Rencores antiguos

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Un repentino movimiento de vaivén nos sacó a Zirani y a mí de nuestra contemplación. El grito de "Icen las velas" resonó en cada rincón del barco. Una llama de esperanza brotó en mi pecho y poco hice para reprimirla, si podíamos tomar ventaja, aquel terrible enemigo no nos daría alcance.

—¿Estaremos a salvo? —inquirió Zirani tratando de mirar a través de su ventana. Al ver hacia el mar lanzó un grito de felicidad—. Vamos muy rápido, seguramente esos piratas no nos darán alcance.

—Es probable, si—la rodeé con mis brazos y besé su frente—. Sin embargo, debo prepararme, no han levantado la voz de alerta—dije con fastidio. No deseaba separarme de su lado para nada.

—¿Puedo ayudarte? Tú lo hiciste por mí y yo quiero intentarlo—se apartó un poco de mí y abrazó su cuerpo con sus brazos, insegura.

—Claro—tomé una de sus manos y la guie hacia mi camarote. En él me desvestí sin pudor alguno mientras buscaba alguna camisa de lino y unos pantalones de cuero grueso.

—Anahí, yo, espera, ¿No crees que eso es algo exhibicionista? —me giré al escuchar el temblor en la voz de Zirani, quien se encontraba con las manos sobre el rostro y resistía el impulso de mirar entre las rendijas que formaban de sus dedos.

—Vamos, has estado en Calixtho, sabes que esto—señalé mi cuerpo semidesnudo—. No es un problema.

Pude ver cómo la punta de sus orejas enrojeció y no pude contener una risita de satisfacción. Aquello era prueba suficiente de su atracción hacia mí y aunque que lo tomara con tanta timidez era contraproducente para desenvolvernos cómodamente en cierta forma me encantaba.

Me acerqué a ella y tomé sus muñecas. Aparté sus manos de su rostro y aprovechando que mantenía los ojos cerrados le robé un beso lento y suave para alejar de su mente aquella turbación. Al principio saltó en el lugar a causa de la sorpresa luego, dio la bienvenida al contacto separando los labios dando espacio a mi lengua para probar su delicioso sabor.

Todos los puntos de contacto entre nuestros cuerpos parecían arder y cuando Zirani gimió y mordió levemente mi labio inferior, desató la bestia que había permanecido oculta. Sus muñecas aún permanecían entre mis manos, por lo que no fue demasiado difícil empujarla con mi cuerpo contra una de las paredes de mi camarote y sujetarlas sobre su cabeza, no quería que se concentrara en algo más que no fueran nuestros besos y lo que estaba a punto de hacer.

Aprovechando el desequilibrio de su cuerpo y el gemido de placer que abandonó su garganta, logré colar una de mis piernas entre las suyas. El cuero era un gran obstáculo, pero todo lo que necesitaba era la presión justa para hacerle olvidar todas las barreras que su mente había construido.

—Anahí—siseó contra mis labios con evidente placer. Mi nombre abandonó su lengua tan suave como una seda y tan ardiente como la lava. Incremente la presión sobre su centro y la sentí moverse sobre mi muslo, deseosa. Sus manos luchaban contra las mías para liberarse, por lo que solté sus muñecas y permití que nuestros dedos se entrelazaran.

Notar su entrega y su completa capitulación ante el placer y el amor que sentía, envió un rayo de energía desde mi pecho hasta mi vientre. Susurré su nombre contra sus labios antes de atacar su cuello sugerente y empezar a marcar con mordidas y besos aquella piel que ella misma me entregaba al inclinar su cabeza.

Maldije mentalmente la armadura cuando ésta me impidió atacar sus clavículas, por lo que me concentré en la piel ubicada detrás de su oreja. Zirani reaccionó temblando y casi convulsionando sobre mi pierna. Era una respuesta deliciosa y quería sentir más. Liberé sus manos y dirigí las mías a su cadera, para guiar sus movimientos y acercarla al paraíso que quería regalarle.

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