Hola, mi nombre es Melanie Díaz, en estos momentos me encuentro en el aeropuerto con mi mejor amiga, Megan. Pero, ¿Por qué estamos aquí?, bueno, empecemos desde 0.
Megan y yo crecimos juntas, su madre y la mía fueron mejores amigas desde el colegio, compartieron juntas momentos muy importantes y especiales, incluyendo su parto. Ambas nacimos el 13 de Julio del 2001, ella nació en la mañana y yo en la noche, por lo tanto ella es mayor sólo algunas horas.
Crecimos como hermanas, hacíamos todo juntas y nuestras familias se llevaban bastante bien.
Aún recuerdo nuestro primer día de escuela, estábamos tan asustadas, pero nos tranquilizaba el hecho de que nos teníamos una a la otra; pasamos por tantas cosas juntas, fueron tantas peleas, reconciliaciones, llantos, risas.
Fuimos muy felices, pero bien dicen que no todo es color de rosa. Megan empezó a tener muchos problemas, las peleas en su casa comenzaron y todo fue empeorando; sus padres se separaron, sus hermanos se fueron alejando y su familia se fue dividiendo. A los meses su madre, quien vivía con ella, se quedó sin trabajo, mi familia siempre les brindó mucho apoyo, pero no era lo suficiente, y eran tantas las deudas que mi familia ya no podía ayudar.
Buscando y buscando al fin encontraron una solución, se fueron a vivir a casa de una tía de la madre de Megan y ella prometió que nunca les iba a faltar nada mientras volvían a equilibrarse económicamente. Y a pesar de que la tía las apoyó en cuánto a comida, techo, y algo de dinero, el ambiente no era muy bueno en esa casa.
Megs cada noche me llamaba llorando, contandome todo el maltrato que tenía que aguantar por parte de su tía; siempre que lo hacía, siempre que me contaba, sentía mucha impotencia, al no poder hacer nada.
Afortunadamente la madre de Megan encontró un trabajo, pero pagaban muy poco y debía irse todo el día.
Megan siempre fue amante del arte, sobre todo, siempre fue muy optimista, y lucha tras lucha logró entrar en una de las mejores academias de música de la ciudad; siempre me sentí muy orgullosa de ella, a pesar de que la veía muy poco.
Tiempo después, Megan y yo cumplimos 15 y la recompensa después de tanto trabajo empezó a llegar. El padre de Megan volvió con una actitud diferente y prometió ayudarles en todo, les compró una casa al lado de la mía y cubrió con todos los gastos requeridos, volvimos a ser felices, juntas.
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Nunca me olvides.
RandomAsí que la abracé, tan fuerte como pude e intentando no llorar, le dije: -Nunca me olvides, por favor.