Celos sin sentido

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En ocasiones, cuando el amor llega a tu vida lo hace sin anunciarse, en silencio y con sigilo. En otras, se anuncia con bombos y platillos. ¿La diferencia? Si eres como yo no lo notarás hasta que una sus labios a los tuyos.

Me separé lentamente de Einar y me encontré con sus ojos tan cálidos como la luz de la lámpara que velaba nuestras andanzas.

—No sé qué decir—susurré atontada por el beso.

—No tienes que decir nada. Solo debes preocuparte por sentir y vivir—tomó mi mano entre las suyas y besó mis nudillos con adoración—. Podemos mantenerlo en secreto, quiero cortejarte, enamorarte—apartó un mechón de mi cabello y por un segundo me sentí avergonzada por tenerlo sucio y grasoso.

Me encontré aceptando su propuesta ¿Aquello era vivir no? Además, no podía negar que Einar se me hacía muy atractivo era todo un caballero y nunca había adoptado actitudes típicas de los hombres de Luthier. No podía culparlo por sus antecesores, él era él y cada día me lo demostraba.

Bajamos de la cofa cuando el marinero de guardia subió. Einar deslizó en su mano cuarteada por la sal una moneda de plata. Sonreí ante el gesto, se sentía bien ser tratada con tal importancia y sobornar a sus marineros era un buen golpe a la odiosa de Vivian.

Nos dirigimos al entrepuente entre risas y pequeños empujones. No cabía en mí del gozo, era importante para alguien, no solo por mi futuro, sino por quien era en realidad.

Einar me escoltó hasta mi habitación. Tenía una tonta sonrisa en el rostro y supuse que la mía no era mejor. Me dio un corto beso de despedida antes de marcharse a su camarote sin apartar su mirada de mí.

Cerré la puerta y suspiré, me sentía en las nubes, tan ligera que casi sentía como si pudiera volar por encima de todos los problemas que nos agobiaban. Einar con su amabilidad y su trato suave y comprensivo se había ganado su lugar a pulso en mi corazón.

Al día siguiente casi no pudimos contener nuestras miradas en la mesa. Zirani nos miraba con evidente desaprobación, pero nos ayudaba a salir del trance del amor con comentarios sarcásticos e irónicos sobre nuestro opulento desayuno de pan duro y leche agria.

—No puedo creerlo—bufó Zirani mientras repetía estocadas y mandobles—. Einar y tú. ¿Acaso perdiste la cabeza? —imprimió mayor fuerza a su golpe y casi me desarmó.

—Es mi vida, no tengo que justificar mis acciones—me defendí.

—Pero eres la princesa heredera, debes respetar ciertos principios—continuó.

—Claro, tanto como tu defiendes y sigues los tuyos que estás a punto de vender tu felicidad—espeté, quizás con demasiada furia. Zirani apartó la mirada y bajó su espada.

—Es necesario—balbuceó. Su labio inferior temblaba ligeramente y no pude evitar sentirme culpable ante aquella prueba de su turbación—. Supongo que no tiene sentido, ¿No? Después de todo solo soy un recipiente, una moneda de cambio—tendió el mango de su espada en mi dirección.

—Zirani, eso no es verdad—la seguí a paso apresurado. Ella ya abandonaba el vestíbulo y se dirigía a cubierta. Cuando tenía un pie en las escalas me di cuenta que no podía subir armada, así que regresé a mi camarote, las dejé en una esquina y corrí a buscar a la princesa dramática.

Al subir a cubierta recorrí con frenesí todo el lugar, Zirani no tenía muchos lugares para esconderse, era una fragata y estábamos en medio del mar.

Recorrí paso a paso cada espacio permitido del buque. Sabía que Zirani no tenía el valor, o la estupidez, de contrariar a la capitana.

Minutos de búsqueda desde el mascaron de proa hasta el límite de la toldilla de popa me dejaron en la incertidumbre total. En cubierta el viento fresco y salado del mar secaba el sudor que cubría mi piel a causa del esfuerzo, me permití descansar unos segundos. Zirani no podría haberse escondido tan bien en esta barcaza.

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