Febrero de 2011
Siempre era difícil volver. Era algo que había aprendido con el tiempo. No es que marcharse fuera un gran momento. Pero el volver, el regresar como un juguete en mal estado que es devuelto por sus defectos siempre fue la peor parte.
La primera vez que había vuelto al orfanato había sido traumante. Luis Spencer había reavivado todos los recuerdos que su joven mente albergaba sobre Luciano y los había duplicado con la comprensión que viene acompañada de la edad. Tal vez a los cuatro años no comprendiera a su padre pero a los seis si tenía un mejor entendimiento de lo que significaban los gritos de Luis. O tal vez el verdadero problema es que siempre había entendido los gritos y Luis solamente había reavivado los miedos ya inculcados profundamente en su alma.
Más allá de eso, más allá de los traumas que pudo o no pudo haber generado su estadía con los Spencer, el volver ahora había sido totalmente distinto. Después de todo no era una mala experiencia en sí. No eran golpes o gritos los que arrastraba ahora. Era algo mucho más suave, mucho más sutil. De algún modo era repetir su experiencia con Mayra. El inevitable sentimiento de fracaso, de no poder proteger a la persona que se quiere. De no ser suficiente para la persona a la que se quiere.
Porque si, de una u otra manera había querido a Katia. Y le había fallado. Se encariño de la niña que jugaba a ser mujer, de esa pequeña adolescente que fingía ser su madre como una niña finge con su muñeca favorita. Se encariño de ella al igual que se encariño de Teresa y de Elena.
En el fondo de su mente y pese a todas las barreras que creara para protegerse, su alma de niño siempre buscaría un reemplazo para Mayra. Una persona que le entregara el mismo calor que perdió aquella noche de noviembre en una fría bañera.
Pero al igual que siempre, todos sus sueños terminaban dentro de un basurero, dañados por las expectativas rotas y las pesadillas que plagaban su día a día.
Esta vez no era un recuerdo teñido de muerte como su vida con su familia biológica o manchado de dolor como su estancia en la casa Spencer. Este recuerdo, este error cometido tenía un sabor mucho más amargo, un sabor casi podrido que podía degustar en el fondo de su lengua.
¿Acaso estaba tan dañado que su sola presencia arruinaba la vida de los demás?
Llevaba ya tres días en el orfanato y no había salido de su habitación.
La pregunta girando de manera incesante lo atormentaba en todo momento.
Kay aún seguía enojado con él por no haberle contado lo que ocurría e incluso intentar apartarlo de la situación y Elena, la dulce y maternal Elena, todos los días intentaba conversar y explicarle, hacerle entender, que lo ocurrido no era su culpa.
Pero, ¿Cómo no iba a serlo?
En su mente no existía otra explicación para el divorcio de los Albert e intento de suicidio de Katia que su intromisión en su familia. No entendía que ellos llevaban tiempo distanciándose, que su matrimonio era un capricho de una adolescente y un hombre que no deseaba afrontar su edad. Que su llegada solo fue el punto final a una larga lista de complicaciones que incluía amigos, familia y sociedad.
Que la decisión de Katia era la representación de una mente adolescente que creía que ese era su único medio para detener a su marido.
Que incluso ese final que a él tanto le desagradaba era el mejor pronóstico para una relación marcada por el desastre incluso antes de comenzar.
No. Anthony no entendía. Y en su incomprensión la forma más fácil de sobrellevar todo era culpándose a sí mismo.
Después de todo, había vivido años con gente culpándolo por las cosas más graves e insignificantes, esto era solo otro error suyo para agregar a la bitácora creada en su mente con cada uno de sus fracasos.

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Crónicas de una infancia desafortunada
Teen FictionAnthony Harper era un enigma. Un enigma envuelto en una mata de cabello negro y ojos plagados de tormentas. Acompañado de un oso. Ante una sociedad que olvida el valor de una vida e intenta ignorar todo lo que escape del concepto de vida feliz, Anth...