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Temprano por la mañana Hasebe los había citado a todos en el patio principal; las constantes misiones les robaron mucho tiempo y las tareas de la casa se habían acumulado antes de darse cuenta, por si fuera poco, ciertas estructuras necesitaban una reparación urgente o colapsarían antes de un suspiro. Tendrían que dividirse en grupos y echar manos a la obra antes de que todo se tornara en desastre.

Además, como si las calamidades se dispusieran a actuar todas juntas algunas espadas tendrían que marcharse a una misión, así que para esta ocasión Kanesada, Yoshiyuki, Kunihiro y Kashuu estarían a cargo de la huerta. Su deber consistía en recolectar los frutos maduros y llevarlos a la cocina, quitar las hojas muertas y regar lo demás con agua del pozo. Nada complicado de hacer, pues de los cuidados y nuevos sembradíos se ocuparían los responsables habituales.

—¡Hora, hora, hora![1] —gritaba Yoshiyuki con cada mazorca de la que tiraba. La colecta de víveres no pretendía ser una competencia, pero pronto Kanesada se vio a sí mismo siguiéndole el juego en una lucha por saber quién terminaba más rápido.

—Parece que se divierten —comentó Kunihiro.

—Son sólo un par de escandalosos, ignórales.

Kunihiro sonrió. —Actúan tan relajados que me hacen desear que estos días de paz duren para siempre.

El ejército de regresión y las peleas constantes vinieron al pensamiento de Kashuu sin que así lo quisiese. Sí, definitivamente los días felices le hacían sentirse dichoso y sólo estando todos presentes podría ser aun mejor. No obstante, preferiría terminar con las verduras tan pronto como fuese posible.

—Démonos prisa también, recolectar berenjenas y pepinos me hace sentir incómodo.

Su compañero no comprendió. —¿Por qué?

—¿Eh? ¿No lo sabes? —el chico negó y entonces Kashuu se percató de la impertinencia de su comentario. Sus mejillas, cuello y orejas se tornaron rojizos. —Sólo démonos prisa.

La reacción de su amigo era imposible de ignorar. —¿No me vas a decir? ¡Si te niegas, más curiosidad tengo!

—Olvídalo, ¿quieres?

—¡No! No después de ver que reaccionas así.

Dios, que ya no era normal relacionar toda cosa con el sexo. Luego de aprender sobre los dobles significados era imposible ver los alimentos de la misma forma, o la cerveza... siquiera un simple frasco de miel. Bastaba con uno, en la ciudadela no podía —ni debía— haber dos pervertidos.

—Sólo digamos que es incómodo tenerlas sobre mis manos, ¿de acuerdo? Tienen una forma muy tosca y preferiría recolectar verduras que dañaran menos mi piel.

—¿Cómo los pepinos y las berenjenas dañan tu piel? ¿No se supone que son saludables?

—Cállate —dijo avergonzado—, sólo es así.

Sí, los días felices en que podían conversar de trivialidades eran estupendos. —Entonces, ¿qué te parece si recoges los tomates mientras yo termino con esto?

Kunihiro no insistió más sabiendo lo vanidoso que su amigo podía ser, aunque lo cierto es que su explicación carecía por completo de sentido. De seguro era uno de los tantos pensamientos retrógrados de la época del Shinsengumi, algo de lo que jamás escuchó hablar porque Kanesada se llevaba toda la diversión en aquellos tiempos. Por ahora, prefería disfrutar del tiempo que pasaba en compañía de los demás y hacer que quienes le rodeaban disfrutaran también.

Continuaron recolectando verduras y quitando las hojas muertas hasta que dio la tarde, lo que en un principio parecía una tarea fácil terminó por reflejarse en una realidad muy distinta. Al menos, ahora que el sol se ocultaba tendrían tiempo para rociar con agua sin temor a quemar las raíces. Fueron por cubetas y palos hasta el pozo con el fin de ahorrarse dobles viajes y cargar con varios litros a la vez, luego usaron sogas y en poco tiempo cumplieron con su tarea.

Ahora podían marcharse, darse un buen baño y reunirse en la mesa con los demás para una bien merecida cena mientras escuchaban cómo los demás lidiaron con sus deberes, el ejército de regresión o lo que sea que estuviesen haciendo en las últimas horas. Kashuu recordó un libro que estuvo leyendo en las últimas noches metido en la biblioteca, un manual muy particular en el que lo necesario era una simple soga y mucha paciencia. Pidió a sus compañeros que se adelantaran y ya seguro de que estaba solo volvió al cobertizo. Vistas de cerca, aquellas sogas estaban viejas y desgastadas, llenas de espigas que le hicieron preguntarse cómo pudo sostenerlas antes sin emitir queja alguna; no servían a sus propósitos y muy a su pesar reconoció que para practicar el bondage necesitaría comprar una nueva en la tienda. Posiblemente unas tijeras también, por si necesitaba cortarla en caso de que algún nudo le saliera mal.

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[1] De seguro lo han escuchado en el anime, se pronuncia como ''jora, jora, jora''  y es como un ''vamos'' o una onomatopeya usada para decir que alguien le está metiendo fuerza a una acción.

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