráss de él estaba un hombre que no reconoció, seguía sin poder creerlo.

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? - exigió-. ¿Por qué esta eso en mi casa?

— Es un obsequio.

Sammuel se alejó, dirigiéndose hasta su teléfono, marcando el número de la policía. Pero no había línea, aquel hombre le había cortado el cable del teléfono, así que metió su mano al bolsillo, su celular aún podría tener un poco de saldo, eso imaginó... pero sus manos temblaban y la poca comida que había probado se revolvía en su estómago como si fuera una licuadora.

— Nadie vendrá a ayudarte, Sammuel... nadie le avisará a la policía... no podrás salir de aquí hasta que tus vecinos huelan tu carne pudriéndose, cuando los gusanos se coman tu cerebro... Ni siquiera la mujer de recepción... ¿Qué harás Sammuel?

—¿Quién carajo eres tú?

-Ashton... y que bueno que no me recuerdes, porque sabes que siempre fui tu peor pesadilla.

— Tu estas muerto... Yo... nosotros te vimos, los vimos... estas... muerto. - Las palabras de Sammuel eran un susurro poco audible.

—¿Lo estoy? Yo no me siento muerto... pero, tú si, lo estarás muy pronto.

—¡No! - gritó. Intentó correr hacia su puerta y entonces tropezó con sus propios pies. Golpeándose el rostro, rompiéndose la nariz.

— Haces mi trabajo fácil... muy fácil.

Sammuel no volvió a decir palabra alguna, era consciente de lo que su asesino estaba haciendo con su cuerpo, pero había caído en un estado de shock donde no podía mover musculo alguno, pero sentía. Sentía cada corte, cada golpe... hasta que su corazón se detuvo.


Cover Me | CashtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora