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Zack

—No somos hermanos —le digo cortante.

—Nunca lo fuimos, nuestra sangre es diferente, pero tú te criaste en mi casa. Yo te enseñe lo que era vivir.

—¿Vivir? Hace meses que quieres matarme, Alex. —me controlo para no alzar la voz.

—Y tal vez ya debería haberlo hecho. Lo mereces.

Seguimos caminado por las calles cada vez más desoladas, más sucias, más oscuras y con un color ahora sustituido por grafitis de artistas callejeros. De alguna manera logre que William me dejare; diciendo mentiras que ni siquiera yo me creo. Cuanto me gustaría que Alexander solo fuera un amigo que esta de broma.

—¿A dónde vamos? —pregunto al fin.

—Ya te lo dije, al infierno.

—¿Al barrio en el que crecimos?

Él asiente.

—No lo entiendo. ¿Planeas apuñalarme, obligarme hacer una estupidez o invitarme a jugar como cuando éramos niños? —digo.

—Por el momento, creo que solo quiero jugar contigo.

No confío en él. Igual, sé que él tampoco se fía de mí, y cada uno tiene sus buenas razones. He intentado alejarme de Alex y enterrar mi pasado, pero siempre es inútil; las personas no podemos escapar de nuestras raíces con facilidad.

Veo una cancha en la que unos chicos lanzan gritos y juegan basquetbol.

—Tengo una idea, juguemos con ellos —dice señalando al grupo de la cancha— Si mi equipo gana tendrás que acompañarme a ir de compras y te divertirás conmigo en la noche.

—Pero si yo gano, no tendré que volver a verte.

—Te vez muy confiado, ¿Acaso olvidas quien fue el que el que te enseño a lanzar?

—Tal vez el alumno supere al maestro —respondo atravesando un cerco para dirigirme a la cancha.

Alex tiene una particularidad; es la clase de persona que puede encajar donde sea, moldeándose según las circunstancias, mostrando su carisma y casi siempre, obteniendo su objetivo. Como ahora, que saluda a los chicos y chicas de la cancha como si fueran buenos amigos, aunque no me sorprendería que de verdad lo fueran. Al preguntarle si podemos hacer parte de su juego ellos aceptan.

El grupo insiste en que nosotros seamos los que salten por la pelota y así lo hacemos; puede que mi contrincante sea más fuerte, puesto que me lleva un año de edad, pero yo soy más ágil. Al menos eso es lo que creo.

Un niño tira la pelota; flexiono las rodillas y me impulso para agarrarla, pero la altura de Alex me gana.

Apenas empezamos y ya voy perdiendo, esto se ve mal, pero no me rendiré.

Corro y logro arrebatarle el balón, el cual protejo cambiando de mano y pasándolo entre las piernas. Cuando estoy cerca del aro hago un pase a una chica que está más cerca de este y ella encesta.

Tal vez esto no esté tan mal.

Ahora vamos 5-3, ganado mi equipo. Inicio a creer que ganare el trato, hasta que un chico de mi equipo hace caer a Alex, él recibe la disculpa, pero exige que tiene derecho al tiro libre. Nadie se niega.

—¿Cuantos tiros? —pregunta a lo que yo lo miro incrédulo.

—Dos —responde el chico que cometió la falta.

—Hacer rodar por el suelo a alguien amerita tres lanzamientos, entonces hagamos algo, que sean dos, si yo fallo en ambos o tan solo en uno, seguimos con normalidad. —dice tranquilo y seguro— Pero si encesto en ambos, me dan la oportunidad del tercero.

Todos parecen estar de acuerdo excepto yo. Si, Alex fue el que me enseño a lanzar. Me aferro a la idea de que puede cometer cualquier error pero al verlo encestar la primera todas mis esperanzas se vienen abajo. Para mí, lo extraño seria verlo fracasar.

Después de encestar los tres tiros seguidos todos le exaltan mientras yo calculo mi siguiente movimiento, realmente no quiero perder este partido, aquí hay mucho más en juego que mi simple orgullo.

Estoy tomando el balón cuando veo que todos se quedan paralizados, mirando a la misma dirección y casi retrocediendo con lentitud. Me volteo y siento como me azota la misma ráfaga de miedo. A unos metros de nosotros se encuentra un hombre con arrugas en el rostro y el cabello blanco, en él no hay nada aterrorizante, cualquiera de nosotros podría derivarlo de una sola patada, sin embargo, es imposible no posar la vista en la pistola que sostiene en la mano.

Puede que solo sea el miedo, pero juraría que me apunta a mí.

Es esa sensación, sentir que puedo perder mi vida, es la que me impulsa a callar mi cerebro y reaccionar con rapidez. Hago lo que más me ha salvado a lo largo de los años; huir. Tal vez solo sea un cobarde corriendo de todos sus problemas, pero a lo mejor vivo unos cuantos años más antes de que una bala me perfore el corazón.

Los demás se han perdido ocultándose entre las calles y yo corro a la par de Alex hasta creer estar lo suficientemente lejos. ¡Vaya racha! Corriendo por mi vida como un loco dos veces en el mismo día.

—¿Quién era ese tipo? —pregunto mientras me siento al borde de la acera.

—El dueño del terreno, por lo tanto la cancha es suya y supongo que no se la presta a cualquiera —me responde a Alex a la vez que se sienta a mi lado.

—Eso no le da derecho a apuntarnos, algunos de lo que estaban ahí eran apenas unos niños.

—Las armas la mayoría de las veces solo sirven para causar miedo, apostaría todo a que ese viejo nuca se atrevería a disparar.

—A veces no hace falta el querer para causar daño —afrimo.— tu sabes eso mejor que nadie.

—Vale, tal vez tú no querías hacer lo de esa noche, pero eso no cambia el hecho de que por tu culpa yo estuve encarcelado en una todo este tiempo, cuando el verdadero criminal eras tú.

Siento un fuego dentro de mí, sin embargo, no lo dejo salir, no, esta vez no puede controlarme, aunque los recuerdos de la noche en la que me convertí en alguien que aún no reconozco, iniciando un sinfín de problemas, aviven la llama de mi ser.

—¿Ya puedo irme a casa? —pregunto como para cambiar el tema.

—Tú no tienes un hogar, y la repuesta es no. Yo gane, ahora tú cumples.

—Pero...

—Nada de peros, la única condición era el equipo ganador y por lo visto el juego a terminado. Además, que tontería decías ¿Que el alumno superaría a un maestro como yo?

Lo dejo reír y aprieto lo dientes. Por más que intente convencerlo sé que él simplemente no escuchara. Supongo que he perdido, otra vez.

—Bien. ¿A dónde nos dirigimos esta vez?

—A la tienda de cualquiera que no nos reconozca —dice sonriendo maliciosamente.— vamos de compras.

Al parecer mi suerte nos es la mejor en este día. Ir de compras para Alex significa muchas cosas, menos pagar.

Creo que la correccional no lo corrigió ni un poco.

Almas solitarias | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora