XXXII - Venganza (Segunda Parte)

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Mayo de 2017

Eliot Hoffman por primera vez en sus cuarenta y dos años de vida era un hombre con una paz interior completa. Ese tipo de paz que solo viene cuando sabes que por fin vas a lograr una meta por largo tiempo esperada.

En la noche con una sonrisa tranquila fue a una tienda y con el dinero que aún guardaba de una vida de juegos bien jugados se compró una hermosa arma ¡toda una belleza! Al volver al viejo hotel, y con la radio a medio volumen, él planeaba desde la demencia.

No sería tan difícil, ese niñito no volvería a ganarle, él era el rey, ayudaba a la gente con sus trucos, jugaba como un experto en cualquier campo y ese mocoso apenas si sabía lo que era la vida fuera de ese inmundo orfanato donde vivía. Lo llamaría, lo guiaría a su red y antes que se diera cuenta le habría clavado una bala entre ceja y ceja.

Durmió como hacía años no dormía y a las seis de la mañana se despertó sonriente, alegre y más demente que todos los días, se bañó lentamente, limpió su piel que se encontraba recubierta de una costra, mezcla tierra, ácido y una suciedad que solo él podía ver. Parecieron horas y horas en aquel baño, con el agua bajo cero que preparaba sus músculos y las ideas revoloteando en su cerebro con una impresionante locura. Estaba dispuesto a todo.

Sobre su cama estaba la ropa nueva que había comprado, una linda camisa de color azul, el favorito de su mujer, unos buenos vaqueros, unas lindas botas y una chaqueta negra que le había regalado Sophie hace tres años. Se miró al espejo y vio como el cabello, una maraña espantosa de descuido y un mal sistema de aseo, parecía aglomerarse en su cabeza. Agarró la máquina de afeitar y a los diez minutos el cabello yacía en el suelo y él se encontraba casi calvo, con la sombra rubia de aquel cabello que fascinaba a todos. Sobre todo a su querida Sophie.

Por primera vez podía salir a la calle sin que mediara su actitud de rata de alcantarilla. Se permitió caminar con la tranquilidad de alguien que no tenía nada que perder, observaba las calles. Observó los edificios, las casas, la gente en su día a día. Caminaba en ese momento con una extraña tranquilidad en su corazón. Serenidad que no sentía desde que era un niño. Se permitió silbar una canción de esas antiguas que tanto le gustaban a Sophie.

Sophie, su querida Sophie.

Esto lo hacía por ella, por él, por ambos.

Sus ojos azules, por primera vez, no tenían esa cualidad de sangre y de sonambulismo que le había dado el dolor y la obsesión. Estaba limpio, con una camisa nueva y bonitos pantalones, desde hacía veinticuatro horas estaba sonriente y dispuesto a hacer lo que tenía que hacer.

Cito al mocoso en el cementerio Graceland.

A Sophie le encantaba visitar ese tipo de lugares y lo había hecho recorrerlo por lo menos cinco veces desde que se habían instalado en la ciudad de los vientos. Ahora conocía el terreno como su propia mano y era un lugar perfecto para una cacería.

En especial este tipo de cacería. El lugar guardaba un delicioso secreto que Eliot había descubierto mientras confirmaban con Sophie la identidad del niño. Era el lugar perfecto para acabar con el maldito que había arruinado su hermosa vida.

Le había indicado al niño exactamente donde estaba la pequeña entrada que le permitiría acceder al cementerio cuando este ya estuviese cerrado.

Y a las siete de la tarde, con el sol deslizándose perezosamente a su espalda y la oscuridad arrastrándose desde todas las esquinas para envolverlo en un abrazo, Eliot supo que su momento había llegado.

Se camuflo a la sombra de un árbol, acaricio el arma que cálidamente guardaba en su chaqueta y espero que el mocoso entrara en su trampa.

No tuvo que esperar mucho.

Crónicas de una infancia desafortunadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora