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Cuando cerró el libro entre sus manos una sensación extraña embargó todo su cuerpo. Esta historia era diferente a cualquier otra que hubiese leído hasta ahora y aunque en más de una ocasión estuvo a punto de abandonar su lectura el recuerdo incesante de su deber con el Amo le recordaba que tarde o temprano debía terminarlo. Y así, al mal paso hubo que darle prisa.

No es que fuese una mala historia, sino todo lo contrario: la trama era envolvente y tenía un buen equilibro entre el romance y el suspenso, además de que el final no fue para nada predecible. Sin embargo, cada cierto número de páginas se encontró sin falta con escenas eróticas que le hacían teñir sus mejillas a un rojo vivo. Lo allí descrito era demasiado para un chico sano como él, teniendo en cuenta que como antigua espada los temas del amor para él se relacionaban únicamente con su lealtad hacia quien le blandía en el campo de batalla.

Jamás imaginó que un hombre y una mujer se conectaran de... aquella manera. Lo que es más, no lo comprendía y muy por el contrario, estaba seguro de que aquel acto más que sentirse bien debía ser doloroso. Kashuu deseó ir con el Amo e invadirlo con mil y un preguntas sobre el tema, entonces recordó su promesa de no molestarlo hasta terminar con todos los libros y optó por mejor escribir sus preguntas en un pedazo de papel y dejar las respuestas para cuando hubiese terminado con las que le parecieron miles de pilas de libros.

Sin embargo, su mente no le dejó olvidar aquellas páginas que narraban las escenas como si el autor lo hubiese experimentado en carne propia. Y más tarde, con mucho pesar, descubrió que aquel no era el único libro sobre el tema en la biblioteca.

Vergonzoso y grotesco; esa fue la primera impresión que tuvo el castaño sobre aquello llamado sexo. ¿Cómo introducir el pene en una vagina podía sentirse bien? ¡Era ridículo, sin importar cuántas vueltas le diera al tema! Un simple meter y sacar con una tonelada de palabras sucias de por medio. ¿Qué opinarían sus compañeros de batalla sobre esto? ¿Sabrían siquiera a qué se refería? Él era la primera espada en llegar a la ciudadela, pero en realidad no era muy diferente de los demás: todos espadas de metal con mangos resistentes. Además, dudaba que alguno de sus antiguos amos -en su sano juicio- llevase su espada consigo hasta la alcoba, teniéndola enfrente mientras intimaba con cualquier mujer. Si él apenas conocía algo sobre el tema, dudaba que sus compañeros supiesen algo más. Definitivamente, el único capaz de resolver sus dudas sería el Amo.

—Hasebe, ¿puedo visitar al Amo esta noche? —preguntó en la cena de esa noche.

—Por supuesto que no —fue la respuesta inmediata que obtuvo.

—¿Por qué? —exigió saber— Estoy siendo cortés al preguntarte, pero puedo simplemente escurrirme en su habitación cualquier noche, ¿sabes?

—Hiciste un trato con el Amo, ¿recuerdas? A cambio de guiarte hasta la biblioteca, te mantendrías lejos de él. ¿O eres un hombre sin palabra, Kashuu?

Le calló con aquella astuta respuesta —¿Qué puedo hacer, entonces? Hay algo que en verdad necesito saber.

Hasebe detuvo sus palillos en ese momento, mirándole a los ojos. Cielos, que el chico parecía desesperado. —¿Por qué no vas a la tienda de variedades? Siempre tienen cosas interesantes allí y si buscas bien, tal vez puedas encontrar algo que resuelva tus dudas.

El castaño soltó un suspiro. —Lo dudo, pero gracias de todos modos —dijo antes de levantarse de la mesa para irse a dormir. Ya en su alcoba, reflexionó sobre el consejo de su amigo. ¡Si le hubiese dicho lo que quería saber no habría sugerido algo tan estúpido! ¡¿Cómo iría a la tienda buscando guías de sexualidad?!

Por lo menos eso fue lo que pensó las primeras quinientas veces, pues a la mañana siguiente y pese a las ojeras bajo sus ojos por darle vueltas al asunto toda la noche allí se encontraba, buscando a cuclillas entre un montón de ropas occidentales y raquetas de tenis sin estar siquiera cerca de encontrar lo que buscaba. La tienda le pareció increíble por la variedad de cosas que vendía y de repente recordó cómo siempre parecía tener lo que necesitaba, sin que esta vez fuese el caso.

Sus ojos se entrecerraron ligeramente como un gesto que reafirmaba lo que ya sabía. Un empujón sobre sus caderas acompañado de cierta resignación bastó para que se levantara del piso, dispuesto a marcharse como quien asume su derrota. De pronto, con un pie adentro y otro afuera escuchó la madera crujir a su alrededor; volteó hacia atrás, pero no había nadie. En cambio, se topó con una pequeña puerta que daba al interior de otra habitación. ¿Cómo es que jamás la había visto, hasta ahora?

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