Retiro Espiritual

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   El aire golpeaba mi rostro con una suave caricia mientras apreciaba el imponente paisaje que se cernía frente a mi: vastas montañas verdes hasta donde alcanzaba la vista, la poca luz del sol que quedaba teñía el cielo de un suave color morado con cinceladas anaranjadas.

   A mí espalda se encontraba una carpa que fácilmente se fundía con el verdoso paisaje, era una vista agradable, pero nada comparado con lo que en estos momentos salía de ese pequeño y acogedor refugio: una pequeña morena, de mirada ardiente e inteligente, con deliciosas piernas apenas cubiertas por un short color crema, una camisa de tirantes azul oscuro y un suéter a medio cerrar negro.

A simple vista parecía que tuvo una seria pelea con el cepillo, de solo imaginarmelo me provocó una leve sonrisa.

—¿Sabes?, Si le hablas bonito, el cepillo puede ser tu amigo —se volteó a mí y frunció el ceño.

—¿Qué se supone que significa eso? —pregunto confundida.

—Bueno… parece que tuviste una pelea con el cepillo —me acerque a ella y la tomé por la cintura—. Aunque claro, no es como si me importase mucho. Te da un toque más salvaje.

—¿Ah, sí? —sus ojos de por sí oscuros parecieron oscurecerse más.

—Si. De por sí ya eres una salvaje —intentó separarse de mi ofendida por mis palabras, pero apliqué más fuerza en mi agarre y me acerque a su oído—. Tengo marca de tus garras por toda mi espalda.

Dejó de moverse por un instante y cuando me aleje un poco para verle el rostro la ví sonrojada. Volví a sonreír, pocas veces se sonrojaba, pero adoraba esos momentos.

—¡Eres un per…! —no la deje terminar y reclamé sus labios con los míos en un suave, pero excitante beso. Mordí su labio inferior y aproveche el leve gemido que soltó para invadir su cavidad con mi lengua y encontrarme con la suya para nada lista.

Sin embargo, sabía que eso no tardaría mucho en cambiar, pues sé de primera mano lo apasionada que puede llegar a ser, tanto que en ocasiones parece arroparme completamente con su pasión y no me queda más que dejar que me guíe al Nirvana.

 En plan juguetón, baje completamente la cremallera de su suéter despacio al tiempo que voy dejando un rastro de besos hasta atormentar su cuello.

—Estamos… en… ¡Ah! —gimió cuando la mordí—. La intemperie.

—Y bastante alejados de la humanidad —recalqué—. En estos tres días, voy a disfrutar de este “retiro espiritual” que tú misma sugeriste.

—Se supone… que disfrutaríamos de la… n-naturaleza —su voz sonaba cada vez más agitada.

—¡Oh, no te preocupes! —la ví a los ojos con mirada pícara—. Planeo disfrutar mucho de la naturaleza —la pegó más a mi para que note cierta parte de mi anatomía que estaba disfrutado y listo para una nueva aventura—. Y que yo sepa—una mano traviesa fue subiendo desde su estómago hasta acunar uno de sus llenos pechos por debajo de la camisa—. Tú no eres un robot.

 Estar al aire libre daba una extraña sensación de libertad. Nunca se me había ocurrido hacer el amor con semejante vista frente a mis ojos.

 Sus manos tomaron el dobladillo de mi camisa para luego quitarmela. La sensación de frío se fue cuando arrastró sus largas uñas por mi torso, dejándome leves marcas rojas en la piel.

  La volví a tomar de la cintura y me deje caer en la hierba, con la muy placentera sensación de su cuerpo aplastando el mío; era como si fuéramos hechos para encajar perfectamente con el otro, acoplando cada una de sus peligrosas curvas con las mías.

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