III: La gata

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Estuvimos toda la tarde comprando los materiales que necesitaría para Hogwarts, de más a menos importante. Solo nos faltaba una cosa por comprar, pero me negué ha hacerlo, al menos comprarlo.

Tenía que encontrar una mascota para Hogwarts, un ser vivo con el que podría compartir cualquier secreto, y que este nunca lo dijera.

― ¿No quieres comprarlo?

― Hay animalitos que seguro que se pueden adoptar, ¿no?

― Hay una tienda de adopción, pero casi nadie suele pasar por allí...

― ¿Por que?

― Se dice por ahí que es una muggle normal y corriente, pero que viene de su mismo mundo a traer animales abandonados para encontrarles un lugar mejor.

― ¿Y eso es malo?

― Para nada, pero el mundo mago también es cruel, y piensan que por el simple hecho de comprar un animal tendrá más valor que uno que no se compre.

― Menuda mierda de magos

― Nunca mejor dicho...

Andamos hasta casi el final, a unos diez minutos andando de donde acabábamos de comprar una túnica para mi estancia allí. Serían las diez de la noche cuando llegamos allí.

Una mujer anciana, con algo de sobrepeso, dormía en una silla de mimbre mientras sonaba música de un tocadiscos. Hermione no quiso interrumpirla, pero no tenía otra cosa que hacer.

― Perdone...

La mujer, que roncaba tranquilamente, se alteró y se levantó de un salto. Pensaba que iba a gritar del susto, pero la verdad es que se alegro de nuestra presencia.

― ¡Clientes! ¡Clientes! ¡Hacia tanto que no tenía!

Apenas su voz se escuchaba dentro de ese barullo de animales que maullaban, piaban, ladraban... en aquel pasillo mas allá de la caja, con pocas monedas en un box de donativos.

― ¿Venís a adoptar?

― Si, vengo para ello ―respondí, llamando la atención de la anciana.

― Venga conmigo, usted ―dijo refiriéndose a Hermione― puede sentarse mientras buscamos su mascota ideal.

Hermione asintió, y se sentó lentamente en aquella silla donde estaba antes la anciana durmiendo. Nada más hacerlo, la anciana apoyó una mano en mi espalda, y sonreía de oreja a oreja con una sonrisa tan amable y sincera que nunca jamás había visto. Le sonreí igual, nada me hacia mas feliz que hacer un bien por el mundo.

― Entra entra, ¿Que te gustan más?

― ¿Que hay?

― Hay perros, búhos, lechuzas, sapos, peces, ratas, ratones, hámsteres, gatos...

― ¿Hay gatos? ―pregunté alegre, me encantaban.

― Hay demasiados, ven, te enseño el rincón de los felinos y ya decide cual te gusta más.

Nos dirigimos a una habitación del pasillo, un numero 4, y allí estaban. Millones de gatos me miraban atentos, sentados, mientras estaban en ese césped artificial, bien alimentados y bien cuidados. Había de todos los colores y razas, per hubo uno que me llamó la atención desde el primer momento.

Un gato blanco, con una mancha negra en una de sus patas, se encontraba andando hacia ella, el único que lo hacía. Parecía que no querían salir de allí, solamente el.

― Me gusta ese ―señalé― el blanco con la mancha negra.

― ¡La novata! ―chillo la anciana, abriendo la puerta para solamente agacharse y cogerlo en sus brazos― Lo rescaté la semana pasada de una alcantarilla de Londres, pero es una buena gata, es grandecilla y su corazón igual de grande.

― ¿Tiene nombre?

― Los demás si, pero ella como es la nueva no le he puesto ninguno. Eres libre de ponerle alguno.

La anciana me entregó a la gata, que agarré con todas mis fuerzas y pegué contra mi cuerpo. Arrastraba su cabecita contra mi pecho, cerrando los ojos verdes que tenía, en busca del calor que nunca habría tenido.

La anciana no pudo evitar emocionarse, y con un pañuelo que tenía en su bolsillo se quitó las lagrimas. Abracé como pude a la anciana, poca gente con tanto corazón eran como ellas.

― Le doy las gracias por adoptarla, de verdad.

― Las gracias se las debo dar yo, señora ―aclaré, acariciando a la gata― poca gente como usted, de un corazón tan bondadoso, harían cosas así. Si encuentro a alguien que quiera una mascota, le recomendaré que venga aquí.

― Muchísimas gracias, muchísimas gracias ―decía la mujer sin evitar emocionarse.

Salimos de la tienda de adopción, con la gata entre mis brazos, mientras miraba a todas esas personas detalladamente con sus ojos verdes. Nunca había salido de un sitio tan alegre y emocionada desde hace mucho tiempo.

― ¿Y como la vas a llamar? ―me preguntó Hermione.

― Pensaré en ello más tarde, por ahora es “la gata”

― Piénsalo muy bien, te acompañara seguramente lo máximo que pueda, su nombre incluso podría sonar junto al tuyo en algunas ocasiones.

Y tras todas esas horas de caminata en el callejón, volví a aparecerme en mi casa. La Rafi se extraño al ver a la gata, pero prefirió preguntarle a Hermione si quería cenar alguna comida “muggle”. Al principio no le hizo mucha gracia, pero después se animó a comer una pizza vegetariana, y que al parecer jamás habría probado.

Terminé pronto de cenar, la emoción de tener todos los materiales me impedía comer con la rapidez que solía tener. Dejé corriendo los platos en el fregadero, y mientras mi familia hablaba con Hermione subí hasta mi cuarto.

Me sorprendió ver que había una especie de carro, con una maleta de cuero, y una jaula para gatos. ¿Como habría llegado hasta allí?

La gata me había seguido por toda la casa hasta la habitación, y se restregaba junto a mi pierna, en busca de cariño. Sonreí, aun recordaba a esa mujer anciana tan humilde y de tan buen corazón.

― Ey ―salude a la gata, cogiéndola entre mis brazos― aun no te he puesto ningún nombre, ¿a que no?

La gata ronroneo, acomodando su cabeza en el hueco de mi codo.

Me dirigí hacia mi cama, y apoyándome en ella me dispuse a pensar un nombre bonito para aquella gata blanca. Pensaba en arios nombres, como “nieve” o “bolita”, pero un nombre apareció por mi mente.

― ¿Que te parece ―la gata levantó la vista, parecía incluso que me entendía― si te llamo Kaila?

La gata se levantó de mis brazos, y se restregó por todo mi vientre, mientras ronroneaba alegremente. No entendía muy bien el por que respondía a mi comentario con tanta rapidez, entendía lo que decía, aunque no me asustó en absoluto.

Miré hacia la ventana, unos cinco minutos más tarde de ponerle aquel nombre que tanto me acompañaría los siguientes años. La luz de la luna llena alumbraba a la varita que se situaba en la cómoda de mi cuarto.

Un impulso, casi inconsciente, me señaló que fuese a por la varita, pero... ¿Para que si no sabía ningún “truco de magia”?

Bajé las escaleras, para despedirme de Hermione, y cuando volví me tumbé de nuevo en la cama, colocándome el pijama, y dormirme tras el largo día que había tenido.

Dos brujas en Hogwarts | AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora