Libertad robada

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Dicen que amar a dos personas es imposible, que es egoísta o que en realidad no amas a ninguna. Puedo decir desde mi experiencia que sí, es posible, aunque es la peor situación en la que puedes estar. Mientras mis labios acariciaban los de Zirani y se daban el permiso de fundirse ante el paso de su lengua, mi corazón se fracturaba.

Por un lado, anhelaba el tacto fresco y la delicadeza de Zirani, su manera de ser desprendida y su carácter fuerte y valiente y por el otro, adoraba sentirse protegido y atesorado por la fuerza de Einar, disfrutar de su mente prodigiosa y de sus historias y experiencias a lo largo y ancho del mundo.

El beso terminó con una ligera caricia de sus manos en mis mejillas. Esta vez ninguna huyó, no era el momento para tal inmadurez. Zirani descansó su frente contra la mía y se limitó a respirar. Sabía cómo se sentía, como si cada bocanada de aire fuera la última. Yo también había experimentado esa sensación al combatir grupos rebeldes en la frontera.

—Todo estará bien—musité como si lo creyera. Mis manos sujetaron su cintura Y tiré ligeramente de ella hasta que su cuerpo hizo contacto con el mío. Sus labios estaban demasiado cerca y no resistí la tentación de volver a perderme en ellos.

—Debo admitir que estoy aterrada—confesó sacudiendo la cabeza de un lado a otro—. Y a la vez, indignada porque no me dejas combatir a tu lado—sus gruesos labios formaron un adorable puchero. En el fondo estaba segura de que Zirani no era consciente de estarlo haciendo. Acaricié con la yema de mis dedos aquella adorable muestra de fastidio.

—Eres una heredera de un reino amigo, eres nuestra responsabilidad—la estreché contra mí—. Mi responsabilidad y aún sin importar todas las implicaciones diplomáticas, quiero protegerte.

—Tú también eres una heredera al trono. Eres hija única, tu deberías esconderte conmigo—protestó.

—Lo soy, es verdad—acepté cediendo a la tentación de acariciar su largo cabello negro—. Sin embargo, mis madres son jóvenes y no soy heredera de sangre. En seis meses, tal vez menos, tendré una hermana que pueda sustituirme si algo ocurre. Soy prescindible.

—¡No digas eso! Eres la futura heredera de Calixtho y eso no lo puede cambiar nadie—chilló con tal vehemencia que incluso ella se sorprendió—. Lo siento, no quise gritar, es sólo que no puedo soportar la idea de—tragó aire y ocultó su rostro en mi cuello.

—¿De qué? Zirani, dímelo—exigí. Tal vez era cruel al hacerlo, pero la situación ameritaba hablar con la verdad. Necesitaba escuchar de sus labios lo que sabía iba a confesar. No podía quedar solo como alguna fantasía en mi mente.

—No soportaría perderte—cedió al fin—. Anahí, este viaje está maldito, desde que me permití sentir lo que siento por ti, no han dejado de ocurrir desgracias—sollozó—. Mis dioses están furiosos conmigo, saben que tengo pensamientos impuros y que he cometido pecado—estaba por interrumpirla y mandar a sus dioses al infierno cuando ella continuó: —¿Sabes que es lo peor? Que no me importa. No me importa porque ¿De qué sirve el paraíso eterno si no puedo obedecer a mi corazón?

Sus labios de nuevo buscaron los míos y pude probar la sal de sus lágrimas dotando al beso de un sabor agridulce que, lejos de alejarme, solo me llevó a tomar sus mejillas entre mis dedos para secar aquel torrente que evidenciaba sus más profundos sentimientos.

Para mi sorpresa, Zirani respondió empujándome con su cuerpo hasta mi hamaca. Como pude logré sentarme en ella mientras Zirani solo se acomodaba entre mis piernas, enloqueciéndome un poco en el proceso.

Mis manos subieron por cuenta propia por su cintura, deslizando la suave camisa de seda que había decidido llevar ese día. Su cuerpo respondió con un ligero temblor de placer y sus dientes aferraron mi labio inferior.

La TravesíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora