XXXI - Preludio

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Entre febrero y mayo de 2017

Eliot Hoffman era una rata. Astuto, hermoso, elegante, pero al final de todo, una rata. Sabía cómo moverse entre las sombras, como ocultar su rastro entre miles de personas sin nombre. Era un animal sagaz capaz de ver una oportunidad entre miles de desventajas.

Ahora que se encontraba solo era aún más peligroso. Es tan cierto eso que dicen que no existe hombre más letal que aquel que nada tiene que perder.

Y para bien o para mal, en ese momento de su vida Eliot había perdido absolutamente todo.

Los días pasaban en una vorágine de mala comida y moteles de mala muerte que apestaban a moho y algo indescifrable que no tenía tiempo ni ganas de definir. Lo único que lo mantenía aún en pie era, como a muchos, una irremediable sed de venganza.

Le había costado poco más de un mes encontrar un buen refugio en un motel a la salida de Chicago. La policía jamás lo buscaría dentro de la misma ciudad, con sus recursos todos estarían persiguiendo su rastro en otros condados e incluso en el extranjero, pero él necesitaba quedarse. Necesitaba terminar sus asuntos pendientes por su pequeña Sophie.

Su amada Sophie.

Ni siquiera pudo ir a su funeral. Darle una despedida adecuada. Besarla por última vez.

Y todo por ese maldito mocoso.

En algún momento entre la adopción de Anthony y el accidente automovilístico, la mente de Eliot había mutado. Tal ve como un medio de protección. O tal vez solo era la verdadera apariencia de su mente. Pero de aquel compuesto doctor que adopto a Anthony, ahora solo quedaban migajas.

Se había convertido en un hombre paranoico.

Había sido esta misma paranoia la que en la huida apresurada de Chicago le había provocado el accidente. Tal vez en una mejor situación, Eliot habría sido capaz de mover los hilos desde su propia casa, sin arriesgar la vida de su mujer o la reputación que ambos habían creado.

Pero estaba aterrado. Y el miedo te obliga a hacer cosas estúpidas.

Incluso aquellos que enarbolan la bandera de genios tienen caídas, normalmente más fuertes que el resto. Es lógico que entre más subas más te cueste ver el suelo. Pero siempre está allí, esperándote.

Eliot olvido cuando duro era el suelo. Confió en sus capacidades y se creyó intocable. Tan protegido que se atrevió a llevar su propio pecado al hogar sin ver como su soberbia podría traicionarlo.

Y ahora, sin querer reconocerlo, tenía miedo.

Había sido miedo lo que había instado su huida, había sido miedo lo que le había hecho huir del auto cuando se dio cuenta que no podría salvar a Sophie. Y era miedo lo que ahora lo obligaba a permanecer oculto.

Miedo y sed de venganza.

Pero ahora ya estaba todo listo.

El mocoso no viviría un día más disfrutando de su familia reencontrada mientras él se hundía en la miseria.

La llamada fue tan fácil, las palabras se deslizaron por su lengua como la dulce miel; una mezcla entre caricia y amenaza.

El niño vendría, él lo sabía.

Su mentalidad de héroe mediocre no le permitiría llamar a la policía o avisarle a alguien, él vendría solo creyéndose poderoso e inmortal.

Y eso es todo lo que Eliot necesitaba.

24 horas y el destino ponía sobre el tablero todas las piezas del juego.

Locura.

Desesperación.

Ansias de proteger.

24 horas para que Anthony decidiera como proseguir.

24 horas para que Eliot se regocijara en su aparente éxito.

La vida de tantas personas cruzándose en un solo acto.

Mayra y Luciano. Marcos, Elisa y Elena. Kayden y Aleska. Teresa, Katia y Sophie. Eliot y Anthony.

24 horas después de aquella llamada, al otro lado de Chicago, Anthony salía del orfanato con la chaqueta negra de Kayden, una convicción irrompible en la mente y una promesa en el corazón.

−Anthony ¿Dónde vas?− Mierda. No necesitaba a Elena ahora. No podía enfrentarse a ella.

−A dar una vuelta Elena. Vuelvo al rato− No podía girarse, su mirada clavada firmemente en la puerta para no ver a la mujer tras él, porque sabía que al momento de ver sus ojos todos sus esfuerzos serian en vano.

−Ya es tarde cariño− La preocupación tiño cada silaba− ¿Por qué no sales mañana? Te podría ocurrir algo.

Las palabras no dichas resonaron entre los dos. Eliot esta aun afuera. Si sales te volverán a lastimar. No quiero perderte. Elisa no puede perderte.

Perdón, quería decir Anthony, perdóname por lo que voy a hacer, pero lo único que salió de su boca fue una risa amarga−. Tú no eres mi madre Elena. Creo que he vivido bastantes cosas como para poder decidir dónde y a qué hora salgo.

El golpe en su mejilla llego incluso antes que se diera cuenta que Elena le había girado. Ambos se paralizaron por un segundo.

La reacción había sido tan inconsciente que Elena ni siquiera había registrado su mano moverse. Había sido solo un rose, pero la acción estaba ahí y le daría un soporte para afirmar su fachada.

− ¿Ahora me golpeas?− Las palabras sabían a ceniza en su boca pero sería más fácil salir con la ira de Elena tras el que su inquebrantable amor.

Aun así ver su mirada dolida y traicionada casi lo obliga a arrepentirse. Pero por más que quisiera correr y esconderse en su delantal para escuchar que todo estaría bien, no podía. Aún no.

−Anthony Harper− El nombre salió como una plegaria, mitad decepción, mitad pánico al no entender su comportamiento− ¿Qué te sucede?

−No me sucede nada− Anthony suspiro endureciendo su postura. –Y ya no soy Harper, Elena− Sonrió de lado ocupando su mejor mascara para no ponerse a llorar hay mismo− ¿Elisa no te lo dijo? ahora soy Miller. Y tú no eres mi madre, si alguien tiene que darme órdenes es Elisa y yo no la veo por aquí.

Tras eso se dio media vuelta y salió sin mirar a la mujer llorando que dejaba a sus espaldas.

Perdóname Elena.

Estaría en muchos problemas cuando volviera.

Pero él volvería. De eso estaba seguro.

 De eso estaba seguro

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Crónicas de una infancia desafortunadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora