VIII

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—Jesús, Jihyo. ¿Qué está pasando conmigo? ¿Sabes lo que hice esta mañana? Le grité a una señora que estaba en camino al hospital con su bebé enfermo.— Mina aún no podía creer que había actuado de manera tan horrible.

Jihyo frunció el ceño. —¿Que hiciste qué?— Mina se recostó en la silla, sintiéndose agotada antes de que el día hubiese comenzado. Le relató los sucesos desagradables de su encuentro con la mujer una hora antes.

—Ella estaba hablando por teléfono con su pediatra, quien le estaba diciendo que llevara al bebé al hospital inmediatamente, y yo gritándole en la cara que colgara.— Si hubiera podido rodar como una bola y desaparecer en ese momento, lo habría hecho.

—Eso es lamentable.— El disgusto de Jihyo era evidente. —Nunca supe que hicieras nada como eso, y has tenido un montón de oportunidades.

Jihyo estaba en lo cierto - desde que asumió las riendas de Foster McKenzie, Mina no había perdido ni una vez el control, o tenido una reacción exagerada ante cualquier situación, aunque fuese desafiante. Por el contrario, cuando se trataba de su trabajo y en particular de sus acciones en la oficina, tenía la conducta de una santa y la paciencia de la melaza en invierno. Nada la agitaba o la hacía reaccionar de la manera en que lo había hecho esta mañana. Al menos no hasta el constante deterioro de su estado de ánimo durante las últimas semanas.

Cogió su maletín y se levantó lentamente de la silla. —Necesito unas vacaciones. Tal vez en algún lugar cálido y tropical, con un suministro sin fin de bebidas con esos pequeños paraguas en ellas.

—Sí, y servida por rubias en bikini,— añadió Jihyo conociéndola demasiado bien. Mina pensó por un momento. 

—No, necesito mantenerme alejada de las mujeres, sobre todo de las chicas en bikini, por un tiempo.— Sospechaba por la expresión de Jihyo que su rostro la había delatado. 

—¿Qué más le molesta?— Dudó Jihyo. —Rosé te ha contactado de nuevo? 

Mina había confiado en Jihyo después de que Rosé le dejó diecisiete mensajes telefónicos en el lapso de tres días, y no dejaba que Jihyo le llevara un mensaje que no fuese Mejor que la perra me llame. 

Mina hizo una mueca al pensar en la conversación dos días atrás. —Apareció en mi puerta la noche del sábado y no lo manejé muy bien. Ahora esta muy enojada conmigo, y Jinyoung esta enojado conmigo. Y tu estas enojada conmigo, y yo estoy enojada conmigo misma por no mantener mi boca cerrada.— La lista era más larga, en realidad. Sin embargo, Mina no quiso pensar acerca de su cuñado de mentalidad desagradable y sus últimos intentos de hacer olas en Foster McKenzie. 

—Yo no estoy enojada contigo, Mina,— se compadeció Jihyo. — Siento mucho por lo que estas pasando con ella. ¿Qué quiere ahora? 

—Trescientos mil dólares.— Mina manejaba cantidades más grandes que esta en base horaria, pero no había principios personales en juego en esas transacciones.

—¿Por qué?

—Por una media docena de vueltas en la cama.— La expresión de Jihyo hizo que Mina re-formulara su explicación para que fuera un poco menos cruda. —Creo que sus palabras exactas fueron algo como para hacer que me vaya.

—No lo estas considerando ¿verdad?— Preguntó Teresa. Uno de los rasgos que más admiraba de Mina era su honestidad e integridad. 

No pensaba que su jefa cedería al chantaje, pero en este momento no estaba tan segura. Sentía que Mina estaba más afectada por las amenazas de Rosé de lo que dejaba ver. Mina siempre era un ejemplo de profesionalidad y no permitía que su vida personal infiriera. Era tan dura como debía serlo en sus relaciones comerciales, pero siempre era justa. Jihyo admiraba a cualquiera que pudiera manejar la complejidad de llevar adelante una conferencia telefónica mientras respondía e-mails y pedía del almuerzo, sin perder el ritmo; sin embargo, creía que Mina era una notable excepción por motivos más importantes, a saber, los cheques que firmaba mensualmente en la carpeta marcada como Nuestro Futuro. Estas generosas donaciones iban a varias organizaciones de niños, y Mina nunca buscó publicidad en ello. A Jihyo le dolía el corazón al ver a una mujer, que estaba dando tanto y de buen corazón, estar involucrada con alguien tan desagradable como Rosé. 

—Por supuesto que no. No voy a darle a esa buscadora de oro lo que quiere.— Mina se detuvo. —Oh sí, Estoy esperando una llamada de Jinyoung más tarde esta mañana para que me muerda el culo de nuevo, así que pásamelo. 

La gruesa alfombra amortiguo el sonido de los pasos de Jihyo unos minutos más tarde, y Mina se sobresaltó cuando una taza de café apareció frente a ella. — Gracias— murmuró, sin levantar la vista del montón de papeles que estaba leyendo. 

—De nada. Por cierto, una tal Im Nayeon llamó justo antes de que llegaras.— La cabeza de Mina se sacudió tan rápido que Jihyo retrocedió. —Oh, oh, ¿tiene ella algo que ver con Rosé? 

—¿Has dicho Im Nayeon?— A la afirmación de Jihyo, respondió, —No, ella no tiene nada que ver con Rosé. Por lo menos no que yo sepa. Por Dios, espero que no. ¿Dijo lo que quería?— Mina estaba sorprendida por su reacción ante la mención de la mujer hermosa del sábado por la noche. Normalmente no recibía llamadas telefónicas personales su oficina, y estaba segura de que no le había dado su número a Nayeon. Un extraño hormigueo se escurrió por sus venas al saber que Nayeon se había tomado la molestia de rastrearla. 

Jihyo colocó la nota rosa —Mientras no estabas— sobre la agenda negra que en el escritorio de Mina. —Pidió que la llamaras. Ella tiene una reunión hasta las once, pero estará libre después de eso. 

Mina alcanzó el mensaje. —¿Qué estaba haciendo aquí el chico de mantenimiento? ¿Es el aire acondicionado de nuevo?— Jihyo hizo una pausa en su salida. 

—Yo no llamé a nadie. Dijo que era mantenimiento de rutina.— Mina miró hacia las rejillas de ventilación. Por lo menos este hombre había dejado todo en orden, no como el de la última vez. Se quedó mirando la pared de enfrente, extrañamente desmotivada para trabajar. Tenía dos horas que matar antes de que pudiera llamar a Nayeon, el tiempo suficiente para reunirse con un par de altos miembros del personal y asegurarse de que la presentación de su reunión con el cliente al día siguiente estaba lista. Sin embargo, estaba distraída sin remedio. Molesta con ella misma, se imaginó a su abuelo sentado aquí, detrás de esta misma mesa de madera de cerezo. 

¿Qué pensaría de ella ahora? No necesitó mucha imaginación para escuchar al patriarca diciéndole que ya era hora de que creciera y asumiera la responsabilidad que era su derecho de nacimiento. No había conocido muy bien al anciano, pero parecía cobrar vida cuando entraba en la oficina y Mina sabía que ella había heredado ese gen. Le encantaba lo que hacía, era buena en eso y no podía esperar a ir a trabajar casi todas las mañanas. Pero hoy lo único que quería era que las agujas en el reloj Waterford se movieran. Con un suspiro melancólico, dirigió su atención a una pila de papeles, y se obligó a concentrarse en los negocios.

Ven A Buscarme | •Minayeon•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora